Jorge Fernández Menéndez - Peña en NY: la certidumbre y el brillo
Cuando en la noche del domingo dejaba el hotel donde estaba alojado en Nueva York, un hotel literalmente tomado por las fuerzas de seguridad porque en él convivían varias delegaciones y empresarios que participan en la Asamblea General de la ONU o sus muchos eventos asociados, el maletero que me ayudaba con el equipaje sólo repetía “qué suerte la suya que ya se va”. Y es que Nueva York se ha convertido desde este fin de semana en un infierno para el tráfico, los transeúntes, una ciudad donde uno ve calles recorridas por patrullas y perros que buscan explosivos, calles cerradas por seguridad o porque un grupo de manifestantes, casi siempre con rigurosa civilidad, protestan ya sea por la presencia de una mandatario que no quieren o simplemente pidiendo la paz mundial o rechazando el cambio climático, una ciudad convertida en una locura en comercios (un ejemplo: hay multitud de cenas y eventos en estos días que requieren utilizar smoking y muchos de los participantes se enteran apenas llegando, como consecuencia la demanda de esos trajes, con los ajustes indispensables de largos, mangas, etcétera, se torna formidable en las grandes tiendas) y también en restaurantes (el domingo pensaba comer en uno de mis restaurantes preferidos, tenía una reservación, pero repentinamente llegó el presidente de República Dominicana, Danilo Medina, con una comitiva que, incluyendo elementos de seguridad, ocupó literalmente más de medio local. Imposible esperar una mesa, imposible esperar un gramo de cortesía de alguien).
El mandatario, que retrasó su llegada a Nueva York más de un día para atender lo que sucedía en Baja California Sur, ha tenido jornadas muy intensas en la ciudad, pero también ha tenido reconocimientos (que continuarán hoy y mañana) de distintas organizaciones y grupos, incluyendo el de la comunidad judía. Hablará ante el pleno de las Naciones Unidas y literalmente coincidirá con Barack Obama aunque no está contemplada una reunión con el mandatario estadunidense. Tanto Obama como su antecesor Bill Clinton están por Nueva York y son una notable contribución al caos vial de la ciudad, ya que las medidas siempre de por sí extremas se han acrecentado por las amenazas de atentados del grupo terrorista llamado Estado Islámico.
Le ha ido y le irá bien al presidente Peña en estos encuentros en Nueva York. Le irá bien porque Peña es muy bueno en sus relaciones en corto, pero, también porque el diseño de la política exterior de México ha sido muy sensato, ha logrado recuperar espacios e interlocuciones alejándose al mismo tiempo de falsos protagonismos pero, sobre todo, porque el presidente Peña llega ante los representantes de un mundo convulsionado por la violencia y una economía que no termina, desde el 2008, de despertar, con un país relativamente en paz y con un paquete de cambios económicos que, para el estándar nacional e internacional actual, es sencillamente notable. Es verdad que esas medidas falta ahora implementarlas, pero lo cierto es que ahí están y resultan un referente inevitable cuando se habla, hoy en día y en estos ámbitos, de México y su futuro.
En esta Nueva York marcada en estas semanas por el caos (que convive, hay que reconocerlo, con una suerte de orden kafkiano pero orden al fin), en un mundo con amenazas de guerras, conflictos y estancamiento, el presidente Peña puede ufanarse de llegar con la tarea realizada. No es poca cosa.
Y lo demuestran ciertos datos que llegan en forma simultánea con la visita. No hay en la prensa estadunidense, en estos días, noticias negativas sobre México. En los hechos apenas hay referencias sobre nuestro país, quizás algunas relacionadas con el huracán Odile en Los Cabos (recordemos que buena parte de los turistas que quedaron estancados por el siniestro eran estadunidenses) mientras nos enteramos que la octava moneda con mayor movilidad en el mundo en los últimos meses ha sido el peso mexicano, por encima de otras divisas fuertes y con larga historia como la corona sueca o noruega.
Peña no tendrá, no tiene por lo menos hasta hoy, aquel atractivo que generó en su momento en los mercados internacionales y ante otros mandatarios, Carlos Salinas. Pero aquellos eran otros tiempos, los de la caída del muro de Berlín, los de la perestroika, los de la propia apertura mexicana y el TLC. Eran tiempos de esperanzas y de expectativas por algo nuevo. Estos son tiempos relativamente oscuros, donde la certidumbre se valora más que el brillo.