Sin medias tintas / La envidia / Claudia Viveros Lorenzo
El Diccionario de la Real Academia dice que la envidia es:” la tristeza o pesar del bien ajeno”. Para algunos esta definición puede parecer un poco frágil, si consideramos las diversas manifestaciones de esta emoción, pues no debemos dejar de considerar que de la tristeza del bien ajeno a la alegría por el mal ajeno solo hay una línea muy fina.
Hay muchos sentimientos de envidia, pero todos tienen como piedra angular el sentimiento de inferioridad, la envidia no puede ser entendida sin considerar las sensaciones de precariedad narcisista y las vicisitudes de las pulsiones de la infancia, dentro del seno familiar, las diversas modalidades de envidia no son sino un eco de los sentimientos de inferioridad y rivalidad sufridos por el niño en su desarrollo psicológico, con padres, hermanos y otras figuras importantes.
La envidia instaurada en el carácter del adulto, es por lo regular el reflejo de las experiencias de pequeñez y desvalimiento de la infancia. Las manifestaciones de la envidia nos dicen siempre más de los sentimientos de inseguridad del envidioso que de la personalidad del envidiado.
Esta emoción es maladaptativa porque hecha a perder o anula el placer de la admiración, el gozo de ser buen amigo, la utilidad del compañerismo y la solidaridad.
La forma más conflictiva de la envidia es aquella que va directo a las personas que se aman. Aquí el inconsciente juega un papel crucial que destruye aquello que valoramos de nosotros mismos e inyecta a la consciencia de una atormentadora culpa. Sentir envidia es sufrir. Además de dolor, la envidia provoca en quien la siente ansiedad, hostilidad, rabia y depresión. Y toma diferentes formas. En la etapa escolar, pueden ser las notas; en la adolescencia, las conquistas amorosas; en la adultez, el éxito material, laboral o familiar.
La mente humana tiene que recurrir a diversos mecanismos de defensa inconscientes, para restaurar la autoestima lesionada en las comparaciones envidiosas y equilibrar así la homeostasis narcisista. Estos mecanismos pueden ser más o menos adaptativos. Llamamos patológicos a aquellos patentemente mala-daptativos.
Un caso extremo de éstos puede ser el de los individuos que cometen actos "grandiosos" de terrorismo o el de aquéllos que atentan contra celebridades admiradas/envidiadas. ¿Qué pasa si la envidia no se controla adecuadamente? “En la envidia destructiva, la persona ve al otro como un obstáculo. Si esa envidia sigue creciendo puede planificar cualquier cosa, incluso, la muerte. Esto, dependiendo de la estructura de personalidad. La envidia no encuentra nunca su catarsis. Una vez que prende en el ánimo, lo roe y lo devora.
La envidia patológica es típica en estructuras de personalidad narcisista y también en los psicópatas. Los envidiosos patológicos se sienten súper amenazados y angustiados por el éxito, la felicidad o la prosperidad de otros, porque sienten que no pueden tener eso. Entonces, si no lo tienen, lo destruyen”.
Es común que un sujeto sienta envidia, en alguna de sus numerosas manifestaciones, hacia alguien y, simultáneamente, profese adoración acrítica hacia otra persona. Se trata de las dos caras de una misma moneda.
Es importante integrar la idea de que los aspectos que no te gustan de ti, no te definen y por supuesto no te invalidan, puedes intentar cambiarlos o mejorarlos si te generan malestar, aun así, siempre vamos a tener limitaciones o carencias, pero también tenemos capacidades y competencias.
Algunas recomendaciones que pueden facilitar este proceso: Redefine: ¿qué coyuntura, atributo o actitud te está indicando la envidia que tienes que cambiar de ti mismo? Trabaja en ello a nivel emocional.
Busca el origen: ¿qué es lo que realmente activa tu envidia? A veces polarizamos nuestra envidia hacia algo, cuando en realidad lo que más deseamos es otra cosa de esa persona, que no nos permitimos sentir.
Encuentra patrones: ¿Has sentido algo similar en otras situaciones? ¿Cuál es el denominador común?
Cambia el signo de tu emoción: transforma la envidia en admiración.
Aprende a disfrutar de lo que tienes: no vivas en futuribles hipotéticos o remotos de lo que pasaría si tuvieras lo que envidias.
Relativiza: nadie representa la perfección completa. ¿Qué cosas tienes tú que no tiene la persona a la que envidias? ¿Qué crees que la otra persona envidiaría de ti y cómo crees que manejaría esta carencia?
Reajusta tus creencias: muchas veces pensamos “si yo tuviera lo que tiene X, sería feliz”, pero no es así. Esa cualidad seguramente no será la clave de la felicidad para el envidiado y por tanto tampoco sería la tuya. Es mucho más importante valorar lo que uno tiene más que lo que no se tiene.
No te tortures: recuerda que la envidia es una emoción normal y universal, igual que tantas otras, y es esperable tenerla. A lo largo de la vida todos envidiaremos y seremos envidiados de una forma u otra.