El verdadero problema
Por Miguel Carbonell
El verdadero problema para México no es que Donald Trump haya ganado las elecciones en los Estados Unidos. El problema de fondo somos nosotros.
Nosotros, que nos tardamos demasiados años en hacer las reformas indispensables para modernizar al país y, una vez que las hicimos en el papel, no hemos sido capaces de implementarlas adecuadamente.
Nosotros, que hemos tolerado y seguimos tolerando a una de las clases políticas más corruptas e ineficaces del mundo, que se ha burlado durante años de los ciudadanos y que ha hecho de la impunidad su propia regla general.
Nosotros, que no supimos aprovechar los años de bonanza petrolera y desperdiciamos recursos vitales en aumentarla de por sí obesa estructura burocrática del país.
Nosotros, que no supimos hacer más que una tímida “reforma educativa”, cuando lo que se requería era una verdadera revolución en las escuelas para obtener resultados semejantes a los de Finlandia, Israel o Corea del Sur. Mientras esos países innovaban días tras días en sus aulas, en México se vendían y heredaban plazas magisteriales, los profesores se iban a huelga con la menor excusa y los alumnos aprendían muy pocas cosas en escuelas derruidas y sin baños.
Nosotros, que hemos visto aumentar de modo irracional la deuda pública sin protestar y con la complicidad de nuestros “representantes populares”. Esa misma deuda que, en la parte que está denominada en dólares, cuesta hoy un 30% más si la medimos en pesos que hace unos meses. Nuestros hijos, nietos y bisnietos la seguirán pagando, gracias al pésimo manejo económico de los políticos cleptócratas que nos han gobernado.
Nosotros, que pagamos salarios miserables a los trabajadores y no les damos herramientas para aumentar su productividad y ser mejores.
Nosotros, que no sabemos reconocer el mérito de nuestros compatriotas y que cuando alguien triunfa lo jalamos hacia abajo para ponerlo al nivel general de la población, pues su brillo nos molesta y nos hacer ver la mediocridad en la que vivimos.
Nosotros, que nos quejamos de la llegada al poder de un racista y xenófobo en Estados Unidos, pero que llevamos décadas violando los derechos humanos de los migrantes en nuestro propio país, sin que nadie levante la voz por ellos y sin que ninguna autoridad haya respondido por tan clamorosa muestra de inhumanidad hacia quienes sufren por cruzar la frontera con México en busca de una vida mejor.
Nosotros, que hemos tolerado y mantenido a los que deben ser los peores partidos políticos a nivel mundial, incapaces de hacer propuestas serias para sacar adelante al país y de confeccionar una agenda mínima para el desarrollo nacional. Tenemos partidos que se dicen de izquierda y proponen mantener el status quo, que se dicen de derecha y hacen mítines pidiendo más dinero para sus gobiernos municipales pero lo administran de forma corrupta cuando ejercen el poder, y tenemos otros partidos que se definen como de centro pero en realidad son una simulación permanente en todos los temas.
Tenemos ciudades gobernadas por las más rupestres formas de ilegalidad, sin que nos cause sorpresa o enojo: taxis piratas que cobran lo que les da la gana, contrabando en cada esquina, asentamientos irregulares, mordidas al policía que nos detiene, violaciones al uso de suelo, establecimientos mercantiles fuera de la ley, consumo de bebidas alcohólicas adulteradas y un largo etcétera.
Ese es el México que tenemos y que nos merecemos por la negligencia con la que nos hemos dejado gobernar hasta ahora. En nada habría cambiado nuestra realidad que Hillary Clinton hubiera ganado. Al día siguiente hubiéramos seguido siendo el país que sueña con ser desarrollado pero que en su día a día es una pesadilla para millones de personas.
Los esfuerzos para sacar adelante a México no deben enfocarse en combatir las políticas fascistoides de Trump, sino en ser mejores cada día, en aprovechar a fondo nuestras oportunidades, en exigir rendición de cuentas, en mejorar nuestra educación, en ser modelo de respeto a los derechos humanos. Comencemos pronto, para que tengamos la legitimidad que nos permita reprocharle a nuestros vecinos del norte por no ser lo que nosotros somos.