Nudo gordiano 8/10/15
-La guerra es de percepción
Por YURIRIA SIERRA
Ayer, hace exactamente un año, escribí en Twitter: “Los que ordenaron la matanza pertenecían a Guerreros Unidos. Ahora hay que investigar si los normalistas estaban o no al servicio de Los Rojos...”, reflexión que posteé en cuanto se dio a conocer que los policías municipales de Iguala habían recibido órdenes de Guerreros Unidos para atacar los autobuses donde viajaban los estudiantes de Ayotzinapa. Una pregunta que a un año de distancia pocos se atreven a hacer en voz alta aun cuando el conocimiento del modus operandi del narco en este país es una de las primeras a las que nos obligaba. A mí me sigue pareciendo pertinente que sea respondida. Claro que en aquel entonces me llovieron críticas e insultos, por decir lo menos. Seguramente hoy sucederá lo mismo cuando algunos lean estas líneas. Y el problema con éste es justo la actitud con la que esperemos se resuelvan todas nuestras carencias. La búsqueda y el respeto a la verdad, con mayúsculas, es una de ellas. En México, con la polarización, ha venido, también, la renuncia a la honradez intelectual. Cada quien con sus prejuicios, cada quien con sus pequeñas seudocertezas.
Después de todo lo que hemos sabido en el último año con respecto a Iguala y a todo el estado de Guerrero, ¿no valía la pena desde entonces preguntarnos hasta dónde estaba metido el crimen organizado? ¿Todos podemos asegurar que ninguno de los directivos o liderazgos de la normal trabajó para algún grupo criminal? Nadie, al menos no en este espacio, aseguró (ni asegura ahora) que los estudiantes, todos de primer ingreso, fueran miembros de un grupo criminal, pero lo que es un hecho es que obedecían órdenes de alguien. ¿De quién y con qué objetivo? Hasta los papás de los normalistas, en su reunión de hace una semana, le pidieron a EPN que averigüe exactamente qué hacían los estudiantes ese día en ese municipio. Lo que ocurrió la noche del 26 de septiembre de 2014, no debió suceder, pero pasó y lo que revela es el grado de putrefacción y poder de infiltración del narco en las estructuras policiacas, políticas y sí, también meramente sociales, del crimen organizado.
Pero lo que sí ha traído el paso del tiempo, es la revelación de que todos han ido acomodando el debate a su propia agenda e intereses. Todos van por ahí contando su propia “verdad histórica”, en la que se han construido todo tipo de versiones que parecen verosímiles a la opinión pública porque en la guerra por ganar la percepción lo que menos importa es buscar y encontrar la verdad de los hechos.
La PGR decidió no mencionar ese posible nexo de la normal con Los Rojos, algo que obedeció más a un asunto sociopolítico, de escarnio, de evitar lo que de todos modos llegó: la descalificación. Ni siquiera los resultados entregados por el laboratorio de la Universidad de Innsbruck han sido bien recibidos. Porque la gente no confía desde hace muchos años en las instituciones. Hay días en los que pareciera que ya no habrá posibilidad de una verdad que a todos deje satisfechos. Ni castigo.
Todo es cuestión de intereses. Todo es cuestión de la retórica de las impresiones. Mientras no seamos capaces de ser una sociedad y, claro, un Estado que enfrente sus realidades como lo que son, jamás podremos aspirar a un real Estado de derecho. ¿O a qué verdad podemos aspirar si sólo estamos dispuestos a recibir aquella que se ajuste a nuestros prejuicios por encima de las certezas irrefutables como las que da la ciencia? El mismo informe de la CIDH palomea muchos de los avances de la investigación de la PGR, las dudas que puso sobre la mesa hace unas semanas, son meros supuestos que habrán de ir por certezas cuando sus peritos regresen al basurero de Cocula, un año después de los hechos. Pero a estas alturas de la polarización, podría bajar Dios a contarnos qué es lo que ocurrió y de todas maneras dejarnos a todos insatisfechos: porque su testimonio llegaría demasiado tarde al campo de batalla.
Y como Ayotzinapa están Tlatlaya y Tanhuato, como casos muy representativos de esa misma guerra. Sabemos que las condiciones que han permitido llegar a estos episodios se deben a los vacíos que sí existen dentro de las instituciones -sería insensato no reconocerlo-, pero esperar que la verdad se apunte desde una sola dirección limita por completo su llegada. Para lograr un camino distinto para encontrarla debemos estar dispuestos a trazar hacia todas direcciones.