Yuriria Sierra - El desasosiego

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A todos nos tiene tan consternados, dolidos, indignados, asustados. Iguala nos tiene pasmados. Y es también sorprendente —y también profundamente triste— que, después de tantas tragedias vividas en los últimos años, sea particularmente ésta la que nos tenga tan perdidos, incluso en el debate. Nos hemos dispersado. Existe hoy una radicalización que señala que fulano o mengano son los responsables. Que lo de Iguala es sólo una consecuencia de algo que está mucho más deteriorado. Pero eso ya lo sabíamos, desde antes del caso Ayotzinapa. Y no es un tema de dos años. Ni de seis. Acaso es una violencia que fue incubándose silenciosamente desde hace más de medio siglo: la violencia asociada a las drogas. Se podrá tener razón o no, pero lo cierto es que Iguala sí ha generado un estado de desasosiego que, me permito decirlo de forma meramente personal, no se había sentido desde hace décadas. Y eso que hemos pasado por San Fernando, por granadazos en Morelia, por la masacre en aquella fiesta en Ciudad Juárez, y los tantos aterradores etcéteras en la historia reciente del país. Pero por alguna razón, es este caso, el de Ayotzinapa, el que terminó por abrir la llave del desasosiego social, ciudadano, intelectual…

 

Llevamos un mes haciéndonos un sinfín de preguntas, intentando explicarnos los porqués, entender los quiénes, descifrar los cómos, descubrir los cuándos y, sobre todo, esperar el dónde. ¿Dónde están? Y la falta de todas, pero particularmente de ésa última respuesta, ha desatado todas las discusiones. Y al final, todas ellas legítimas, dado que cuando no hay respuestas, los seres humanos tendemos a imaginarlas. Aunque a mí me parezca igual de estúpido lanzar una sentencia como “Ayotzinapa fue un crimen de Estado” (una cosa es que la policía municipal aliada con los delincuentes haya participado en este infame crimen, y otra que “el Estado” haya orquestado la matanza y la desaparición) como el extremoso “AMLO los mató” (una cosa es que López Obrador sea un mentiroso profesional y otra que sea un asesino o promotor de asesinos). En ese nivel de debate, podíamos llegar con facilidad a algo parecido a “sólo Dios sabe por qué hace las cosas...”. Nos hemos perdido en el debate, porque simplemente no encontramos una explicación que no sólo despeje las tantas preguntas, sino que regrese a los 43 estudiantes con sus familias. Que eso, finalmente, es lo que nos urge como punto de partida previo a la limpieza de casa. Pero lo cierto es que hay pedazos de verdad que podemos recoger de todas las posturas que, esperanzadoramente, nos llevan a un lugar desde el cual replantearnos como sociedad. Cierto es que el Estado (con mayúsculas) ha fallado en construir un verdadero Estado de derecho que impida infiltraciones en las instituciones como ha sucedido no sólo en Iguala y en Guerrero, sino en tantos otros municipios y estados de la República. Cierto igualmente es que tampoco la izquierda está a salvo de esas infiltraciones y esos nexos, como lo demuestra no sólo Iguala y Guerrero, sino antes de ellos el propio gobierno de Torreblanca o el de Godoy. Cierto, ciertísimo, que López Obrador por fin ha quedado desenmascarado como parte, así sea meramente testimonial, de esos oscuros andamiajes. Al final, la certeza es una sola: el maldito crimen sigue siendo el telón de fondo de lo que no logramos resolver en este país.

Lamentablemente la radicalización actual, lejos de unirnos como sociedad y como actores principalísimos del Estado, nos detiene en debates que nada tienen que ver con lo que nos tendría que ocupar. En Colombia, como apenas el martes me lo dijo Moisés Naím, lograron superar su crisis política, pero también en función de la unión social que se vivió en aquel entonces. Aquí, la polarización sólo nos hunde más en el desasosiego, porque no se encuentra una razón que quede bien con todas las esquinas. Mezquindad pura a pesar de que eso es justo lo que más estorba en una coyuntura como la nuestra.

Atrapados en si encuentran o no a Abarca (en si fulano o mengano lo ayudó a escapar) y los normalistas (en si estaban o no de alguna forma ligados a otro grupo delincuencial), no vamos a resolver todos los Abarcas potenciales del país, ni todos los desaparecidos que hay en México ni todos los cuerpos que ya han sido encontrados en las fosas guerrerenses (ni todas las que seguramente hay a lo largo y ancho del territorio). Y justamente por eso, encuentro, paradójicamente a mitad de tanto desencuentro, la posibilidad de que volvamos a plantear el pacto social que le dé un nuevo sentido y solidez al Estado de derecho e instituciones que todos los mexicanos queremos y merecemos tener.