Sabor, color y olor en Día de Muertos

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-Cobran vida las calles en Papantla, en el cementerio conviven con sus difuntos

Por María Elena Ferral

El color, olor y sabor a “Todos Santos”, envuelven ya al totonacapan, en Papantla, esta ancestral celebración se viven con motivo de los festejos del Día de Muertos o Ninín, la celebración totonaca de los no muertos, que comienza el día 28 de octubre, al prenderse la primera luz (veladora blanca) y una flor blanca para dar la bienvenida a las ánimas solas, en las calles continúan las compras de último momento para la colocación de las “ofrendas”, para poner en el altar los alimentos que “en vida” le gustaban a nuestros seres queridos.

Siguiendo con la tradición, el día 29 de octubre, se prende otra veladora y se coloca un vaso con agua dedicado a los difuntos “olvidados” y “desamparados”; mientras que el día 30 de octubre, se prende una nueva veladora y se coloca otro vaso con agua y también se pone en el altar un pan blanco (bolillo o telera) para los difuntos que se fueron sin comer o los que tuvieron algún accidente; el 31 de octubre, se prende otra veladora y se coloca otro vaso con agua, otro pan blanco y una fruta (mandarina, naranja o guayaba).

Esto es, según la creencia de nuestros antepasados, para los muertos de los muertos (ancestros) o sea los abuelos de los papás que algunos tuvimos o tienen el gusto de conocerlos (bisabuelos) y hoy 1 de noviembre que es el día que se conoce como Día de los Muertos pequeños, chiquitos o niños, en este día se pone en el altar toda la comida dulce, calabaza, guayaba, chocolate, miel, flores, bollitos de anís, entre otros, con los que son recibidos, tras un año de esperar, pacientemente, para el reencuentro.

Mientras que el día 2 de noviembre, conocido como el Día de los Fieles Difuntos o de los “muertos grandes”, que es el día que se coloca la ofrenda “mayor”, con toda la comida, cigarros, cervezas que eran de su gusto.

Durante todos los días de la celebración se ponen flores, se quema incienso de copal y al final, el día 3 de noviembre, se prende la última veladora blanca, se quema copal y se despide a las almas en su viaje de retorno al más allá, pidiendo que vuelvan el siguiente año, el totonacapan se dispone a recibir a sus muertos, a convivir con ellos en medio de las celebraciones que se llevan a cabo.