La segunda vuelta

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Por Angélica de la Peña Gómez 

Presidenta de la Comisión de Derechos Humanos del Senado de la República

En cada proceso electoral para la Presidencia de la República se denota con mayor énfasis el alto índice de abstencionismo, reflejo entre otras causas, también por la falta de confianza y desánimo hacia lo político de las y los votantes, cuya consecuencia es un nivel muy bajo de legitimidad.

En 1988, Carlos Salinas fue electo presidente con el 50.36% de la votación y un 47 por ciento de abstencionismo. En 1994, Ernesto Zedillo obtuvo el 48.69% de los votos, con la abstención 22.84 por ciento de las y los votantes registrados.

Para el año 2000, Vicente Fox logró 42.52% de la votación total y una participación que alcanzó un 63.97 por ciento.

La elección presidencial de 2006 registró un abstencionismo del 41.78%, y Felipe Calderón obtuvo poco más de la tercera parte de los votos (35.9%).

En las elecciones presidenciales del 2012 el Instituto Federal Electoral reportó una participación ciudadana de un 63.34% de la lista nominal, sin embargo y a pesar de ser la elección con la más alta participación de la historia de México, Enrique Peña Nieto obtuvo el triunfo con tan sólo el 38.2% de las y los votantes.

En los últimos treinta años diversas naciones de América Latina han establecido dentro de su sistema estructural electoral la figura de la segunda vuelta, modalidad que tiene como fin asegurar una votación mayoritaria de quienes compiten en las elecciones presidenciales y también otorgar mayor certeza en la legitimidad de quienes gobiernen.

Como se sabe, la primera vuelta debe dar por vencedor o vencedora a quien obtenga mayoría relativa (50 más 1), si no lo logra entonces contienden las dos candidaturas con mayor votación. Las alianzas para apoyar tal o cual candidatura permiten compromisos políticos que pueden dar mayor respaldo social a quien gobierna, esa es la principal cualidad: se llega al poder con mayores consensos y acuerdos para una correcta gobernanza, que buena falta le hace a nuestro país.

La resistencia siempre ha sido del PRI, en cada proceso de discusión de las reformas electorales el tema se pone en la mesa. También es el primer asunto que no encuentra consenso y se tiene que retirar de la negociación. Resulta interesante que Beltrones hoy presente la suya, sin embargo es una trampa ya que no se funda en el logro de la mayoría absoluta, sino el 42% en la primera vuelta.

El país no está para bollos, es necesario que lo retomemos para 2018, si es que todos aceptamos que objetivamente estamos frente a una crisis marcada por muchas decisiones que debieron haberse prevenido como es la terrible falta de control de las mafias y el aprieto de la poca eficiencia de las corporaciones policiacas, entre otros temas, donde México ha sido recomendado por los organismos de derechos humanos. Los acuerdos de las coaliciones o las candidaturas presidenciales son indispensables en función del interés superior de la estabilidad, la tranquilidad, la paz y el desarrollo sostenible y sustentable del país.

Por lo tanto, quien ocupe la Presidencia de la República en 2018 debe contar con la legitimidad de una mayoría absoluta y de compromisos claros para la reconstrucción del tejido social.

Por cierto, en este contexto de maduración de nuestro sistema democrático es conveniente también discutir el reconocimiento del derecho a votar de las personas privadas de su libertad y el voto obligatorio.