Vientos de cambio: la huelga de Río Blanco
AGENCIA
El 7 de enero de 1907, las 150 fábricas textiles mexicanas debían abrir sus puertas y sus obreros regresar a trabajar. Era la resolución de don Porfirio a una crisis donde el naciente movimiento obrero había mostrado sus alcances. Pero no fue suficiente para dejar a todos contentos y el enfrentamiento se hizo inevitable.
Jornadas laborales de 14 horas diarias, pequeños de cinco años contratados como obreros, descuentos por el desgaste de máquinas e instrumentos de trabajo, castigos por recibir visitas en las viviendas o por leer el periódico, eran cosa corriente en la fábrica textil de Río Blanco y en muchas de las 150 empresas similares, establecidas en todo el territorio mexicano. Pero en Río Blanco había un elemento adicional: la enorme tienda de raya que tenía endeudada a la mayor parte de los trabajadores. Incluso, se le acusaba a Víctor Garcín, el dueño de la tienda, de fomentar el alcoholismo y la embriaguez de los obreros, porque contaba con una importante sección de venta de pulque. Las utilidades anuales de Garcín sumaban 100 mil pesos, una verdadera fortuna hace 110 años.
Ése era el mundo en el que vivían los obreros textileros de Río Blanco, en las cercanías de la ciudad veracruzana de Orizaba. Deudas que nunca se acababan, descuentos que se antojaban injustos, porque el desgaste de la maquinaria no era culpa directa de quienes la operaban, y un clima laboral que reflejaba la profunda desigualdad social que, a la par del crecimiento económico, también era parte del mundo que gobernaba don Porfirio Díaz. Pero en esa primera década del siglo XX, la vida comenzaba a transformarse de manera radical. El surgimiento y expansión de los movimientos obreros iban a ser determinantes en ese cambio.
LA VOZ DE LOS OBREROS. Desde el norte del país llegaban los ecos de la huelga minera en Cananea, Sonora, ocurrido en junio de 1906. En Cananea, además de un salario mínimo, los mineros demandaban un trato equitativo, pues, laborando codo a codo con estadunidenses, sufrían de discriminación, maltrato y poca paga, comparada con los empleados que venían del otro lado de la frontera. El final de aquella huelga se sabía en todo el país, y era más bien amargo. Para proteger los intereses del propietario de la mina y a los empleados estadunidenses, un grupo de rangers había cruzado la frontera. Hubo tiros, heridos, muertos y encarcelados.
La siguiente manifestación de gran envergadura de las organizaciones obreras, antes de que se terminara ese 1906, se dio en un ramo que había alcanzado la modernidad y en consecuencia la bonanza: la industria textil. Funcionaban en todo el país 150 fábricas, y es posible que sus propietarios no se hubiesen dado cuenta cabal del nivel de organización de sus trabajadores. Tampoco se habían dado cuenta de la inconformidad por las malas condiciones de trabajo que los textileros padecían en todo el país. Y eso siguió hasta que comenzaron a estallar los primeros movimientos huelguistas, a finales de1906.
LA HUELGA TEXTIL. En octubre de 1906 se supo de un empleado de la fábrica La Hormiga, del pueblo de San Ángel, que instaba a los obreros a demandar mejoras en sus condiciones laborales. No bien se enteró el propietario, lo despidió. Pero había sembrado una semilla que creció con rapidez: los 300 obreros de La Hormiga se fueron a huelga. Pedían un par de cosas muy concretas: un aumento de sueldo cuyo monto no especificaban y la reducción de su horario de trabajo, en vez de una jornada de 16 horas, querían una de 14. Después pidieron un aumento de 2 a 5 centavos por pieza trabajada.
El patrón se negó a reducirles la jornada. Si salían temprano, les dijo, seguro que sería para embriagarse. Y lo del aumento, nada, pues trabajaban a destajo. Con la mediación del prefecto del pueblo de San Ángel, los obreros obtuvieron una ampliación de su horario para comer. Así, en los primeros días de noviembre, los 300 trabajadores volvieron a la fábrica.
Pero era el principio. Se supo que en Cocolapan, en las cercanías de Orizaba, se dio un breve paro porque el patrón había despedido al dirigente de la asociación de obreros. A los pocos días, los 600 trabajadores de la textilera de San Antonio Abad se declararon en huelga porque les quitaron la media hora que les concedían para tomar el desayuno. Costó trabajo llegar a acuerdos. Los huelguistas de San Antonio Abad estaban vinculados con el Círculo de Obreros Libres, que tenía su sede en Orizaba y contaba con representaciones y nexos en muchas partes del país.
A principios de diciembre, en la ciudad de Puebla, se reunieron 500 obreros de las fábricas del estado. El objetivo era echar para atrás el nuevo reglamento establecido por los dueños de las fábricas: jornada de 14 horas -de 6 de la mañana a 8 de la noche- prohibición de visitas, pago de los instrumentos rotos y 45 minutos para comer. Además, los patrones no querían que los obreros leyeran periódicos, revistas o libros, porque, decían, era camino seguro hacia la depravación.
El resultado de esta reunión fue contundente: 6 mil textileros poblanos se declararon en huelga. A poco, se les unieron 800 obreros de las fábricas de Tlaxcala. Como los propietarios no accedieron a eliminar el reglamento, muy pronto hubo 34 fábricas paradas. La prensa afín a los empresarios afirmaba que cada una de las fábricas perdía 500 pesos diarios. Los obreros respondieron amenazando con estallar una huelga general del ramo.
Algunos obreros comenzaron a migrar a Guadalajara, a Veracruz, a Córdoba y a Jalapa en busca de ocupación. Cuando los patrones se dieron cuenta de que en muchas fábricas los obreros estaban donando un día de salario para apoyar a los huelguistas, temieron que el movimiento se extendiera al resto del país, de manera que optaron por cerrar los establecimientos.
De golpe, 25 mil obreros se quedaron sin empleo y sin ingreso, y como era usual en aquellos días, endeudados. Se estima que el paro afectaba en diferentes niveles a unas 100 mil personas. Algunos trabajadores estaban entre dos fuegos. A quienes no apoyaban la huelga se les amenazó con expulsarlos del Círculo de Obreros. El movimiento escaló con rapidez: a los pocos días eran 30 mil los obreros parados, lo mismo en Oaxaca que en Orizaba, Puebla o el Distrito Federal. Llegaron a Orizaba dos compañías del 13º batallón de infantería, en una amenaza que no tenía nada de velada.
Como era usual en la época, pidieron el arbitraje y la intervención del Presidente de la República. Y don Porfirio, después de resistirse un poco, falló: los empresarios tenían disposición a negociar algunos de los reclamos de los obreros, en cuanto a condiciones de trabajo. En vista de ello, los textileros tendrían que regresar al trabajo el 7 de enero de 1907.
Las labores se reanudaron en casi todas partes en la fecha señalada. Pero en la fábrica de Río Blanco, las cosas terminaron de otro modo.
MOTÍN Y REPRESIÓN. La mañana del 7 de enero, unos 2 mil obreros se amotinaron ante el edificio principal de la fábrica. Los rurales intentaron contener a la multitud enfurecida que estaba decidida a mantener la huelga. Los ahuyentaron del lugar y las cosas empeoraron, pues se dirigieron a la tienda de raya de Gracín y la incendiaron. Los rurales comenzaron a disparar. Los huelguistas se dispersaron; se fueron a las cercanas poblaciones de Nogales y Santa Rosa, donde también atacaron las tiendas de raya, cortaron la energía eléctrica e incluso aventuraron robos a las casas más ricas.
Regresaron a Río Blanco, donde las fuerzas federales los enfrentaron a tiros. No hay certeza en cuanto al número de muertos; algunas fuentes hablan de 200 víctimas, y otras estiman hasta 800 muertos. El aparato represor había funcionado con eficacia, pero a la vuelta de una década, y después de la caída del porfirismo y las luchas internas, muchos de los reclamos de aquellos obreros se traducirían en el novedoso artículo 123 de la Constitución de 1917.