De la Presidencia hegemónica a la Presidencia democrática
Por Jorge A. Chávez Presa (Economista)
Gobernar a México hoy es mucho más complicado que antes de 1997. Antes, durante la Presidencia hegemónica, cuando la estructura del poder público de los tres Poderes y los tres órdenes de gobierno formaban parte de un sistema político verticalmente integrado para el control del Presidente de la República, existían mecanismos que evitaban los excesos de políticos y funcionarios públicos que actualmente nos parecen escandalosos.
Aclaro, no es nostalgia por lo que predominó en el pasado, sino reconocer que había mecanismos metaconstitucionales que lograban con eficacia evitar y en su caso contener abusos en el uso de cargos públicos. Por ello la importancia de la forma y el fondo. Desde luego estos mecanismos de esa tradición de control político también tenían la desventaja de magnificar el efecto de errores; sí hacían falta contrapesos, especialmente cuando se abusaba de la discrecionalidad de facultades, o cuando no había rendición de cuentas sobre su uso.
A lo anterior habría que agregar el férreo control que se ejercía a la libertad de expresión, el cual se aplicaba cuando se denunciaban abusos del poder y de cargos públicos. Ya no digamos que no existía internet ni redes sociales.
En contraste a ese México político que afortunadamente ya concluyó, de manera particular en el ámbito federal, y que no es deseable que regrese, hoy el Presidente de la República ya no tiene esos mecanismos metaconstitucionales. Todos ellos han sido desmantelados con la alternancia, la creación de órganos con autonomía constitucional y, hasta cierto punto, el contrapeso de los Poderes Judicial y Legislativo del orden federal. Sin embargo, esos mecanismos de gran eficacia para contener y evitar excesos no los ha podido reemplazar nuestra democracia. Esto ha sido ampliamente estudiado y comentado por el prestigiado politólogo Luis Rubio.
Como si fuera el peor de los dos mundos, la creación de órganos con autonomía constitucional ha quedado muy lejos de ser eficaz. De igual manera, el Congreso de la Unión, y de manera específica la H. Cámara de Diputados, perdió su papel de contrapeso el cual se hizo efectivo durante la segunda mitad de la administración del presidente Zedillo y la primera mitad del presidente Fox. Este contrapeso mantuvo a raya al Ejecutivo federal con los montos de endeudamiento público.
A esto habría que agregar el encarecimiento de entrar a la política, lo cual ha castigado la atracción de talento, pero que ha facilitado la llegada de intereses que depredan lo público. Ya no atrae el talento intelectual que logró la izquierda firme en sus principios y con capacidad de articular la defensa de la intervención del Estado. De igual manera, en la derecha ya no sobresalen quienes se sostenían por la autonomía que daban las profesiones liberales, y que promovían las libertades económicas y políticas.
Hoy en México son posibles la alternancia y los contrapesos, pero nuestra democracia no ha tenido el impulso y consistencia para lograr que éstos se activen y se traduzcan en mejores gobiernos. En la cadena de valor de bienes públicos, como seguridad, educación y salud donde la coordinación es fundamental, los gobiernos estatales y municipales son los eslabones más débiles para lograr mejoría en el bienestar de la población. De ahí que no deban extrañar las bajas mediciones en el humor social y el desencanto por la democracia. De acuerdo con Latinobarómetro, en 1996 53% de la población prefería la democracia. En 2016 bajó a 48% de la población (www.latinobarometro.org).
Ahora que las condiciones externas han cambiado, como resultado del resurgimiento de expresiones de populismo combinado con proteccionismo, México necesita de un sistema político con la capacidad para procesar decisiones importantes que pongan a funcionar a las administraciones públicas de los distintos órdenes de gobierno en lo fundamental. Gobernar a base del clientelismo fue posible con altos precios de petróleo, pero por un buen rato no los habrá. A lo que hay que sumar que lo que alcanzamos por el libre comercio con Estados Unidos llegó a un máximo. No hay alternativa, arreglemos a México y empecemos con hacer efectivo el Estado de Derecho.