Recuerdan desolador terremoto de 1920 en Cosautlán
-Sigue sin tecnología ni avances médicos
Por Noemí Moreno
A las 22:25 de la noche del sábado 3 de enero de 1920, cuando la población de la región se encontraba descansando, se produjo un movimiento telúrico trepidatorio de magnitud aproximada de 6.4 a 8 grados en la escala de Richter, con epicentro cercano a la comunidad de Quimixtlán, Puebla, localizada a 32 kilómetros al suroeste de la ciudad de Xalapa.
Se calcula que la pérdida de víctimas fue de 650; de éstas, 419 murieron por avalanchas de lodo provocadas por el deslave de material rocoso y lodo en las barrancas de la zona montañosa. La cronista de este municipio, María de los Ángeles Valdivia Ortiz, señaló que producto de este terremoto catalogado como uno de los más fuertes del siglo pasado, hubo graves daños a la iglesia, el palacio municipal y la mayoría de las casas de los habitantes del centro de esta población.
“En los portales de las casas, donde dormían algunos comerciantes, quedaron estos sepultados, entre las rocas y vigas de las construcciones, fue algo terrible y desolador”.
A partir de ese momento se sucedió una noche terrible en donde los lamentos, llantos y rezos de los heridos y sus familias, fueron la pauta, a lo que habría que sumar el hecho de que no se contaba con energía eléctrica ni lámparas voltaicas: “Difícilmente podían encender un candil o una vela, para alumbrarse”.
En seguida inició la búsqueda de los sobrevivientes de sus familiares y sus amigos o vecinos, muertos, desaparecidos o heridos por el percance, en medio del frío invernal: “Las réplicas continuaron el domingo 4 de enero y los días siguientes, con menor intensidad”.
Se cuenta que vecinos de poblaciones cercanas, que todas las mañanas acostumbraban mirar a lo lejos la torre de la iglesia de Cosautlán, el 4 de enero la buscaron y no la encontraron, por lo que decidieron venir a esta población, encontrando al pueblo en medio de la desolación total.
“Seguramente el lunes 5, martes 6, miércoles 7 de enero, fueron aterradores, en tiempos en que no se contaba con grandes máquinas para mover escombros, sin medios de comunicación a los que estamos acostumbrados, sin médicos ni medicinas ni material de curación”.
La ayuda llegó a la población días después de manos del obispo de Veracruz, Rafael Guízar y Valencia, así como del Gobierno del Estado: “Con el pasar de los días el municipio volvió a su actividad normal, sobreponiéndose a las pérdidas humanas y materiales sufridas por este gran desastre”.