Pascal Beltrán del Río - El callejón de Ebrard
Como miembro del PRI que fue durante muchos años, Marcelo Ebrard no puede desconocer que el sistema político mexicano funcionó durante muchas décadas con base en una serie de reglas no escritas, que no han perdido su vigencia a pesar de las alternancias que se iniciaron hace un cuarto de siglo.
En la disputa pública con su sucesor, Ebrard quizá haya perdido de vista que el predecesor en el cargo no ha ganado jamás una partida así.
Como los pleitos son de dos, es probable que Miguel Ángel Mancera también tenga parte de la culpa. Pero el jefe de Gobierno es él, no Ebrard.
Fue Lázaro Cárdenas quien expulsó del país a Plutarco Elías Calles. No fue al revés.
Fue Carlos Salinas de Gortari quien se puso en huelga de hambre y luego tomó la ruta del exilio en Canadá e Irlanda, no Ernesto Zedillo.
Al predecesor le toca ser discreto casi hasta el mutismo, como lo fue Álvaro Obregón durante los cuatro años de la Presidencia de Calles. El de Navojoa cerró la boca pese a que detestaba a los más connotados miembros del equipo de gobierno de su paisano, como Luis N. Morones,Gonzalo N. Santos y Aarón Sáenz.
Cuentan que cuando Calles se preparaba para entregar el poder a Obregón, poco antes de que éste muriera asesinado, el de Guaymas quiso dar un consejo a quien lo precedió y ahora pretendía sucederlo. Sin embargo, Obregón lo paró en seco: “Plutarco, estoy seguro de que tienes buenas ideas, pero yo también las tenía cuando ibas a ser Presidente y me las callé”.
Además de olvidar las reglas básicas que se aplican al predecesor respecto de su sucesor, Marcelo Ebrard parece haber pasado por alto que él es de los políticos definidos por el cargo que ocupan y no de los que hacen el cargo.
Entre éstos últimos pienso en Manlio Fabio Beltrones, Diego Fernández de Cevallos, Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador. Ninguno de ellos ha necesitado tener un puesto para atraer reflectores. Casi cualquier cosa que dicen es retomada por los medios.
Hoy veo, por ejemplo, a Beltrones y no me parece muy distinto a cuando estaba en la banca, a principios del sexenio de Vicente Fox. El sonorense estaba dedicado a su consultoría, pero tenía la misma soltura política de quien hoy coordina a los diputados federales del PRI.
Es evidente que Ebrard pensó que al dejar la Jefatura de Gobierno su estrella no se apagaría. Sin embargo, ha batallado desde entonces para encontrar su lugar en el tablero político.
Decidió no buscar una senaduría en 2012, lo cual hubiera sido un paso natural en su carrera, y terminar completo su periodo en el GDF.
Difícilmente alguien se le hubiera atravesado a la hora de nombrar al coordinador del PRD en esa Cámara. Pero Ebrard ha sido, sobre todo, un operador, no un líder. Y alguien así no puede sobrevivir largo tiempo en política sin cargo.
Su otra opción era buscar la presidencia del PRD, pero para ello necesitaba de la venia de la corriente mayoritaria, Nueva Izquierda. Los llamados Chuchos le cerraron la puerta argumentando que cuando pudo ser candidato presidencial, Ebrard bajó los brazos ante López Obrador. El domingo pasado, su corriente, Movimiento Progresista, sacó sólo 2.34% de los votos en la elección de consejeros del PRD.
No sé si la conferencia de prensa de ayer, en la que Ebrard hizo un llamado a Mancera a discutir públicamente el tema de la Línea 12 del Metro, haya sido un nuevo intento de mantenerse vigente.
Quizá debería reflexionar en que lo hecho hasta ahora en ese sentido, desde que dejó el Gobierno del DF, no ha resultado… como retar a un debate sobre la Reforma Energética al presidente Enrique Peña Nieto, en julio del año pasado, cosa que no tuvo eco.
El escándalo público que ha representado el cierre de la Línea 12, y las fallas que se han descubierto a partir de la puesta en operación de la vía, han afectado a Ebrard más allá de lo que diga o deje de decir Mancera.
La Línea 12 fue un proyecto concebido por Ebrard para apuntalar sus posibilidades de convertirse en candidato a la Presidencia.
Por eso, y porque él era la máxima autoridad en el Distrito Federal cuando fue construida e inaugurada, él tiene que cargar hoy con la responsabilidad de su cierre.
El Proyecto Metro, que encabezaba el inhabilitado Enrique Horcasitas, fue criatura suya. Las fallas descubiertas, salvo las que tienen que ver con el mantenimiento de la vía después del 5 de diciembre de 2012, son atribuibles a él antes que a nadie.
No por ello debe solaparse el uso de la justicia con propósitos políticos. Habrá que revisar con cuidado las investigaciones que se realicen, pero Ebrard no puede alegar, de entrada, que las revelaciones sobre la Línea 12, entre ellas las que ha hecho la empresa francesa Systra, sean parte de una persecución en su contra.
Si el exjefe de Gobierno quiere relanzar su carrera política, de entrada tendría que evitar ese tipo de acusaciones, que no sólo afectan su imagen sino la de su partido, que ha gobernado la capital desde 1997 y hoy está luchando por mantener su hegemonía ante la irrupción de Morena en el escenario político y los esfuerzos que está haciendo el PRI local por enderezarse. Es decir, meter reversa y salir del callejón en el que él mismo se ha introducido.
La Cámara de Diputados e incluso la Asamblea Legislativa podrían ser plataformas para el resurgimiento político de Ebrard, pero antes tendrá que decidir si quiere seguir en el PRD o probar suerte en otro partido político.