Sergio González Levet - La otra lista (proemio)

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Sin tacto

 

Por Sergio González Levet

 

La otra lista (proemio)

 

Todo empezó por una llamada que provenía de un número ignorado.

La voz embozada del otro lado de la línea me dijo que tenía una información exclusiva y que se había propuesto dármela para que yo la manejara en mi “gustada columna”.

Quería que nos encontráramos para pasarme una lista. No me lo van a creer, pero me citó a cierta hora de la noche ¡en un estacionamiento! El recuerdo del Watergate gringo, y de los reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein se hizo presente de inmediato. Dudé un momento si comentarle que iba a ser necesario que me diera un nombre clave, pero él me allanó el caso cuando me dijo:

—En adelante, me podrá identificar como “Sur Profundo”. Si sabe hablar inglés, lo entenderá…

(Y lo entendí porque pregunté: el informante secreto de los legendarios periodistas del Washington Post se hacía llamar “Garganta Profunda” -Deep Throat en inglés- y su vernáculo émulo adoptó un nombre fonéticamente muy parecido en ese idioma: “¡Deep South!”).

 

Bueno, para no hacerles largo el cuento, tomé todas las precauciones que pude y me encaminé a ver al desconocido, quien me esperaba en una zona poco alumbrada del estacionamiento de Plaza Ánimas. Llegué, lo hallé, me identifiqué y después de un brevísimo saludo me comentó que tenía la lista definitiva, la buena, la precisa que se estaba manejando en el CEN del PRI, en Gobernación, en la Presidencia, y por ende era la que traían también en el Palacio de Xalapa y en el edificio de Ruiz Cortines.

—Hace unos días leí que usted comentó sobre los que encabezaban las listas, pero me dio pena que no le atinó a ninguno. Por eso quiero darle este documento, que trae los nombres verdaderos de quienes serán ungidos por el partido como los candidatos y las candidatas a las diputaciones federales del año entrante.

Yo le contesté que no había tratado de atinarle a nada, que simplemente había reproducido los nombres que a mi parecer aparecían de manera más consistente en la prensa y sobre todo en las columnas. Le dije también que, sin embargo, le agradecía su gesto hacia mí, y que como reportero que he sido toda mi vida no iba a cometer la imprudencia y/o la insensatez de dejar de recibir una información.

Antes de aceptarle el documento, le aclaré que lo iba a utilizar de acuerdo con mi criterio periodístico, y que incluso acataría en hacerlo público siempre y cuando considerara que tenía algo de validez o de veracidad.

Cuando me entregaba el sobre, escuché un ruido atrás de mí y volteé a ver que era solamente un vehículo que pasaba por ahí, conducido un tanto temerariamente por una señora de edad más o menos avanzada -si es que eso existe-.

Al regresar la vista, mi desconocido informante había desaparecido, tragado por la oscuridad de los rincones y sin hacer ningún ruido. ¿Habría sido un sueño mío, una ilusión?

Lo real es que el sobre existía sin duda, estaba en mi mano, y me dispuse a abrirlo… (continuará).

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