José Buendía Hegewisch - Elecciones marcianas

el

La temporada electoral comienza en un ambiente de doble clima de opinión. Las precampañas parecen venir de Marte y corren en pendones junto al bombardeo de propaganda de spots, que pretende representar el regreso a la normalidad y diferenciarse de otra atmósfera que perciben los ciudadanos de la cotidianidad. Los partidos y el gobierno quieren hacer creer que saben que las cosas no pueden seguir igual, pero no dan respuestas reales a la crisis de credibilidad, quizá porque ignoran que no saben qué hacer, como dijo esta semana The Economist sobre el presidente Peña Nieto. Mientras que desde la sociedad hay un vacío de liderazgos que articulen el hartazgo en propuestas más allá del lance de candidaturas desesperadas de Cuauhtémoc Blanco o del payaso Lagrimita al ruedo electoral.

 

Las rutinas políticas caminan como han funcionado en los últimos años, aunque las percepciones apuntan a que el país no puede ser el mismo tras la crisis de seguridad que deja la demostración de ejecuciones extrajudiciales en Tlatlaya por los militares de la guerra contra el narco; las desapariciones forzadas que evidenció Ayotzinapa y  fosas clandestinas en Guerrero; el crecimiento de políticos auspiciados por el crimen y la penetración en las instituciones; o la sospecha de que la corrupción es más amplia de lo que se pensaba con nuevas revelaciones sobre el patrimonio inmobiliario del Presidente.

 

 

La percepción de incertidumbre de las encuestas sobre la marcha del país lleva a ver  que, detrás de la apariencia de normalidad, se extiende la sensación de que nada puede ser igual, aunque la clase política se comporte del mismo modo y la sociedad no encuentre la forma de hacerla cambiar sin subvertir violentamente el orden.

 

Las maquinarias partidistas apuestan a sepultar su descrédito con toneladas de propaganda que paga el erario público. Paradójicamente, ahí confinan los mensajes de lo que está mal, aunque nadie crea. Pero refuerzan su desprestigio con la repetición de prácticas, como la búsqueda del próximo “hueso” de los chapulines y otras formas de reproducción endógena a través del reparto de candidaturas a sus hijos y sobrinos. En Yucatán, el hijo del coordinador del PRI en el Senado, Emilio Gamboa, del exgobernador del Edomex, Alfredo del Mazo, o en Morena el del gobernador de Tabasco, Arturo Núñez, junto con una larga lista.

 

En su lógica habitual, siguen con la guerra sucia y las descalificaciones, peleas intestinas en el PAN por el control del aparato, así como las escisiones de cuadros históricos en el PRD, el último de ellos, Alejandro Encinas, como consecuencia de la plataforma que ahora abre Morena y el desprestigio perredista. El reconocimiento de cambio, ante ello, es retórica y discurso sin propuesta o cálculo político, como la salida del excomisionado Alfredo Castillo para “no contaminar el ambiente electoral” en Michoacán.

 

En ese ambiente de clima doble, en el ánimo social indigna saber que cada ciudadano dará 12 centavos diarios para las elecciones hasta sumar alrededor de 18,000 millones de pesos. Fuera de la clase política, una parte apuesta por mantener las movilizaciones para que permanezca vivo el hartazgo. Y hay también quienes buscan oponerse a las Reformas del gobierno para conservar sus cotos de poder y prerrogativas, como la CETEG con su llamado a boicotear los comicios y la violencia contra el INE en Guerrero. En general, el descontento augura alto abstencionismo, al que otros consideran como una forma de castigo o sanción por la falta de alternativas.

 

¿Cuánto tiempo puede mantenerse esa ruptura? ¿Cuánto puede durar el hartazgo? ¿Cuánto mantenerse la realidad del país fracturada en dos discursos? ¿Cuáles salidas?

 

Formalmente bastaría el 5% de la votación para elegir las 9 gubernaturas y renovar el Congreso, independientemente del abstencionismo. Incluso si llegaran a anularse algunos distritos por violencia e inseguridad, como en Guerrero y Michoacán.

 

Entonces las elecciones habrían servido, por ejemplo, para la transmisión pacífica del poder, que no es un dato menor, o evitar el vacío de poder institucional. Pero si son ineficaces para frenar la crisis de credibilidad, de poco funcionarán para ayudar a recuperar legitimidad en las instituciones; no permitirán dejar atrás la desconfianza o la sospecha sobre el comportamiento de la clase política, su probidad y el compromiso con resolver los problemas de la gente. En esas condiciones, el problema es que los comicios servirán para renovar la representación, pero no dejarán condiciones para gobernar después, y acabará por proyectarse una sombra sobre su propia utilidad.

 

*Analista político

 

jbuendiah@gmail.com

 

 

Twitter: @jbuendiah