Yuriria Sierra - El anuncio de EPN

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Durante estos días que siguieron al anuncio en que el presidente Enrique Peña Nieto daría a conocer una serie de medidas para atender la crisis (que al cabo de los días ya se había convertido casi en tormenta) derivadas primero de la tragedia de Ayotzinapa y sus 43 estudiantes desaparecidos, un importante sector de la población (incluidos varios de los más conocidos opinadores) parecía esperar anuncios grandilocuentes. De esos que, sexenio tras sexenio, se utilizan para “calmar las aguas” cuando el gobierno en turno atraviesa momentos turbulentos. Aunque a la postre demuestren no tener gran impacto o relevancia. Esperaban (en la más pura y superficial pero muy mediática tradición) los acostumbrados “cambios en el gabinete”, como si esos fueran la solución a problemas que, por lo general, poco tienen que ver con las personas y mucho con las instituciones.

 

Algunos, en un extremo, hubieran esperado un anuncio estridente y populista como “mandaré una iniciativa de reforma constitucional para que se incluya la revocación de mandato” (misma que habría aligerado los ataques de un determinado público que es políticamente simplista, pero que, obviamente, no habría prosperado ni en “comisiones” en el Congreso). O en el extremo opuesto algo como “mandaré una iniciativa de reforma para instituir la pena de muerte a delincuentes, secuestradores y agitadores sociales” (que habría generado simpatías entre ese sector social, que no es flaco, que piensa que todo se soluciona con “mano dura”).

Peña Nieto hubiera podido también caer en la tentación, claro, de prometer lo utópicamente deseable pero terrenalmente irrealizable (como también sucede con frecuencia entre los políticos que no toman en cuenta al Estado, sino simplemente a sus clientelas políticas, o las encuestas del momento). El Presidente optó, en cambio, por un mensaje social y políticamente sensato, compuesto por propuestas, iniciativas y programas concretos y viables: atender la coyuntura con medidas puntuales que estuvieran, con sensibilidad social, honestidad intelectual y factibilidad política, a la altura de las circunstancias.

Cuando la coyuntura es tan compleja y las expectativas tan elevadas, todos optamos por desear que nos endulcen los oídos con milagros, respuestas que tuvieran impactos inmediatos. La insensatez a veces nubla nuestra capacidad crítica. En ese sentido escribía hace un par de días sobre la “renuncia” que algunos claman, como si con ello se esfumaran los problemas. Lo que ayer presentó Enrique Peña Nieto fue, diciéndolo a bote pronto, no el relanzamiento, el necesario replanteamiento de su proyecto de gobierno.

Atendió los dos temas más “calientes” de la coyuntura. No rehuyó a ninguno: Ayotzinapa y la polémica generada por la Casa Blanca (el tema de los contratistas y los posibles conflictos de interés). En la parte discursiva, más allá de responder reactivamente a los reclamos hizo algo mejor: se puso del lado de los ciudadanos e hizo suyo el grito colectivo que hemos escuchado desde hace semanas y que todos, con intensidad y por razones distintas, hemos pronunciado. #TodosSomosAyotzinapa es adoptado por el Presidente porque es así como asume la gravedad de la crisis y convierte el reclamo colectivo en motor de cambios, de medidas que pretenden no sólo construir un verdadero Estado de derecho, sino también ir más lejos, llegar al origen, a la raíz de varios pendientes y heridas históricas que han generado las condiciones para que tragedias como esta pudieran ocurrir: la pobreza y la desigualdad que son las ventanas de oportunidad de crecimiento para la delincuencia. Y aquí entra la parte del mensaje de ayer y que se refiere a la creación de zonas económicas especiales (y no meros programas asistencialistas) para atender con visión de largo plazo aquella que viene de los lugares del país más lastimados: Chiapas, Oaxaca y Guerrero.

Las diez medidas anunciadas ayer (mismas que no voy a enlistar porque ya están publicadas en las páginas de este diario) son todas propuestas concretas, realizables y necesarias. A mi parecer, el mensaje de ayer es una señal de que, contrario a lo que muchos habrían o habíamos pensado en estas semanas, Peña Nieto y el gabinete que lo acompaña han entendido el tamaño de la crisis y están buscando las formas más reales para resolverla. Lo de Ayotzinapa como acontecimiento que nos obligó a mirar en todas direcciones, y que debe comprenderse como una coyuntura que sirva, justamente, para obligar al Estado mexicano a atender todos los horribles pendientes y que no se han logrado resolver, ni siquiera con la alternancia política en el Ejecutivo.  Si todo lo anunciado ayer se implementa a la brevedad posible y con visión de Estado, esta crisis será la oportunidad para que Peña Nieto (re) construya un proyecto que, tal vez obligado por las circunstancias, vaya mucho más lejos de lo inicialmente planteado. Hace dos años, eran las reformas estructurales. Dos años después, el momento le exige que la verdadera transformación del país tenga que ser, por fin, la de terminar con una cultura colectiva que nunca ha tenido a la ley como su sustento y su hilo conductor. En todos sus niveles, y entre todos sus actores. Que sí: somos todos los mexicanos.