Alberto Begné Guerra - Mi personaje del año

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El 2014 quedará marcado en nuestra memoria por el infame crimen contra los jóvenes normalistas de Ayotzinapa, pero también por la solidaridad y el reclamo ciudadano frente a la barbarie y la corrupción. Aun los episodios más oscuros suelen tener un lado luminoso y, en este caso, lo han representado las múltiples expresiones de sensibilidad, inconformidad y protesta. Sin olvidar el horror con el que amaneció México el 27 de septiembre, me quedo con la gratificante rebeldía que, sobre todo en los jóvenes, refleja la energía social necesaria para impulsar un cambio de fondo a favor de la civilidad y la equidad.  

 

 

En el plano internacional también recibimos este año malas y buenas noticias. Quedan en el recuerdo, como siempre, infinidad de hechos que lamentar, casi todos asociados al fanatismo y la intolerancia religiosos, raciales e ideológicos: la renovada xenofobia europea; las exhibiciones de terror de los desorbitados militantes del Estado islámico; las inclinaciones teocráticas y racistas del gobierno de Israel; la demencia despótica y militarista de Corea del Norte; y, entre muchos otros, la escalada política y belicista del nacionalismo ruso. Tuvimos, por otra parte, buenas noticias, entre las cuales destacó la ampliación de los compromisos internacionales contra el calentamiento global y, en nuestro espacio continental, el restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Pero algo que, en mi condición de agnóstico, celebro con especial entusiasmo, es la gratificante revelación que ha significado el papa Francisco.

 

Con una visión transformadora y un talante abierto y crítico su discurso y sus acciones han acreditado un liderazgo humanista que, a la vez, comprende y trasciende la órbita de la Iglesia católica y sus fieles. En su actuación reconozco la voluntad de recuperar los principios originarios del cristianismo contra la desigualdad, la opulencia, la simulación y la intolerancia. Con palabras directas y decisiones firmes, no sólo ha puesto el dedo en la llaga de una institución religiosa plagada de desviaciones —pederastia, impunidad, misoginia, relaciones con el crimen y corrupción, entre otras—, sino también en las distorsiones de una época en que las exigencias éticas y solidarias de la vida social han sido desplazadas por el vértigo de la ambición material, el egoísmo y la depredación.

 

Es difícil saber hasta dónde llegarán el impulso transformador de la Iglesia católica y los alcances terrenales de su pontificado, pero ya hemos visto en diferentes frentes resultados tangibles de enorme valor, como los encuentros a favor de la tolerancia con otros líderes religiosos o sus buenos oficios para las fructíferas negociaciones entre los gobiernos cubano y estadunidense. Por estas razones, mi personaje de 2014 es el papa Francisco.

 

                *Socio consultor de Consultiva

 

 

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