Manuel Zepeda Ramos - Galimatías
Piedra Imán
Manuel Zepeda Ramos
Galimatías
Comunicación. La del ser humano con otro ser humano, es la más complicada.
La comunicación es, al menos, un asunto de dos. De dos seres, de dos grupos de trabajo que buscan el mismo fin, de dos equipos que practican el deporte para que este llegue a un final feliz, de dos municipios que comparten el agua potable, de dos estados que administran el resultado de la obras hidráulicas para la energía, de dos naciones con muchos kilómetros compartidos en sus fronteras.
Entre más primitivos son los seres vivos, mejor es su comunicación.
Sigo conmoviéndome cómo dos luciérnagas distantes muchos kilómetros se pueden encontrar para aparearse solo con la búsqueda de sus longitudes de onda similares de la luz que emiten. Después de un tiempo de muchas horas, se hallan para celebrar el acto que los multiplica.
El trabajo coordinado de las abejas, milimétricamente puestos en práctica, hacen que la colmena funcione como una gran fábrica de cualquier país desarrollado, con la distribución exacta de varias responsabilidades que se ponen al servicio de la producción.
Pero también hay seres vivos elementales que, si se saca de orden el sistema operativo que los hace funcionales, se trastoca su vida cotidiana.
Hay una especie de hormigas, por ejemplo, que son ganaderas. Como lo oye. Crían en corrales mínimos a otros insectos menores que producen un efluvio agradable, pero embriagante en cantidades mayores a las que solo pueden permitir placer. Cuando esto pasa, el hormiguero se descontrola, los “ganaderos” empiezan a embriagarse sin medida, hasta llegar a la destrucción total de su casa. El hormiguero se destruye.
Si eso pasa en los seres elementales, qué no sucederá en animales desarrollados.
Hay conductas en aves que sorprenden, como las que se vuelven bígamas o ladronas de nidos o criadores de huevos ajenos.
En los animales racionales, la incomunicación y la violencia suele ser infinita.
Hace mucho tiempo, lo recuerdo -más de 40 años-, visité a unos compañeros de trabajo muy jóvenes y recién casados. Me invitaron a comer. Percibí de inmediato la tensión y la violencia a punto de surgir. Apareció.
-La sopa está fría, dijo el marido.
De inmediato, un vaso voló por los aires para estrellarse en la ventana que da a la calle. Empezó el zafarrancho. En dos minutos, la casa estaba destruida porque los proyectiles de todo tipo, sillas incluidas, volaban por todo el espacio reducido del apartamento de interés social. Lloraban los dos. Parecía el fin de una relación que había empezado bien.
La incomunicación los estaba destruyendo.
El negarse a ver las cosas inmediatas que a ambos molestaban y que no se resolvían por la vía pacífica, fue creando capas y sobre capas de sucesos no resueltos que escondieron las causas primarias que, atendiéndolas en su momento, no deberían haber provocado esa gran violencia que presencié, porque la sopa estaba fría.
Hoy, la sopa fría se está tomando en algunos lugares de México.
Ante la gran tragedia que hemos sufrido todos los mexicanos, que nuestros hijos y los hijos de ellos jamás olvidarán y que habrán de transmitirse de generación en generación para que el hecho se perpetúe, como los juglares de la Edad media contaban los sucesos sociales, suceso este tristísimo que ya hizo cambiar a México, emergen ahora otros intereses que se montan en el drama enorme que nos acongoja a todos.
Fuerzas oscuras que se esconden en el anonimato evidente, como el Gólum del Señor de los Anillos, atizan el fuego y le apuestan a la inestabilidad del país sin medir las consecuencias, terribles, que traería un suceso de estas dimensiones con más de 100 millones de mexicanos como protagonistas, la inmensa mayoría de manera involuntaria.
México cambió.
Ya no será igual a lo que era antes de los sucesos de Iguala.
La gran tragedia ya tiene nombres a quien reclamar y culpar. Están confesos, cínicamente confesos, producto de la descomposición evidente de México en los últimos años. Caerán más. El crimen se castigará con el peso de la ley para escarmiento de la historia negra que le dio lugar.
México no puede detenerse.
Ha costado mucho esfuerzo construirlo y muchos muertos en todo el tiempo de su existencia como nación. Es historia de vida dolorosa, como la de otras naciones que se construyen.
Es tiempo de hacer valer la vida democrática de México ¿Cómo?
Con la participación de todos, luchando por el poder que la democracia ofrece.
Eso exige participación intensa que lleve a la creación de militancias nuevas.
México no puede ser “ganadero” que se embriaga por descuido.
México no se quiebra.