Vianey Esquinca - Hechos valen más que mil discursos

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Dicen los estudiosos de la materia que en el proceso de comunicación, sólo 7% de la información se crea gracias a las palabras; 55% se construye con el lenguaje corporal (gestos, expresiones, apariencia, mirada, posturas) y  38% restante con la voz (entonación, resonancia, tono, etcétera). La comunicación no verbal es inconsciente y aunque pueden aprenderse algunos trucos para controlarla, en los momentos de presión, aflora natural y envía mensajes fuertes, claros y sin filtros. Los asesores podrán hacerles los discursos a sus jefes, pero difícilmente le pueden pasar una tarjeta recomendándole el gesto, expresión o tono más adecuado para el momento.

 

Los políticos en todo el mundo son verdaderamente casos de estudio entre lo que dicen, lo que piensan y cómo los delata su comunicación no verbal.

Cuando el entonces presidente Felipe Calderón dio un mensaje anunciando la muerte de Juan Camilo Mouriño tenía un rostro desencajado y por supuesto no lo ocultó. No era para menos, era su amigo cercano y entonces secretario de Gobernación. Sin embargo, no contó con que para esos momentos corrían versiones de que había sido la delincuencia quien había derribado el avión como un mensaje al gobierno federal. Así que cuando el mandatario se presentó a dar el anuncio, la imagen que proyectó dejaba entrever que era momento de hablarles a los parientes lejanos que vivían en Australia para pedirles asilo porque el país se estaba derrumbando.

En un caso similar, cuando fue la explosión de la Torre Ejecutiva Pemex el 31 de enero de 2013, provocando la muerte de 37 personas, inmediatamente corrió la versión de que había sido un atentado. Las autoridades salieron a aclarar que no y que la situación estaba bajo control. Eso podía haber sido creíble, pero entonces llegaron al lugar los secretarios de Gobernación, Marina, Defensa y el procurador General de la República con rostros adustos y preocupados. ¿Por qué una explosión convocaba al gabinete de seguridad?

Esta semana una fotografía llamó poderosamente la atención de la opinión pública. En ella se observa el rostro del procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, con la mirada hacia abajo, completamente concentrado, cubriéndose el rostro con las manos juntas, como si estuviera rezando. Y claro con lo que está sucediendo en el país donde se le van acumulando los expedientes, no se descarta la posibilidad de que realmente estuviera pidiendo ayuda a Dios o de plano un milagro.

Esta imagen la tomó la agencia Cuartoscuro el 14 de octubre mientras el funcionario daba una conferencia de prensa anunciando que los 28 cadáveres encontrados en Iguala no correspondían a los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa.

Seguramente esa expresión se dio en un instante, pero con el tiempo suficiente para que los atentos lentes de los reporteros gráficos dejaran al descubierto al atribulado político que siente que el mundo lo trae en la espalda.

Ese rostro no fue empático, era la viva imagen de la derrota con lo cual ayuda a fortalecer las percepciones de que las autoridades están rebasadas, de que no hay control, que el país se le está saliendo de las manos, que el conflicto de Ayotzinapa deja al descubierto la negligencia e ineptitud de varios funcionarios y que ahora sí ya nos cargó el payaso.

Si el encargado de llevar las riendas de las investigaciones está sufriendo y tiene esa cara ¿qué más sabrá? Posiblemente estaba pensando en las críticas del PAN a su trabajo; tal vez sabe que las torpezas que ha cometido la Procuraduría de Justicia del Estado de Guerrero hacen que prácticamente cualquier resultado que den a conocer en las investigaciones caiga en la incredulidad; tal vez se preguntaba cómo salir y sacar al
gobierno federal lo menos vapuleado posible. Todo eso gritó su rostro.

Por supuesto no se trata de que el procurador saliera a decir chistoretes de esos que se le salen en los momentos más tensos ni se mostrara risueño, pero sí más controlado, porque una fotografía vale más que mil caracteres en una nota.