Federico Reyes Heroles - Entre infieles
Te voy a hacer visitas sorpresivas a la oficina. Te voy a auditar partiendo del supuesto de que me eres infiel como todos. Contigo no hay palabra que valga... Quiero que te comportes, y de ahora en adelante partiré del supuesto de que eres infiel...
El saco estaba sobre la cama. Su impulso fue colgarlo en el clóset. Al revisar que nada quedara dentro, encontró la nota: “Gracias por acompañarme”, HIGA. La graciosa letra manuscrita le intrigó. HIGA trabajaba en la oficina. Era una chica guapa y muy ambiciosa. Un temblor helado recorrió su cuerpo. Era igual que todos, infiel. Todas las palabras de amor eterno que le había escuchado durante el cortejo asaltaron su memoria. Entre más las recordaba, más furia la invadía. Por la noche lo esperó, enojada, herida. Él entró como si nada. Sin más, ella le enseñó la nota y guardó silencio. Ah, es que un día lluvioso me pidió que la acercara a su casa. Así me lo agradeció al día siguiente. Pero, por favor OP, no hay nada entre nosotros. Se desvivió por convencerla.
Un par de semanas después, ya con la espina de la desconfianza clavada, en un momento de descuido por parte de él, OP tomó su celular y se fue a Mensajes y WhatsApp. Allí lo encontró: “Gracias por el hangar, siempre te estaré agradecida”, HIGA. Se incendió y de inmediato fue a buscarlo. Él acomodaba sus CD, era sábado. ¿Qué es esto? Él releyó el texto con calma. Ella pensó que fingía demencia. Por favor, mi vida, es un asunto menor, le conseguí una ayudadita. Pero entre ella y yo no hay nada, de verdad, créeme, ¿cómo es posible que desconfíes? Pregúntale a Virgilio. Sí cómo no, si es tu amigo del alma, lanzó ella, furiosa. Lo miró fijamente a los ojos. Se acabó cualquier contacto con HIGA, ¿me entiendes? Pero, si no ha ocurrido nada. Pues parece, respondió ella, y has hecho todo para que parezca. OK, voy a cancelar el viaje a Querétaro. ¿Cuál viaje a Querétaro?, preguntó ella con los ojos desorbitados. Vamos a la convención anual. ¿Ella va contigo?, rugió OP. Bueno, es la primera vez, pero no vamos y ya.
OP salió llorando de la habitación. Lo pensó muy bien. Por la noche se negó a ir al cine como si nada ocurriera y lo encaró. Reglas claras: nada de que te quedas a trabajar tarde por las noches. A esta casa llegas a más tardar a las 8:30. Nada de que comidas de trabajo a las cuales asiste HIGA. ¿Pero cómo?, brincó él. Cero es la respuesta, dijo ella. Nada de reunirse solos los dos, ya sea en tu oficina o en la de ella. Siempre tendrá que haber alguien más. Y así OP le fijó reglas a las que llamó en su interior sistema antirriesgo de infidelidad. Las redactó en su computadora y se las presentó en el desayuno. Si llegas a violar esto, se acabó, ¿me entiendes? Él estaba muy desconcertado. Nunca se imaginó la dimensión del enojo. ¡Qué ingenuo! La dulce OP era una pantera. Cero margen, así sean nada más apariencias.
Pero HIGA trabaja en la empresa, yo no puedo despedirla, no hay motivo concreto. No soy su jefe. Tendré que seguir tratando con ella. Pues cada vez que la veas me avisas, una llamada, un mensaje. En su interior ella lo llamó “declaración de riesgo de infidelidad”. Además, te voy a hacer visitas sorpresivas a la oficina. Te voy a auditar partiendo del supuesto de que me eres infiel como todos. Contigo no hay palabra que valga. No puede haber divorcio porque las futuras generaciones están de por medio. Quiero que te comportes, y de ahora en adelante partiré del supuesto de que eres infiel.
OP había cambiado, era ya una adulta responsable que afronta un problema serio y quiere buscarle la mejor salida. En su historial amoroso había muchas infidelidades y actos de traición, por eso era otra. Hubiera sido muy triste si OP hubiera tenido una reacción sumisa, de aceptación tácita, de resignación. Justo ésa es la OP que no queremos. La dignidad se conquista y OP estaba cierta de que lidiaría exitosamente con esa infidelidad amenazante que también visitaba otros hogares. HIGA no acabaría con el suyo. El daño estaba hecho, el idílico matrimonio era cosa del pasado. El riesgo estaba allí y lo miraba de frente. Sólo con esa severidad salvarían la relación en beneficio de ese hogar. Nunca más sería lo mismo, la ingenuidad había muerto. Un mea culpa por parte de él suponía admitir la infidelidad, y eso no ocurriría.
Hace unos días, frente a cientos de consejeros de un gran banco, se nos preguntó a los panelistas qué haríamos para restaurar la legitimidad del régimen después de los escándalos. El asunto sigue vivo. Mencionamos lo evidente: la declaración de intereses, el Sistema Nacional Anticorrupción, la fiscalía en gestación. Como balde de agua fría ese día apareció el severo y valiente reporte de la Auditoría Superior de la Federación que desnuda un desfile de irregularidades —incluido el Senado— por 90 mil mdp. Creo que ninguna de las respuestas satisfizo al auditorio. Para esas situaciones límite están las analogías, las metáforas. El terreno es emocional. Estamos entre infieles: son muchos y están en todas partes. La Opinión Pública, OP, una vez más, se siente traicionada. ¿Cómo restaurar la credibilidad perdida? Llevará tiempo. El perdón es imposible. Un comportamiento ejemplar puede ayudar. Porque en política no hay flores, y las palabras amorosas pocas veces convencen, y qué bueno.