EN TERCERA PERSONA / ZEBADÚA, EL IMPUNE / HÉCTOR DE MAULEÓN

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Se podría pensar que el escandaloso libro Rosario de México, Testimonio de una infamia, se trata de Rosario Robles: la exsecretaria en el sexenio de Enrique Peña Nieto a la que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador metió más de mil días a la cárcel mediante la fabricación aberrante, mejor dicho, criminal, de una licencia falsa.

Y en parte es cierto. Porque el libro narra la manera en que se involucró a la exsecretaria de Sedatu y Sedesol en la llamada Estafa maestra, según la cual se habrían desviado a campañas políticas miles de millones de pesos desde las dependencias que esta encabezó.

En el libro está narrado el calvario que llevó Rosario Robles a una celda helada de Santa Martha Acatitla, y detallada, desde luego, la tragedia de mujeres que viven hacinadas, extraviadas en los laberintos de un sistema judicial ineficiente y podrido.

Pero el verdadero personaje de Rosario de México es en realidad el cerebro que operó la estafa: el exoficial mayor de Sedatu y Sedesol, Emilio Zebadúa: una sombra a la que persiguen los fantasmas del enriquecimiento inexplicable, y quien negoció su impunidad, a través del abogado Juan Araujo, explica Robles, con el poderoso exconsejero jurídico de la Presidencia, y a quien el presidente llegó a llamar su “hermano”, Julio Scherer Ibarra.

Robles relata que cuando el escándalo de la Estafa Maestra estalló, Zebadúa dejó de contestarle el teléfono. Y aunque diversos indicios lo hacían directamente responsable de desvío de dinero, “no se le tocó ni con el pétalo de una rosa”. Cuenta Robles que alguien “a quien también quisieron extorsionar” le reveló que Araujo le había dicho que “el problema” con ella era que “no había querido entregar nada”. “‘Nada’ era dinero –escribe Robles–. Cash”.

Animal Político documentó que Zebadúa se escondió de las autoridades al menos 20 veces para evitar ser notificado por la Auditoría Superior de la Federación, que lo hacía administrativamente responsable de malos manejos y le exigía la entrega de al menos 1,632 millones de pesos. Mientras se amparaba, dejó incluso la orden de que no abrieran las puertas de sus cuatro domicilios. Se detectó que él había hecho lo que nunca le encontraron a Rosario Robles: firmar convenios que permitieron la salida de gran parte de ese dinero.

Al mismo tiempo, sin explicar el origen de sus ingresos, un hermano suyo, en realidad, su apoderado legal, compró inmuebles en Estados Unidos por más de un millón de dólares.

Robles afirma que, en una reunión entre López Obrador, Julio Scherer y el fiscal Gertz Manero, se acordó ir tras ella como una forma de llegar al brazo derecho de Enrique Peña Nieto, quien, para esta triada, habría girado la orden de que el dinero de la estafa fuera desviado: Luis Videgaray.

Se ha documentado incluso cómo estas persecuciones le permitieron a Scherer cobrar extorsiones jugosísimas. Además de lo escrito por Robles, está el libro de Hernán Gómez.

De ese modo comenzó lo que Robles llama “el gran show”. No le habían hallado propiedades, ni cuentas de banco. No le habían hallado nada a ninguno de los miembros de su familia. El delito por el que se le acusaba –que era el de ejercicio indebido del servicio público— no ameritaba prisión. Entonces le fabricaron una licencia de manejo con una dirección y una firma que no eran la suyas. Aún peor: con una fotografía bajada de internet, como lo descubrió la periodista Azucena Uresti, e incluso con una huella falsa.

Le pusieron también un juez de consigna, emparentado con dos personajes de oscura memoria: René Bejarano y Dolores Padierna.

A fines de febrero pasado se ordenó a la fiscalía capitalina —la misma que se prestó a la falsificación del documento— que investigara quién había dado la orden de falsificar la licencia empleada por el ministerio público para meterla en prisión.

Más adelante, una jueza rechazó vincular a proceso al exfuncionario de la Semovi involucrado en la creación del documento apócrifo, alegando que la fiscalía no aportó pruebas que acreditaran que este había cometido tal delito.

Después de montañas de lodo, de ríos de tinta dedicados a la descalificación y la estigmatización, a Robles no ha logrado probársele absolutamente nada porque, dice ella, “no desvié para mí, ni para una campaña política, un solo centavo”.

“Enfrenté esa campaña sola, y todos los agravios jurídicos se fueron desmantelando”, asegura. Finalmente, tuvieron que dejarla en libertad.

Si se empleara el criterio que se le aplicó a ella, más de tres personajes de alto nivel de este gobierno estarían ya en prisión, comenzando por el titular de Segalmex.

Sin embargo, al modesto oficial mayor Emilio Zebadúa, la figura más embarrada de la Estafa Maestra, le concedieron un criterio de oportunidad, y se le ha visto tomando café con tranquilidad en las calles.

Robles, de momento, ha contado su verdad. Y es una verdad que indigna.