Jorge Fernández Menéndez - Cuauhtémoc: ni venganzas ni perdones

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Me tocó cubrir para el unomásuno de aquellos años, todavía dirigido por Manuel Becerra Acosta, muchos de los eventos de la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. Recuerdo sobre todo tres: el acto en el cual Heberto Castillo resignó la candidatura del PMS (de lo que tendríamos que definir como la verdadera izquierda de entonces) a favor del Frente Democrático, abriendo también el camino para posteriormente formar el PRD fusionando ambas agrupaciones, usando el registro del PMS; el mitin del cierre de campaña en el Zócalo, multitudinario, creo que como ningún otro de carácter electoral que yo haya visto en esa plaza; y un tercero, después de la elección, casi igual de concurrido pero en el cual Cárdenas tuvo el mérito, a pesar de sus denuncias de fraude, de no lanzar a la gente a la calle.

 

Pero lo que vino después fue decepcionante: teniendo una enorme fuerza política, espacios legislativos y mediáticos como nunca los había tenido, el naciente PRD se concentró, como Cárdenas, en el discurso del fraude y la ilegitimidad de un gobierno, el de Salinas, que literalmente lo avasalló con sus medidas. El resultado fue que en 1991 en las elecciones intermedias, las mismas fuerzas que estuvieron a punto de ganar las elecciones en el 88, terminaron, sumadas, con poco más del 11% de los votos. Esa etapa de Cárdenas provocó también la primera desbandada importante del PRD, con la salida de buena parte de los entonces jóvenes dirigentes que se podrían describir como la inteligencia del partido: desde José Woldenberg hasta Jorge Alcocer, desde Rolando Cordera hasta, poco después, Gilberto Rincón Gallardo.

Cuando vino la elección del 94 también se equivocaron como partido y Cuauhtémoc como dirigente. El levantamiento zapatista del 94 los sorprendió tanto como al gobierno y terminaron coqueteando con una fuerza que, en realidad los despreciaba.

Cárdenas no fue opción en la elección del 94, ganó Ernesto Zedillo y pudo haber ganado Diego Fernández
de Cevallos.
 Se cruzó luego la crisis de diciembre del 94 y cambió el país y el juego político. Por primera vez hubo elecciones en el Distrito Federal para elegir jefe de Gobierno. Llegó la oportunidad de Cárdenas que hizo, por primera vez, una campaña completamente diferente a las suyas anteriores: fue un Cuauhtémoc abierto, con un lenguaje corporal mucho más ligero y políticamente ubicado mucho más en un centro izquierda progresista que en las líneas del nacionalismo revolucionario. Cárdenas arrasó en 1997 en el DF y muchos pensamos que la suya era la verdadera alternativa ante el PRI en el año 2000.

Pero, por alguna razón, su gestión en el DF, sin ser mala, se comenzó a desdibujar, mientras que la candidatura de Vicente Fox crecía como la espuma. Fox ganó en el 2000 y dejó a Cárdenas en un lejano tercer lugar con un Andrés Manuel López Obrador, que no cumplía con los requisitos para ser jefe de Gobierno capitalino, en esa posición y decidido a quedarse con el partido y desplazar al propio Cárdenas, a quien había sido su sucesora interina en el gobierno del DF y luego presidenta del PRD, Rosario Robles, y a todo aquel que no impulsara desde el inicio su candidatura para el 2006.

Comenzó entonces una época de sombra para Cuauhtémoc. Cuando llegaron los videoescándalos, Rosario dejó el PRD y Cuauhtémoc terminó renunciando a todos los órganos de dirección del partido en los que todavía participaba. Nunca, incluyendo el día de hoy, la estructura y la dirigencia del PRD estuvieron tan lejos del ingeniero.

Vino la campaña del 2006 y fue ignorado por López Obrador. Pero en la medida en que Andrés Manuel se lanzó a aventuras ridículas como la presidencia legítima con un discurso intransitable para cualquier otra fuerza política, la figura de Cárdenas comenzó a resurgir como un interlocutor con el que, sin abandonar principios ni historia, se podía dialogar y abrir espacios. Eso ahondó las diferencias de Cuauhtémoc con Andrés Manuel. Pero terminada esa elección el que decidió irse del PRD fue López Obrador.

Eso también cambió la correlación de fuerzas internas y Cuauhtémoc comprobó que tenía legitimidad y presencia política, incluso más que antes, pero no estructura, misma que estaba, sobre todo, en manos de la corriente de Nueva Izquierda. Lo lógico hubiera sido una alianza entre ambos, en la que los dos ganaban. Lo que ocurrió fue la ruptura, confirmada anoche.

Para Cuauhtémoc, un hombre admirable en sus aciertos y errores, queda el tratar de ser lo que ya es: un referente, un hombre de causas, un funcionario de alto rango y consultor de peso para Miguel Mancera. Para el PRD, que tendrá en los próximos días otras partidas, algunas dolorosas, otras benéficas, la crisis es la oportunidad de volver a ser una fuerza de centroizquierda que trascienda el nacionalismo revolucionario y retome el camino socialdemócrata que, vaya paradoja, canceló hace 25 años cuando irrumpió con toda la fuerza de la época el propio Cuauhtémoc Cárdenas.