OPINIÓN / Telecomunicaciones y el Tío Lolo / HUGO GONZÁLEZ
El pasado jueves comenzaron en el Senado de la República los conversatorios sobre la iniciativa de Ley de Telecomunicaciones y Radiodifusión. Al principio, como apasionado del tema, sentí la necesidad de acudir y escuchar todos los argumentos que darían los expertos en favor y en contra de la iniciativa presidencial.
Algunos creen que, luego de tantos años de cubrir de cerca este sector, tengo algo de autoridad para enjuiciar lo que se dijo el jueves. No es para tanto. Sin embargo, sí me considero autorizado para criticar mucho de lo que se dice en contra de la iniciativa.
Volví a sentir ese déjà vu de otras ocasiones al ver la lista de quienes participarían y su representación. Se me quitaron las ganas de ir cuando vi los mismos intereses de antaño representados con otro membrete fingiendo pluralidad.
No puedo comprender por qué siguen participando los mismos de siempre, con los argumentos de siempre y representando a los de siempre.
Pero mi crítica a lo expuesto no es porque les falte razón, sino por la falta de honestidad de algunos de los conversadores. Como siempre vi muchos intereses del sector privado bien defendidos y poca representación social. Mucho representante empresarial, pocos académicos y casi nada ciudadano.
Aparte de que se limitó la entrada a la prensa no acreditada en el Senado, no me pareció un ejercicio honorable al ver que muchos conversadores llegaron portando una cachucha distinta a la que realmente usan a diario.
Por eso no acudí, porque al ver los nombres de los ponentes supe que era volver a lo mismo: jugar al Tío Lolo. Es volver a lo mismo. Es repetir la misma experiencia de antaño cuando muchos se colaban temas fuera de la discusión o se desviaba el debate de temas trascendentales para dar por terminadas las pláticas.
Porque de lo que se escuchó y de lo que se ha publicado hasta el momento, me queda claro que la iniciativa se corregirá en asuntos de forma, más no de fondo. No hay argumentos sólidos que tumben la iniciativa y, salvo el tema de las enormes facultades de la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones (ATDT); no veo más enredos.
Los conversadores llegaron bien preparados para repetir la cantaleta de siempre. Que si las enormes facultades regulatorias de la ATDT, que si la inconstitucionalidad de las funciones delegadas, que si el T-MEC se va a romper en mil pedazos. Todo adornado con esa retórica que intenta hacer olas en un vaso de agua.
Dicen que la ATDT estará asumiendo funciones regulatorias del Congreso, como si fuese la gran catástrofe del siglo o como si ellos no hubiesen dicho lo contrario cuando crearon el IFT. Lo mismo pero inverso.
Vuelven con la cantaleta del mal uso (¡qué mello!) del registro de usuarios de telecomunicaciones por parte de las autoridades de seguridad. No importa que todas las redes sociales y las IA del mundo tengan nuestros datos y las imágenes de nuestras casas. Lo importante es que en México nuestros datos personales los tiene el gobierno. Los críticos gritan "violación a la privacidad", mientras las filtraciones de información personal siguen siendo el pan de cada día, con o sin ley.
También hubo espacio para el drama digital ante el supuesto riesgo de censura por parte de la ATDT. "Podrían bloquear plataformas digitales", claman algunos con la voz entrecortada. Como si la Agencia tuviera los recursos y la coordinación para ejecutar semejante operación quirúrgica. Pero en el discurso, la censura siempre vende.
No podía faltar el recuento de injusticias regulatorias. Las empresas, según algunos oradores, están sobrecargadas de obligaciones. ¿Qué es eso de financiar bloqueos en penales, ofrecer acceso gratuito a plataformas públicas y soterrar infraestructura sin un solo peso del gobierno? ¿Qué es eso de la colaboración empresarial?
Y el espectro, siempre el espectro. “Competencia desleal”, “violación al T-MEC”, repitieron con firmeza. Como si en este país la asignación de espectro siempre hubiera sido un ejemplo de transparencia. A veces la memoria tiende a ser selectiva.
En medio de la discusión, aparecieron propuestas para modificar la preponderancia y crear un Consejo Consultivo de la ATDT. Un órgano colegiado, profesional y autónomo, dicen, como si eso no fuera otra tentación para capturar regulatoriamente el sector. Un club de amigos para opinar sobre decisiones que, al final, siempre favorecen a los mismos.
Al final, las mismas caras se despidieron con los mismos discursos de preocupación. Nada nuevo, nada diferente. Se habló mucho, se criticó más, pero el fondo sigue intacto. La iniciativa de Ley de Telecomunicaciones y Radiodifusión caminará, con algunos rasguños cosméticos, pero sin cambios de fondo. Aunque de todo esto me queda la duda: ¿y qué opina el ciudadano común?