OPINIÓN / El regreso de Beltrones / RAUDEL ÁVILA
En su libro SPQR, la doctora Mary Beard, la más grande especialista en historia romana de nuestro tiempo recuerda el origen de la palabra senado. Deriva del vocablo latino senex, es decir viejo, u hombre de edad avanzada. Dio origen al sustantivo senatus, es decir, asamblea de los viejos, que en la antigüedad equivalía a decir asamblea de los sabios.
El senado era pues la institución que custodiaba la república, pues estaba en manos de los más experimentados y los más conocedores de la política. Por consiguiente, queda de manifiesto la ignorancia de quienes afirman que una figura como Manlio Fabio Beltrones “es demasiado vieja para volver al senado (sic)”.
Resulta desconcertante la incapacidad de aprendizaje respecto a la experiencia reciente en la historia del país. No sé por qué sigue teniendo ecos la propuesta intelectualmente insignificante de que hay que votar por jóvenes por el mero hecho de serlo.
Que la juventud supone cierta pureza o capacidad política. Que los jóvenes son la esperanza política del país. Nada de eso y menos en México. Lo que nos han enseñado en las últimas décadas las jóvenes promesas de la política nacional ha sido una insultante frivolidad.
En México se confunde el grito pelado en tribuna con la oratoria de calidad. Basta ver el caso reciente del destape del primer candidato presidencial propio en la historia de Movimiento Ciudadano, quien estimó digno del respeto que merece la República Mexicana darse a conocer, acompañado de Samuel García, otro que fuera joven senador, mediante un promocional de la cerveza Carta Blanca.
Mucho “compadre” y mucha “nueva política” pero nada de propuestas para el país, ninguna consideración de fondo sobre su historia y su futuro. Es la diferencia entre la política de generación de contenidos que postulan los publicistas de MC y la política de contenido que practican los estadistas. Dicen que quienes criticamos eso no entendemos el mundo de nuestro tiempo, que esa banalidad es la política del futuro.
Los invito a ver la forma en que el presidente Macron presentó la semana pasada a Gabriel Attal su nuevo primer ministro, el más joven de la historia de Francia. Oigan el discurso de Macron y el de Attal. Luego, comparen con la patética falta de oficio y de aprecio por las instituciones republicanas con que se condujeron nuestros millennials emecistas.
“Abran paso a los políticos jóvenes”, exigen sexenio tras sexenio nuestros analistas. Políticos jóvenes son Alejandro Moreno y Marko Cortés. ¿Está usted satisfecho con su desempeño? No son sino cometas que refulgen temporalmente y luego desaparecen con la misma velocidad que aparecieron.
No queda de ellos ninguna reflexión de largo alcance, ninguna ley que lleve su huella, ninguna obra memorable. Solamente su arrogancia, los desplantes de soberbia y estridencia propios de la inmadurez emocional. Parece mentira tener que explicarlo, pero en política, la experiencia es uno de los valores más importantes.
Y el costo de su ausencia no lo paga la intrascendente carrera de los jóvenes aspirantes a políticos. El problema es que el costo lo asume la nación. Pocas cosas han resultado tan decepcionantes y preocupantes como el desempeño de esta legislatura y la anterior. Una y otra vez, el oficialismo les metió goles sin que se dieran cuenta.
Ninguna legislatura había tenido una bancada priista en el senado tan mal conducida, tan desordenada y propensa al escándalo y las disputas públicas. Si no pueden mantener el orden y la civilidad en su propia bancada ¿cómo van a conducirse frente a otras fuerzas políticas? Reflexione usted sobre todo lo anterior y dígame, ¿no es preferible disponer de legisladores experimentados?