De Río: regreso sin gloria

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Por Mario Melgar Adalid

-Medalla de oro en Juegos Centroamericanos y del Caribe (1974)

-“Suerte a Misael Rodríguez en su pelea de hoy”

Las olimpiadas han resultado desastrosas para Peña Nieto y para Trump. Para Trump porque su supuesta visión de Estados Unidos en decadencia no coincide con la demostración de poderío deportivo del team USA que apabulla a los demás. Cada medalla de oro aleja la idea de que los mexicanos y musulmanes han estropeado ese país. Para Peña Nieto porque el naufragio deportivo hace evidente que la política deportiva del gobierno es parte del mismo fracaso que acompaña a su gobierno. Con razón o sin ella, Peña Nieto tiene la culpa de la desilusión mexicana en Río.

El presidente aconsejó a los atletas antes de partir que pusieran el corazón, bajo la supuesta idea de que si se pone el corazón se corre o se nada más rápido, se meten goles o se vence al contrario. No es asunto del corazón. No hay olímpico que no lleve a México en su corazón. Tanto así que Misael Rodríguez, el boxeador que ganó la primera ( única?) medalla tuvo que botear en los camiones para poder ir a Río.

Se trata nuevamente de las malas decisiones al designar a los funcionarios públicos entre amigos. Mala decisión poner a una persona como Alfredo Castillo, sin prestigio en un cargo que requiere renombre y buena reputación. La trayectoria de Castillo y su desempeño anterior como policía resultaba lo más opuesto a la dirigencia deportiva. Sin ningún antecedente en el deporte organizado, salvo que le gusta jugar pádel (una especie de tenis chiquito, practicado por las élites) y ser partidario del Barcelona el presidente lo designó zar del deporte. Además, con el desprestigio popular a cuestas por su controversial desempeño en tareas anteriores, cuya lista es larga como la ruta del maratón: la niña Paulette en el Estado de México, la defensa de policías federales en Apatzingán, desmentida por un informe técnico de la Comisión Nacional de Derechos Humanos que acreditó que los policías mataron a civiles y que no hubo fuego cruzado y ahora su fracaso en la Conade.

Es claro que ni el presidente, ni Castillo son los que compiten. Castillo ante el desastre de Río, declaró que la dependencia a su cargo no tiene que ver con el deporte, pues es una agencia de viajes y los que mandan son las federaciones deportivas. Han aflorado los conflictos al interior del país entre la Conade, enfrentada con las federaciones deportivas y con el Comité Olímpico Mexicano. Al exterior los pleitos de México con organizaciones deportivas internacionales han servido para abundar en el deterioro de la imagen de México en el mundo. Malos dirigentes pero buenos para el pleito.

Castillo es abogado y debería conocer o al menos haber leído la Ley de Cultura Física y Deporte. Esta Ley, promulgada por el presidente Peña Nieto, establece que la Conade es un organismo público descentralizado de la Administración Pública Federal, no una agencia de viajes ni de colocaciones. Un organismo que además debe conducir la política nacional del deporte y que junto con la SEP debe integrar el Programa Nacional de Cultura Física y Deporte. En la ley están las responsabilidades concretas de su titular y las aspiraciones que plasmaron los legisladores que aprobaron ese ordenamiento. En el Plan el diagnóstico del deporte y lo que Castillo debió haber hecho. La SEP, la cabeza del sector deporte, por lo que se ve no ha tenido participación en el Programa. ¿Será que la CNTE además de bloquear carreteras también bloquea el trabajo de la SEP?

No se puede reclamar que los mexicanos ganen pocas medallas o sólo una. En el deporte la regla inicial es que se gana o se pierde. México no es potencia deportiva: en el año 2000, en Sidney, se ocupó el lugar 39 en el medallero, en Atenas el 59, en Beijín el número 36, en Londres nuevamente el 39. Ninguno de estos lugares es proporcional a la densidad demográfica y a la dimensión del país, pero ese no es el punto. El problema es abusar del cargo (novia, masajista y cuates felices en Río), declarar tonterías, perder la figura, la dignidad y el sentido de la responsabilidad pública. Lo menos que una administración sensible hubiera hecho con Castillo es regresarlo de Río. Por el contrario, es altamente probable que lo mantengan en el cargo después de su regreso sin gloria.