Pascal Beltrán del Río - Peor que un pato cojo
Para los presidentes de Estados Unidos que han sido reelegidos en el cargo, el segundo cuatrienio casi nunca ha visto su mejor momento. De los 21 mandatarios que han conseguido un segundo periodo en las urnas, no todos han podido terminarlo.
Los presidentes Abraham Lincoln y William McKinley fueron asesinados durante su segundo cuatrienio. El presidente Richard Nixon, quien ganó su reelección en 1972 con más de 60% del voto popular, tuvo que renunciar al cargo menos de dos años después.
Desde que existen las encuestas, sólo dos mandatarios estadunidenses, Ronald Reagan y Bill Clinton, han tenido un mejor porcentaje promedio de aceptación en su segundo periodo que en el primero. Los demás han sentido la “maldición” del segundo cuatrienio, al menos en lo que tiene que ver con el índice de popularidad presidencial.
Barack Obama es ejemplo de ello. Cuando asumió la Presidencia, en enero de 2009, tenía una popularidad de 68%, un nivel no visto para un mandatario entrante desde John F. Kennedy. Un año antes de buscar su reelección, Obama había perdido 30 puntos, de acuerdo con la encuestadora Gallup.
Para las elecciones de noviembre de 2012, Obama estaba nuevamente en números negros. Llegó a su segunda toma de posesión, en enero del año pasado, con una aceptación de 53%, pero de ahí volvió a montarse en el tobogán. A principios de septiembre, tocó otra vez fondo: 38%. La más reciente medición lo tiene en 42%.
La baja popularidad de Obama puede no ser tan negativa para él en lo personal, pues ya no aspira a otro periodo en la Casa Blanca, pero sí dañaría a su partido, el Demócrata, que el próximo martes estará luchando por no perder su mayoría en el Senado, cuando se celebren las elecciones intermedias.
Y quizá también sería pernicioso para la imagen externa de EU, un país que está batallando por mantener su supremacía, pues el escalamiento de la pugna entre la Casa Blanca y el Congreso podría restar aún más efectividad a Obama.
El martes, además de un tercio de los escaños del Senado, también estarán en juego los 435 asientos de la Cámara de Representantes, 36 gubernaturas estatales y un número importante de alcaldías.
La temporada electoral ha tenido como uno de sus signos distintivos el que diversos candidatos demócratas que están batallando por mantener sus cargos estén tomando distancia de la Casa Blanca, a la que sienten como lastre.
Para Barack Obama, este segundo periodo ha estado lleno de calamidades. Comenzó con cuestionamientos a las labores de inteligencia de organismos como la Agencia de Seguridad Nacional, pero los escándalos no han parado: los retos de Rusia, la ofensiva del Estado Islámico, el fracaso para concretar una reforma migratoria, las fallas en la reforma de salud, los tropiezos del Servicio Secreto, y ahora, la epidemia del ébola.
En medio de todo eso, una economía que, si bien ha mostrado signos de recuperación en meses recientes —como la reducción paulatina en la tasa de desempleo—, no ofrece esperanza inmediata a millones de personas que no han visto la suya desde la arremetida de la recesión en 2008.
La peor noticia para el gobierno de Obama sería que los republicanos conquistaran la mayoría en el Senado. Actualmente los demócratas controlan esa cámara con 53 escaños, por 45 de los republicanos y dos independientes (que suelen alinearse con la mayoría). De los 33 escaños en juego en esta elección, el Partido Republicano necesitaría arrebatar seis a los demócratas y no perder ninguno de los que tiene.
Dependiendo de las encuestas que revise uno, la mayoría del Senado podría quedar en unas manos o en otras. La última semana de campaña es un duelo de estrategia, donde los dos principales partidos del país retiran dinero de contiendas aparentemente perdidas y lo meten en donde tienen mayores posibilidades de quedarse con la elección. Por ello, pronosticar un desenlace es difícil.
Sin embargo, la Casa Blanca está preparándose, por si acaso, para un escenario donde el control del Senado pase a manos de los republicanos, algo que no sucede desde la Legislatura 2005-2007.
La otra Cámara está cómodamente en manos del Partido Republicano e incluso se espera que éste incremente allí su mayoría.
¿Por qué debe importarnos esto? Es obvio que la política estadunidense repercute más allá de las fronteras de ese país.
Si las elecciones del martes 4 de noviembre deciden que el Partido Republicano recobre la mayoría en el Senado, esta situación podrá reorientar muchas de las decisiones de Washington, incluyendo el plano internacional.
El senador Pat Roberts, una de las principales figuras del Tea Party, quien busca la reelección en Kansas, dijo el otro día que el objetivo de una mayoría republicana sería “frenar la agenda Obama”.
En 1997, el poderoso Comité de Relaciones Exteriores —presidido por el republicano Jesse Helms— paró el nombramiento de William Weld como embajador en México, propuesto por el presidente Bill Clinton. Eso ocurrió a pesar de que Weld era republicano.
En esas circunstancias, Obama sería más que un lame duck (pato cojo), como se llama en EU a un político que sólo está viendo pasar el tiempo antes de entregar el cargo. Probablemente sería un Presidente irrelevante, completamente impedido para actuar.
Vaya contraste el que este hombre proyectó esperanza para Estados Unidos y el mundo en 2008. Es una prueba de que las acciones de un político son más relevantes que su carisma.