Yuriria Sierra - Estudiantes
Es 2 de octubre. Evidentemente, hoy merodea el fantasma de uno de los hechos más lamentables del México contemporáneo. A nadie se le olvida, es imposible y necesario que no lo hagamos. El movimiento estudiantil de 1968, la sangre de sus muertos, la sombra de sus desaparecidos y las lecciones que habremos aprendido. Aunque también hay quien de ello ha hecho una pancarta oportunista, para aventarse al papel de víctima y plataforma de lanzamiento político y en fuente de ingresos. Tristemente, las causas se pervierten y se convierten, muchas veces, en forma de vida cuando lucran política y hasta económicamente con ellas.
Anteayer algunos planteles del CCH se “solidarizaban” con los alumnos del Politécnico, se iban a huelga y hasta unas bombas molotov explotaron en Ciudad Universitaria. ¿Acaso no se habrán enterado de lo ocurrido en la Secretaría de Gobernación el martes por la tarde? ¿O en su genética de la protesta sólo caben las acciones radicales? Opuesto contrario el sensato anuncio de estos últimos, los politécnicos, al hacer oficial que ellos no, que hoy no participarán en las tradicionales marchas conmemorativas, que sólo prenderán veladoras, justamente para no contaminar su propio movimiento.
Y esto último tal vez como una de esas conciencias que se han creado. Porque, aunque es cierto que algunos movimientos estudiantiles que se han hecho llamar así en el pasado más bien representan los intereses de grupos políticos radicales; los mismos a quienes les debemos las también tristemente tradicionales imágenes de pintas, desmanes, agresiones callejeras y, últimamente, hasta bombas de fabricación casera. Pero también vemos cómo otros grupos, unos más legítimos, se organizan y ven la vía mucho más adecuada para hacer valer sus demandas.
El martes por la tarde la imagen que los estudiantes del IPN nos dieron nos hizo también entender el porqué de la respuesta que recibieron de parte del secretario de Gobernación. En la vox populi, la opinión coincidió con aquellas imágenes: jóvenes organizados, respetuosos, ni una sola agresión a propiedad privada o pública. No hubo pintas ni consignas agresivas. Los estudiantes recurrieron a la vía pacífica para manifestarse. Incluso hay imágenes que muestran cómo ellos mismos —los estudiantes en la manifestación— recogían la basura que se generaba a su paso. De aplaudirse.
En su improvisado —y también aplaudido, por las razones que ayer comentamos en este mismo espacio— encuentro con Miguel Ángel Osorio Chong, tras hacerse escuchar y recibir respuesta, terminaron con la movilización que había iniciado a mediodía.
Y no es por satanizar ningún movimiento estudiantil, pero lo que vimos el martes pasado dejó claro que aquél es uno meramente estudiantil. Recuerdo que cuando el #YoSoy132 surgió en la agenda nacional, el panorama pintaba para que naciera una organización similar, crítica pero propositiva. Sin embargo, al paso (previsiblemente rápido) del tiempo y conforme se fueron infiltrando fuerzas políticas dentro de su movimiento, lo único que ocurrió es que quedó reducido a un grupúsculo profundamente radical (y coyunturalmente útil a los intereses de quienes no dudaron en usarlos como carne de cañón).
Desde luego que las autoridades son quienes deben tener en claro los protocolos de acción para este tipo de manifestaciones. Porque, no por radicales que hayan sido las manifestaciones de los normalistas de Ayotzinapa, se justifica ni la muerte ni la desaparición de ninguno de ellos. Ese es un error operativo altamente reprobable, que lo mínimo que debe provocar es la destitución de quienes hoy representan a la autoridad. Y, más aún: investigar si los mismos policías que dispararon estaban o no al servicio del crimen organizado.
Hoy es 2 de octubre. Y es esperanzador que los estudiantes (en cuyas manos está el futuro del país) estén logrando, con los pasos correctos, que los oídos correctos los escuchen. Así es como se pueden generar los cambios que verdaderamente tienen trascendencia. Y es la mejor forma de honrar a aquellos que hace 46 años intentaban hacerlo…