José Elías Romero Apis - La política de Moreno Valle

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Buen gobierno el que está desempeñando Rafael Moreno Valle en Puebla. Eso lo hace ver como una fuerte carta para la candidatura presidencial de su partido. Tiene muy claras sus metas para el bienestar de los poblanos. Sabe convertir sus ideas en resultados. Y, para completar, está muy bien rodeado con un fuerte y eficiente equipo del que, en aras de la brevedad, tan sólo menciono a Luis Maldonado, para comenzar.

 

Decía Confucio que gobernar significa entender. El gobierno local aporta magníficas experiencias. El aprendizaje para la toma de aquellas decisiones muy directamente ligadas con las preocupaciones inmediatas de la sociedad: el agua, la seguridad, la vialidad, el transporte, el equipamiento urbano, la educación, el desarrollo y otros temas. Además, la capacidad para insertarlos y articularlos en el contexto de la política nacional y en la posibilidad de intermediación entre una sociedad normalmente urgida de soluciones gubernamentales y un gobierno federal que centraliza las mayores posibilidades de acción.

 

 

Se cuenta que el visionario presidente Miguel Alemán, al conocer la postulación del ilustre presidente Adolfo López Mateos, adelantó una premonición de lo que sería una muy venturosa gestión presidencial debido a que el mexiquense se había formado políticamente a través de encomiendas muy cercanas a los problemas humanos y sociales del pueblo.

 

Pero, junto a su acertado optimismo, Alemán sentía una única preocupación consistente en que el futuro Presidente nunca había sido gobernador. Aún anticipando que superaría la falta de esa importante vivencia, le inquietaba que ello sentara precedente, como sucedió, para los tiempos venideros.

 

Las razones eran muy obvias. Miguel Alemán consideraba que las experiencias de los cargos de elección popular no se compensan con las muy respetables facultades que se desarrollan en los cargos de la administración pública. Pero, más aún, que de todas las encomiendas conferidas por vía electoral la más completa y que más despliega las cualidades del individuo es, precisamente, la gubernatura.

 

La cuestión tiene importantes  connotaciones más allá de lo que aparece a primera vista. No en balde su ausencia curricular constituía, en 1958, un fenómeno insólito en la política mexicana. Desde Carranza, los presidentes mexicanos habían sido gobernadores de sus estados.

 

Pero, efectivamente, allí se inició una nueva tendencia que habría de prorrogarse hasta fin de siglo. Ya para las elecciones presidenciales del año 2000 la selección de los tres principales partidos políticos se centraron en siete exgobernadores. El PRD no tenía para escoger más que a Cárdenas. El PAN dudó momentáneamente entre Fox, Medina y Barrio. En el PRI las opciones reales eran Labastida, Madrazo y Alemán.

 

Y para la elección del 2006, el propio Madrazo se impuso a Montiel y López Obrador a Cárdenas, todos ellos ya gobernadores. Felipe Calderón no lo había sido. De nueva cuenta, en el 2012, la contienda real se dio entre Peña Nieto y López Obrador, ambos con gubernaturas curriculares.

 

Esto no deja de llamar la atención, sobre todo si se le compara con la similitud de las tendencias norteamericanas de gobierno, aparentemente más “tecnocratificadas” pero, en el fondo, altamente politizadas. Baste mencionar que, de las 10 elecciones  norteamericanas celebradas desde 1976, sólo en tres  de ellas se eligió a alguien que no había sido gobernador.

 

Muchos políticos y observadores han dicho, en innumerables ocasiones, que desde el ejercicio del poder local se conoce los problemas individuales de los gobernados a título integral. Es decir, más allá de que los problemas que les son planteados, o cuando menos platicados, sean o no de su incumbencia, el contacto personal directo los involucra ineludiblemente en el conflicto humano de sus conciudadanos.

 

Es muy cierto que, al caminar por las calles de su localidad, los gobernadores constantemente saludan a los viandantes, saben sus nombres y conocen sus principales problemas o logros individuales. Conocen de la marcha de sus negocios. Están enterados de sus aconteceres familiares. No ignoran sus posiciones y preferencias políticas. Casi nada les resulta oculto de lo que cada quien piensa de su gobierno y de lo que espera de él. Sólo a base de una impermeabilidad absoluta como gobernante, que también se han dado casos, puede un mandatario local llamarse desconocedor del acontecer humano de su entidad.

 

En fin, buena escuela de gobierno son las gubernaturas. Aprovechemos sus bondades. Conciliemos sus razones con las de otras especialidades públicas muy valiosas e imprescindibles. Practiquemos el federalismo que sabiamente reúne capacidades y, también, sabiamente separa potestades. Como se le vea es un ejercicio muy valioso. Quizá México no sería igual si Venustiano Carranza y Benito Juárez no hubieran sido gobernadores. Quizá otro hubiere sido nuestro destino si Francisco Madero lo hubiere sido.

 

*Abogado y político. Presidente de la Academia Nacional, A. C.

 

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Twitter: @jeromeroapis