Manuel Zepeda Ramos - Sarampión
Piedra Imán
Manuel Zepeda Ramos
Sarampión
Amor. Y del bueno, que lo marca la constancia, como lo pueden atestiguar muchos años de vida en común. En la misma época, pasados el primer año de vida, lo tuvimos al mismo tiempo; ella en Clavería, Distrito Federal. Yo en Tapachula, Chiapas.
Enfermedad viral con catarro, fiebre y tos durante algunos días, es el aviso de que se aproxima. De repente aparecen granitos, como piquete de garrapata o de chinche en todo el cuerpo y, por arte de magia, desaparece la fiebre. La medicina de mi niñez al respecto estaba fuertemente apoyada en el alcohol alcanforado, porque se creía que así se secaban los granitos, como realmente pasaba. Mi primo querido e inolvidable, Luis Lara Valls, mi pediatra en Tapachula que lo fue también de mis hijas muchos años después, me cuidó y me curó con especial afecto, el pediatra chiapaneco recién salido de la UNAM y del Hospital del Niño que llegara a Tapachula a salvar la vida de los niños del Soconusco a finales de los años cuarenta y que hizo posteriormente, en la capital de la República, una larga carrera en la pediatría nacional que le valiera reconocimientos de propios y extraños. Besos para ti. Donde estés.
El peligro latente, que produjo muertes en niños de mi época, era la bronconeumonía que podía surgir sobre todo en niños débiles producto de su mala alimentación en los primeros meses de vida, flagelo nacional inevitable hasta la primera mitad del siglo pasado. Luego vino la vacuna y, al paso del tiempo, su control. En México está asegurada su prevención porque el sistema de salud pública en infantes, con la cartilla general de vacunación y el esfuerzo de control correspondiente en todo el territorio, es una realidad.
Es el sarampión.
Para la satisfacción del animal racional, aparecieron en el mundo las vacunas producto de la inquietud por el conocimiento eterno de parte del ser humano.
Las vacunas son el principal logro de la investigación biomédica y una de las principales causas de la calidad de vida del hombre. Desde las epidemias en China, hay antecedentes de las vacunas. Estamos hablando de 200 años antes de Cristo
La primera vacuna fue la utilizada para combatir la viruela, a principios del siglo XIX.
Un médico rural de apellido Jenner, observó que a mujeres que ordeñaban vacas les aparecía una “viruela vacuna” por su contacto con los rumiantes, pero por ello quedaban inmunes a la viruela común. Se comprobó que esta viruela vacuna es una variante leve de la viruela mortífera. Jenner tomó viruela vacuna de la mano de Sarah Nelmes, granjera, para ponérsela con una inyección en el brazo del niño de 8 años, James Philips. El niño mostró síntomas de la viruela vacuna. Después de 45 días y recuperado totalmente, Jenner le inyectó al niño infección de viruela humana, pero no mostró ningún síntoma de la enfermedad.
Había nacido la era de la vacunas, así llamadas en honor al médico rural. Jenner, que las inició.
A finales del siglo XIX, Luis Pasteur completó el gran avance.
El antígeno que se obtenía en los animales al introducirle la enfermedad, se ponía en el cuerpo humano para la generación de anticuerpos como respuesta de defensa. Esta respuesta genera una memoria de inmunidad que hace frente al ataque de la enfermedad. Es la vacuna.
De estos grandes experimentos de hombres inmortales de la biomedicina, ha pasado ya mucho tiempo. Los grandes laboratorios multinacionales que se han formado a lo largo del tiempo, hoy día han hecho de sus descubrimientos armas de dominación o, en el mejor de los casos, instrumentos de enormes ganancias económicas a costa de la salud pública de la humanidad que habita La Tierra.
Las vivencias del H1N1 experimentadas en carne propia por todos los mexicanos y el asunto del Ébola que anuncian todos los días que ya viene la vacuna, dan cuenta de ello.
Pero volvamos al sarampión.
En el país más poderoso de la tierra, se “descubrió” hace dos o tres décadas que la vacuna contra el sarampión desarrollaba en los niños un síntoma de autismo que preocupó a los biomédicos trinchones norte americanos. La consecuencia de la preocupación fue descontinuar en los Estadios Unidos la vacuna contra el sarampión, toda vez que esta enfermedad viral estaba erradicada del suelo norte americano. Pero las consecuencias de último momento, de lo que está sucediendo en el territorio de nuestros vecinos, son contraproducentes para con la decisión tomada hace años. Quiere decir que, de un tiempo a esta época, ha habido un rebrote fuerte del sarampión en suelo norte americano que ha preocupado, enormemente, a los médicos gringos.
Habrá en este momento, estoy seguro, sesudas discusiones al más alto nivel para encontrar responsables al respecto. La salud pública en nuestros vecinos del norte como en los países desarrollados del Planeta -con Cuba incluida, desde luego-, es asunto de preocupación cotidiana fundamental.
Sin yo ser un conocedor de estos asuntos, podría decir que la decisión de eliminar la vacuna contra el sarampión fue precipitada. Ahora están enfrentando una emergencia nacional de salud pública debida al sarampión, de la que habrán de salir airosos.
En México no hay nada de qué preocuparnos. Las autoridades sanitarias ya se han pronunciado. La vida nacional, en asuntos de vacunación para las nuevas generaciones de mexicanos camina todos los días, como aquellos atletas de la caminata que tantas satisfacciones nos dieron en las Olimpíadas pasadas. Nuestro esquema de vacunación infantil está más que probado. Diría que es ejemplo a seguir ante el mundo. En México se vacunan a todos los mexicanos, salvo excepciones de uno que otro cuya religión de nuevo cuño se lo prohíbe, para vergüenza nuestra y la consecuencia para con su familia. “Si fuera cochito me lo comería” hubiera dicho mi tía Meche al respecto, que no debe descansar en paz.
No cabe duda que al mejor cazador se le va la liebre.
Ahora les tocó a los gringos.