Manuel Zepeda Ramos - Laco.
Piedra Imán
Manuel Zepeda Ramos
Laco.
Primogénito. El mayor de cuatro hermanos cuyas diferencias de edades entre uno y el que sigue nos hicieron hijos únicos de nuestros padres.
Yo fui el tercero. El primero me lleva doce años; la segunda me lleva cuatro y yo le llevo al cuarto, seis años.
El primer recuerdo que tengo de mi hermano mayor es caminando por la primera sur de la capital de Chiapas hacia el parque central. Me lleva de la mano, nada más que yo, de cuatro años de edad, voy agarrado de su dedo meñique. Me parecía muy alto, no obstante ser él todavía adolecente.
Otro recuerdo que me viene intensamente es el que me ubica camino al Cine Coliseo de la familia Serrano, convertido en arena de lucha libre para ver la función del sábado por la noche, también en Tuxtla Gutiérrez. Es enero y como hace frío, voy con una chamarra de pana de color vino que mi Mamá impuso como condición sine qua non. Me dio miedo porque no veía nada, solo piernas. Mi hermano se percata y me monta en su cuello. Fiat lux: Pude ver al Santo, al doctor Wagner, Dorrell Dixon, la Tonina Jackson, Pirata Morgan y al Cavernario Galindo en toda su dimensión, en dos de tres caídas sin límite de tiempo. Como ya era muy noche, me quedé dormido montado en mi caballo de amplia visión, tan profundamente que oriné a mi cuaco fraterno sin que hubiera reproche alguno, lo cual he agradecido eternamente.
En México, ubico muy bien las visitas de los miércoles a la UMLA, la escuela militar en la que también estuvieron con mi hermano mayor el Director General de mi periódico, Rubén Pabello Rojas, el Ingeniero Javier Jiménez Spriú, el candidato presidencial Francisco Labastida Ochoa, el fotógrafo Rodrigo Moya, el poeta Jaime Shelley, entre otros jóvenes de los años cincuenta que asistían a la escuela que era dirigida por Michel D´asseo y entrenada en las lides castrenses por el Coronel Beamonte Aduna, esa escuela que estaba rumbo al Desierto de los Leones. Recuerdo y extraño los pollos asados a la leña que mis papás llevaban porque era día de visita a los alumnos que estaban internos.
Cuando tenía diez años, hicimos un viaje extraordinario en una redilas Jeep de color rojo que partió de Tuxtla hacia Xalapa de madrugada, viaje liderado por papá, cargada de muebles para la casa que mi hermano mayor habría de ocupar en el Callejón de Jesús te Ampare, ya alumno de Antropología en la Universidad Veracruzana y llevando bajo el brazo su primer libro de cuentos que Sergio Galindo habría de editarlo en la UV. Íbamos sentados al aire libre en sillas muy cómodas de madera y lona que mis papás usaron en la casa del mar, allá en Tapachula. Llegamos al anochecer al Puerto de Veracruz y yo, que nunca había visto barcos cargueros de gran calado, fui invitado por mi hermano mayor para recorrer los muelles a esa hora, para después abordar un ADO rumbo a Xalapa. Llegamos a la terminal de Ávila Camacho como a las tres de la mañana, con mucho frío, que me obligó a tomarme un lechero en el restaurante de la terminal. En ese viaje conocí a Roberto Bravo Garzón quien, casi 20 años después, invitaría a mí y a mi esposa Cristina a incorporarnos a la principal Casa de Estudios de Veracruz, la Universidad Veracruzana, nuestra Casa, a la que amamos tanto.
Estando yo en la secundaria y como consecuencia de las relaciones de mi hermano mayor en Xalapa, viaja él a Cuba para incorporarse a la Universidad de Oriente, en Santiago, como maestro de literatura latinoamericana. Ese día, la contrarevolución auspiciada por los gringos bombardea el aeropuerto de los Baños y comienza la lucha armada en Bahía de Cochinos, a los dos años de haber triunfado la revolución cubana. El aprendizaje en el manejo de las armas en la UMLA fue motivo principal para que mi hermano mayor se diera de alta en las fuerzas revolucionarias cubanas, convirtiéndose con el tiempo en veterano de Playa Girón y oficial de las milicias cubanas, mientras fundaba la escuela de Instructores de Arte. Durante todo el conflicto, mi padre y yo, desde un radio Philco de bulbos, oímos radio Habana Cuba en tácita complicidad para con el soldado que nos angustiaba tanto.
A su regreso, conoce a la que habría de ser su mujer para toda la vida y madre de su hija. Nada más que, como no querían que se casara con un comunista, pues se la tuvo que robar. Es el rapto registrado en Chiapas más largo de toda su historia. Se la llevó hasta China. A su regreso, 10 años después, la reconciliación familiar no se hizo esperar con un final feliz por la primera nieta que nació en Moscú.
Ya en México, funda el Teatro Campesino, de gran impacto nacional; escribe su segundo libro de cuentos que le merece el premio Nacional de Cuento y escribe su tercer libro de cuentos, que lo hace ganador del premio Javier Villaurrutia. Era ya el mejor cuentista de nuestro país.
Después, se convierte en el Pancho Villa más reconocido del cine mexicano al personificarlo dos veces, con Paul Leduc y con Serguéi Bondarshuk respectivamente dirigiéndolo, tomando como base la novela de John Reed: México Insurgente.
Luego, es diputado federal por el PSUM y precandidato a la presidencia de la república.
Cuando el conflicto armado, es miembro fundador de la Conai, de la Comisión Especial Autónoma para resolver el conflicto zapatista y Secretario de Gobierno de Chiapas. Deja de serlo para ser embajador de México ante la Unesco.
A su regreso escribe una tetralogía de novelas que se desarrollan durante un siglo, de 1830 a 1930, que es la historia de nuestra familia y que se han convertido en texto de consulta obligada para conocer la historia de nuestra tierra, Chiapas, durante ese periodo.
¿Y por qué hago todo este recuento en mi espacio de comunicación con ustedes?
Sencillamente porque mi hermano mayor Eraclio Zepeda, Laco, a quien sus hermanos queremos con toda el alma, acaba de ganar el Premio Nacional de las Artes en el 2014 y nos llena de profunda alegría y emoción.
Es un premio fundamental para su larga carrera literaria.
Estamos felices.