Pascal Beltrán del Río - Sin cabeza
La marcha avanzaba el jueves pasado por Eje Central, proveniente de Tlatelolco. Cuando uno de los contingentes se aprestaba a tomar la calle Cinco de Mayo, una voz anónima surgió estruendosa.
—¡Mejor por Madero!
La respuesta fue una rechifla. La improvisada organizadora tardó unos segundos en entender que le mentaban la madre por pronunciar el apellido de un político —el del líder nacional del PAN (con licencia)— y no por proponer una ruta alterna hacia el Zócalo.
—¡Nooo… que por la calle de Madero! —precisó, y los manifestantes estallaron en una carcajada.
Sin embargo, daba la impresión de que cualquier apellido asociado con políticos actualmente encumbrados hubiera provocado idéntica reacción si alguien lo hubiera gritado en ese momento.
Lo indudable es que los partidos políticos no han tenido cabida en las movilizaciones para exigir la presentación de los estudiantes normalistas desaparecidos desde hace casi dos meses.
La izquierda electoral, que normalmente hubiera encabezado o, al menos, acompañado una demanda de este tipo, está borrada.
La razón es bien sabida: fue el Partido de la Revolución Democrática el que postuló como candidato a la alcaldía de Iguala a José Luis Abarca, actualmente preso en el penal de El Altiplano.
La desaparición de los normalistas ha metido al PRD en una crisis sólo superada por la que vive el gobierno federal por el mismo motivo.
Hace una semana, el exlíder nacional perredista, Cuauhtémoc Cárdenas, demandó la salida de la dirigencia nacional para realizar un examen de conciencia y una renovación del partido.
Ese encontronazo tendrá un nuevo capítulo mañana cuando Cárdenas y el presidente del PRD, Carlos Navarrete, se vean las caras en un diálogo público en la sede nacional del partido.
Al parecer, el PRD y su corriente hegemónica, Nueva Izquierda, nunca podrán arrepentirse lo suficiente de haber arrancado a Abarca de las filas del lopezobradorismo para hacerlo candidato a alcalde y asegurar el triunfo en las elecciones.
Abarca se había acercado a la política de la mano de Lázaro Mazón, el político guerrerense más próximo a Andrés Manuel López Obrador.
Éste avaló la candidatura de Abarca, pese a los antecedentes que le dieron a conocer, y tuvo el mal tino de dejarse fotografiar con él durante un mitin de 2012. La foto ha circulado profusamente en las redes sociales y los medios de comunicación.
Por ello, el PRD y Morena no pueden acercarse al tema Iguala sin quemarse. El PRI y el PAN, tampoco. Del resto de los partidos ni caso tiene hablar.
Eso deja al movimiento social que se ha aglutinado en torno de la demanda de presentación de los normalistas sin una cabeza visible.
Los románticos de la protesta dirán que eso es bueno, pues el pueblo no necesita líderes.
Pero la historia enseña que la ausencia de un liderazgo que conduzca el movimiento y decida cuándo tiene que meter el acelerador y cuándo el freno, generalmente lleva a la dilución o la inmolación.
Una de las cosas más sensatas que he escuchado en los últimos días en torno de este movimiento la dijo el comandante Moisés, a nombre de la Comandancia General del EZLN, con la que se reunió una de las caravanas de familiares de los normalistas el pasado 15 de noviembre en Oventic, Chiapas.
El líder zapatista les dijo que muchos de los que “ahora se amontonan alrededor de su digna rabia por moda o conveniencia” después los dejarán solos, y que más valía que se prepararan para ello.
Moisés agregó “que nadie piensa en nosotros los pobres de abajo… Sólo aparentan estar para ver qué sacan, cuánto crecen, qué ganan, qué cobran, qué hacen, qué deshacen, qué dicen, qué callan”.
Es muy difícil olvidar las inmensas movilizaciones espontáneas que llevaron al cese al fuego en Chiapas en enero de 1994.
Si lo que describió Moisés le sucedió a un movimiento que no sólo tenía legitimidad social sino la conducción de un líder carismático como el subcomandante Marcos, habría que reflexionar sobre qué puede esperarle a uno igualmente legítimo pero sin estructura ni cabeza visible.
Hasta ahora, los interlocutores del movimiento de Ayotzinapa con el gobierno federal han sido los familiares de los normalistas, pero no estoy seguro hasta dónde puede llegar la parte que ha sido víctima cuando adopta el papel de cabeza de un movimiento.
Habría que buscar luces sobre eso en el caso más reciente: el de Javier Sicilia.
Lo cierto es que hasta ahora los familiares han tenido una demanda concreta: la aparición de sus hijos. Esa exigencia necesariamente tendrá que ajustarse una vez que lleguen los resultados de las pruebas que se aplican en Innsbruck, Austria, a los restos levantados en el municipio de Cocula.
Sin embargo, aunque la demanda de presentación de los normalistas es lo que articula a este movimiento, se le han ido sumando causas, como la renuncia del presidente Enrique Peña Nieto, y hasta compañeros de viaje, como el Sindicato de Telefonistas, que sorpresivamente se sumó el jueves pasado a las manifestaciones.
Es evidente que este movimiento va más allá de Iguala y Ayotzinapa. La pregunta hoy es si surgirá quien lo conduzca hacia algo concreto, aceptable para sus interlocutores, y lo ayudará a canalizar esa energía por las vías legales e institucionales.