Los retos del progreso multidimensional
Por Antonio Molpeceres
Representante residente del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)
Generalmente hablamos de “progreso” en momentos de prosperidad. El más reciente Informe Regional de Desarrollo Humano para América Latina y el Caribe del PNUD, titulado Progreso multidimensional: bienestar más allá del ingreso, formula una pregunta menos convencional: ¿Cómo aseguramos que los importantes logros sociales, económicos y laborales de la última década, sobrevivan un ciclo económico adverso? ¿Quiénes no se beneficiaron -o se beneficiaron menos- del ciclo de expansión, reducción de pobreza y reducción de la desigualdad regional entre 2003 y 2013? ¿Cómo lidiamos a futuro con las vulnerabilidades sistémicas de economías abiertas, expuestas a vaivenes globales?
América Latina y el Caribe constituye una región diversa, y no sigue un patrón único de desarrollo. Por ello, las respuestas a estas preguntas son particulares a tiempo y lugar. Algunas cosas que sí son comunes en la región son rescatadas en el informe. Primero, que las políticas sociales de la región se sofisticaron en los últimos veinte años. Emerge de manera inequívoca una nueva arquitectura de políticas basadas en la intersectorialidad, la interterritorialidad y el ciclo de vida de las personas. México lidera esta corriente desde hace años con innovaciones importantes en sus programas y políticas sociales y con una rigurosa metodología para medir la pobreza desde una óptica multidimensional, con la que destaca como pionero en la región. A nivel regional, salieron de la pobreza cerca de 72 millones de personas e ingresaron a la clase media más de 94 millones gracias a esta nueva manera de hacer políticas.
Segundo, el informe constata que el mercado laboral y la protección social son el nuevo epicentro de la reducción de la pobreza y la desigualdad. Salir de la pobreza está estrechamente asociado a la educación y a la inserción laboral. Sin embargo, los factores que evitan una recaída a la pobreza tienen más bien que ver con la presencia o no de protección social (transferencias sociales, pensiones o seguros de desempleo), sistemas de cuidado (de niños, personas mayores de edad y personas con discapacidad) y acceso a activos físicos y financieros (como ser dueño de un vehículo o una vivienda).
Tercero, los modelos de reducción de la pobreza y desigualdad son variados. No existe un modelo único de éxito. Cuando reportamos que “salió de la pobreza un millón de personas” nos referimos, por un lado, a una economía de mercados laborales dinámicos que sacó a 1.5 millones de la pobreza, pero donde recayeron 500 mil personas; también nos referimos a una economía menos dinámica que sacó a 1.1 millones de la pobreza, pero donde apenas 100 mil personas recayeron.
Cuarto, a pesar del boom económico de la década pasada, quedan millones de personas que no se beneficiaron y que sufren exclusiones persistentes por condición étnica, migratoria, sexualidad o discriminación por color de piel. Estas “brechas” no se subsanan con las mismas políticas —con más de lo mismo—, ni con más crecimiento económico. Requieren de intervenciones antidiscriminación y de discriminación positiva para nivelar el piso.
Finalmente, el informe destaca que la resiliencia constituye el ingrediente secreto de un patrón de desarrollo más balanceado. La resiliencia es invisible en momentos de bonanza, pero se torna vital ante shocks económicos o desastres naturales.
El informe del PNUD alerta que la prioridad número uno de la región es proteger a la población vulnerable y atender las exclusiones duras de millones de personas que nunca se beneficiaron de los años de bonanza.
Este informe es una contribución más del PNUD al pensamiento sobre el desarrollo, que ha impulsado por varias décadas; ofrece además, a quienes tiene en sus manos el arduo quehacer de diseñar política, una hoja de ruta para seguir avanzando en los desafíos pendientes, en tanto se consolida lo ganado en las recientes décadas.