Félix Cortés Camarillo - Burros y vacas, y uno que otro viejo buey
La política mexicana, esa singular mezcla de pillería y cinismo, no se conforma con fastidiar al resto de la humanidad; tiene que ensalzarse en su actitud y presumir sus logros como si fueran trofeo de caza, conquista amorosa o éxito financiero. Practican lo que los gringos definen como la injuria encima del insulto.
No cabe duda que líder en ese ministerio son los cabecillas del llamado Partido Verde Ecologista de México, una empresa iniciada como negocio familiar que ha encontrado acomodo fácil y provechoso en el alquiler de sus siglas, membretes y votos acarreados. Diseñado para darle un barniz de supuesta legalidad y equidad al sistema electoral mexicano, se autodefinen como el fiel de una balanza que de entrada ya está cargada y negociada pero que necesita el tinte de decencia que les supone la participación de unas minorías indefinidas, aunque justamente la defensa del medio ambiente y la ecología debieran ser, en nuestro país y en todo el mundo, lo más fácil de definir y lo más inobjetable a la hora de opinar.
Ayer por la mañana escuché en Imagen Radio a uno de esos especímenes de cuyo nombre no quiero acordarme presumirle a Jorge Berry los avances que su bancada ha propiciado en la defensa de los otros animales. Los rajones ecologistas no le entran literalmente al toro, desde luego, porque están perfectamente enterados no solamente que la fiesta brava tiene unos seguidores que entusiastas defenderemos su permanencia en nuestro país: saben también el dinero que se mueve en torno a ese espectáculo tradicional popular y los intereses que estarían pisando. No, el legislador se ufanaba no solamente de haber logrado, dijo, la prohibición de los animales en los circos de todo el país sino que ahora han escalado un peldaño más en la escalera de su demagogia. Se prohíbe el uso de delfines en los espectáculos no fijos, whatever that means.
Estos mamíferos, que seguramente poseen una inteligencia mayor que muchos de sus congéneres bípedos, comenzando por los miembros del PVEM, no solamente son usados para que hagan piruetas en el aire y el agua, que algunos científicos afirman que es su manera lúdica de vivir, su juego hilarante con el que se ríen de la cara de imbéciles que los demás ponemos en las gradas. No se me olvida el papel que en el tratamiento de ciertos trastornos graves de conducta en niños juega la delfinoterapia, como el trato de niños con caballos tiene en otros fenómenos parecidos. Pues no, los señores verdes ecologistas han entrado a la escena para salvar a los pobrecitos delfines porque, dijo el sabihondo, la naturaleza de los delfines no está en vivir en un espacio de quince por diez.
Las damas que adoran sus mascotas y pudieran verse tentadas a aplaudir el sofisma de los defensores de los animales harían bien en reprimir un momento sus manifestaciones con tanta euforia. El verde ecologista, que ya prohibió el uso de animales en los espectáculos para niños, va a seguir en su implacable plan de vindicación animal. No pasará mucho tiempo para que sean prohibidos los perros falderos de todas tan queridos, los gatos de Monsiváis, el canario que el gato Sylvester nunca podrá capturar y los peces que en una esfera de cristal deambulan por las aguas contenidas. Después de todo, los cánidos son descendientes de lobos salvajes y su hábitat es la estepa, los felinos domésticos debieran vivir en la selva como los jaguares y los tigres y, desde luego, la naturaleza de los peces no es la de vivir en un espacio cerrado en la sala de una casa burguesa. ¿A dónde vamos a parar? Tal vez a regresar al ser humano a su hábitat original en Papúa Nueva Guinea, en pelotas y descalzos.
Desde los tiempos de Egipto, cuando comienza la cohabitación de animales y seres humanos, el tema es controversial y difícil de abordar en una columna breve y superficial. Yo personalmente, quisiera que alguien me ilumine y enseñe a convivir con los otros animales, y a entender su lenguaje e instintos. Especialmente con los miembros del partido Verde Ecologista de México.
Porque, como canta Pedro Infante, a veces quisiera ser, tortuga para correr.