Cecilia Soto - No hay ni debe haber un proyecto de nación
La idea de un proyecto de nación y de fuerzas oscuras o no que lo buscan descarrillar está caduca. México es demasiado grande, complejo, plural y diverso para que un proyecto de nación lo pueda definir y contener. Y eso está bien. Hace poco celebramos 200 años de Independencia y 100 años de la Revolución Mexicana, eventos en los que quizá era apropiado hablar de un proyecto de nación pues ésta apenas se estaba formando como nación independiente y después con la Revolución como una república que aspiraba a ser democrática y con fuertes reivindicaciones sociales. Pero después de un siglo del movimiento de 1910, el arreglo que santifica la celebración de elecciones presidenciales cada seis años simplemente establece que podrán convivir fuerzas políticas que sostengan e impulsen proyectos diferentes y hasta discordantes para México siempre y cuando lo hagan ateniéndose a las reglas democráticas.
Y la Constitución recoge los límites que puede haber en el desacuerdo: los proyectos de las diferentes fuerzas deben respetar el conjunto de libertades que se han venido ampliando precisamente gracias a la fricción y choque entre diversos “proyectos de nación” confrontados en elecciones y fuera de ellas. Hoy mismo convive la Ciudad de México con un conjunto de libertades ambicioso y humanista que es visto con recelo por diversas fuerzas políticas, para empezar por el partido que perdió la Presidencia en 2012. Convive ese proyecto de libertades ciudadanas con otros proyectos en varios estados de la República que pretenden tutelar lo que debe o no hacer una mujer ante un embarazo no deseado o cuando se ame a alguien del mismo sexo. Y una sana incertidumbre democrática sobre cuál proyecto irá prevaleciendo se tendrá que dirimir en las elecciones.
En los numerosos municipios de mayoría indígena existe también otro proyecto, ajeno a modos de producción y convivencia que prevalecen en las grandes urbes. También en este caso, de la fricción y confrontación con proyectos modernizadores surgen iniciativas como la iniciativa recién aprobada en el Congreso de la Unión para garantizar que las mujeres puedan ejercer sus derechos políticos a plenitud, aun en los municipios en donde prevalecen los llamados usos y costumbres.
Hay un proyecto económico, que no de nación, que el Presidente enarboló y que muchos apoyamos, dentro y fuera —como es mi caso— del PRI, cuyo centro es la Reforma Energética. Las fuerzas que no están de acuerdo con ese cambio en particular se acogieron a la opción democrática de disentir mediante la consulta popular, opción que, desafortunadamente, fue anulada por la Suprema Corte de Justicia.
Recurrir al discurso de la desestabilización, el mismo discurso de Díaz Ordaz para justificar la represión del 68, el mismo de Luis Echeverría contra los empresarios de Monterrey, el mismo del presidente López Portillo en 1982 por la caída del precio del petróleo, no sólo es un despropósito para un presidente que tenía dos años en el 68 sino sobre todo demuestra una incapacidad para leer el verdadero estado de ánimo del país. Y ese estado de ánimo no lo representa la minúscula minoría de anarquistas violentos, por más mediáticas que puedan resultar sus acciones. Los discursos que claman orden ante una docena de bombas molotov son apenas un distractor de la verdadera problemática.
La ciudadanía viene de la decepción profunda con el PAN que había hecho de la honestidad una bandera; que había proclamado por décadas la necesidad de acabar con las costumbres priistas del amiguismo para los puestos públicos y acabó siendo más papista que el Papa: repartiendo puestos a los amigos ineptos y practicando con pericia el robo en despoblado, los moches en el gobierno y en el Congreso y el tráfico político con la justicia y los derechos humanos.
La gente no quiere ver de nuevo la misma película. Ése es el significado del profundo malestar causado por la información en torno a la llamada Casa Blanca y el aparente conflicto de interés con la licitación para el tren rápido de Querétaro. El vocero presidencial, Eduardo Sánchez, por cierto autor de la Ley de Adquisiciones, Arrendamientos y Servicios del Sector Público cuando fue legislador, argumentaba en entrevista con la periodista Carmen Aristegui que no había conflicto de interés porque de seis mil licitaciones el grupo empresarial mexiquense Grupo Higa había ganado sólo dos, como si se tratara de aritmética de primaria. Ganó una de las licitaciones más importantes del sexenio en circunstancias por demás cuestionables. Y no ha habido consecuencias, pero tiene que haberlas.
Finalmente, resulta interesante preguntarse por qué en el mitin del 20 de noviembre, en vez de quemarse la figura del líder delincuencial, autor intelectual del probable asesinato de los normalistas de Ayotzinapa, se quemó un muñeco que representaba al presidente Peña Nieto. El gobierno actual desapareció a la Secretaría de Seguridad que servía de pararrayos en materia de seguridad y disminuía el desgaste al Presidente de la República. Genaro García Luna atraía, con razón y sin ella, rayos y centellas. El actual gobierno desapareció esa diferencia y atrajo para sí, más cercanamente, todo el tema de seguridad. Desmantelado el pararrayos, cayó uno fulminante. Nos encontramos en Twitter: @ceciliasotog
*Analista política