De la presidencia imperial a la presidencia empresarial
Por Luis Sánchez Jiménez
El presidente de la República, Enrique Peña Nieto, inicia su quinto año de gobierno con la aprobación ciudadana por los suelos. Sólo un 24 por ciento respalda su desempeño, mientras que un inmenso 73 por ciento lo reprueba, en lo que constituye un rechazo histórico. La situación del país oscila entre la incertidumbre y el pesimismo, pero al mandatario mexicano le parece que es mejor ver el lado optimista, cuando en realidad su gobierno no sale del pasmo ante el nuevo escenario internacional y la descomposición interna, social, política y económica, se acelera.
El 1 de diciembre, el Presidente realizó un evento faraónico con los servidores públicos federales para comunicar los avances de su gobierno en los cinco ejes con los que caracteriza al país, México en Paz, Incluyente, con Educación de Calidad, Próspero y con Responsabilidad Global. No existe una medición de cada uno de ellos, pero sí hay una calificación ciudadana promedio a su mandato en general: 4.1.
Hablar bien de México como medida de política pública es francamente irrelevante, así como también lo es responder a todo escenario negativo siempre con la retórica de que se trata de una oportunidad para mejorar las cosas.
No, México no está bien y el futuro inmediato no es alentador. Las elevadas expectativas con las que este gobierno inició, las promesas de que una vez aprobadas las llamadas reformas estructurales el crecimiento económico aumentaría, las afirmaciones de que el nuevo enfoque de lucha contra la inseguridad en el país, todo eso y más se lo ha llevado el viento. Al país lo conduce una clase política que no escucha el sentir popular, pero tampoco a los expertos en cada materia.
El tema de la corrupción en el país, ese cáncer nacional que carcome a la nación, lejos de combatirse en este gobierno, se ha vuelto su sello distintivo. La corrupción en el gobierno federal y en los gobiernos locales se sigue practicando, consintiendo, alentando y tolerando, el emblemático tema de la Casa Blanca de la familia Peña Nieto, su tratamiento público y venganzas soterradas que desató, son ejemplo prístino del Grupo Atlacomulco en el poder. En este gobierno todo se ve como negocio.
Las intolerables muestras de rapacidad y absoluta corrupción en muchos gobiernos estatales, sobre todo priistas, pero también panistas, que durante años de ejercicio fueron denunciadas, pero sistemáticamente negadas y ocultadas, sin perseguirse a fondo, generan una indignación social elevada, una exigencia que bordea la crispación social, que no se resolverá expulsando de las filas partidistas a los ex gobernadores involucrados.
El pasmo del gobierno ante los cambios del entorno internacional es sintomático del agotamiento de este grupo político. Se les acabó la imaginación porque ellos iban sólo a hacer negocios no a resolver los problemas del país. La postura criticada dentro y fuera de nuestras fronteras respecto a la falta de liderazgo del presidente Peña por actuar precipitadamente cuando Trump era candidato y prácticamente no hacer nada ahora que es presidente electo, está llevando al país a la mayor incertidumbre vivida en los tiempos recientes.
En diciembre de 2012, al inicio del sexenio, la paridad era de casi 13 pesos por dólar americano, ahora rebasa los 21 pesos. No se han podido crear el millón de empleos netos anuales necesarios para incorporar a los jóvenes a la actividad productiva. Está a la vista una renegociación del TLCAN que se nos impone como país y parece que no tenemos ni la actitud ni la estrategia para afrontarla.
El precio del petróleo y la deuda pública hacen que por tercer año consecutivo se tengan recortes y presupuesto federales a la baja.
No, señor Presidente, México no está en paz, excluye a millones de la riqueza nacional, no es próspero, no tenemos liderazgo internacional y las medidas sociales adoptadas no resuelven los problemas del país. Usted está reprobado. La mayoría en el país se lo dice. En las redes sociales se lo recuerdan #RenunciaYA.