Sergio González Levet - La maestra Malú Escobar
Sin tacto
Por Sergio González Levet
La maestra Malú Escobar
Dicen que Dios manda de tanto a tanto a alguno de sus ángeles a la tierra, para que viva al lado de los humanos y les prodigue sus dones. Si es el caso, la maestra Luz María Escobar Acosta de Ricaño es uno de ellos, seguro.
Apenas el sábado pasado, la maestra Malú —como la conocemos tantos que la respetamos, la admiramos y la queremos— tuvo la alegría de cumplir 89 años al lado de don Jesús Ricaño Tejeda (no canta mal las rancheras don Chucho, pues tiene 95 años muy bien llevados). Estoy seguro que ella estuvo feliz, como siempre, rodeada de sus hijos, de las familias de sus hijos y del cariño que se ha ganado a pulso en su fructífera vida, durante la cual procreó, educó y formó a 11 ciudadanos de bien, sus queridos hijos (van los nombres en orden alfabético porque se me pierden las edades entre tantas fechas y tantos nombres): Alberto, Arturo, Javier, Jesús (saludos, Chucho), Jorge, José Armando, Luz María, María de los Dolores, Miguel (que te siga yendo bien en tu importante posición en el DF, amigo), Rosaura y Rubén (ánimo, y sigue mostrando la fortaleza con la que te educó tu madre; tienes todavía mucho que dar).
Y aquí tendría que añadir a su cercanísimo sobrino, el poeta Manuel Antonio Santiago Escobar, hijo de su hermana Hilda a quien tanto quiso, y al cual seguro la maestra confunde en el cariño entre la vasta tribu de sus vástagos.
No contenta con la titánica empresa de educar, encaminar y formar a una docena de mexicanos, Malú Escobar dedicó también su vida a la vocación de la enseñanza. Y no contenta con ser madre ejemplar y profesora eficiente, de algún lugar sacó el tiempo para encima dar clases de declamación y oratoria.
En todos lados lo es, pero en especial es reconocida en su natal Misantla como la mejor de las declamadoras, lo que no es fácil de decir, pues la señorial ha dado excelentes cultivadores de este oficio tan cercano al arte poético, como mi propio hermano René y Miguel Molina en sus tiempos mozos, y como —para mencionar otra dama— Minú Prom Croche de Pabello.
Escuchar a la maestra Malú cuando recita a los clásicos del género es darse una vuelta por la perfección, por el dominio del oficio, por el talento inigualable. Pero un escalón más arriba es escuchar salidas de su voz y de su imagen corporal las versiones de poemas mayores, muy leídos aunque poco dichos, como Los amorosos de Sabines. (También es un gozo oír cómo hace blasón de su picardía misanteca con rimas gozosas como el famoso soneto de Francisco Liguori sobre las tres cosas que debe hacer el hombre pleno: http://elclubdelossatiricos.blogspot.mx/2009/07/la-poesia-satirica-en-la-rana-roja.html).
La maestra Malú Escobar Acosta es además una mujer feliz. No podría serlo de otro modo con esa enorme —en tantos sentidos— familia que formó, y en la que ya deambulan nietos y hasta biznietos.
Cierto, todos le debemos un homenaje a esta gran veracruzana. Yo me anoto.
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