PISA: trauma y reacciones

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Por CARLOS ORNELAS

Cuando la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos dio a conocer los resultados de PISA 2000 causó furor en Alemania. De acuerdo con académicos, los alemanes estaban convencidos de que su sistema educativo era el mejor del mundo. Fue un verdadero shock enterarse que era mediocre el desempeño de sus jóvenes de 15 años.

PISA 2000 no provocó arrebato en Japón porque los resultados eran satisfactorios. Pero el trauma llegó con PISA 2003, cuando mostró que habían descendido en matemáticas. La prensa culpó a la reforma Yutori Kyôiku(educación relajada) por la pérdida de puntos en la prueba internacional.

Tras PISA 2000, Alemania se embarcó en una reforma dirigida por el Consejo de Ministros. La mudanza abordó las deficiencias en la enseñanza del idioma y falta de transparencia y rendición de cuentas en el sistema. Para lograr mejores resultados en PISA (y en la calidad de la educación), el gobierno incrementó las horas de clase, reforzó la autonomía de los directores de escuela y trató de mejorar la calidad de los maestros.

La “contusión PISA” a la japonesa tuvo consecuencias inmediatas. El gobierno formuló una descentralización financiera agresiva. Alrededor de un tercio del presupuesto de educación se trasladó a las prefecturas; el Ministerio de Educación (MEXT) les cedió la administración del sistema. Hoy MEXT se encarga de supervisar el desempeño de los estudiantes a través de evaluaciones estandarizadas, siguiendo pautas marcadas por PISA.

En México, PISA del 2000 al 2009 provocó reacciones tímidas en contra y, quienes favorecen la evaluación, minimizaban sus efectos: “no miden la esencia nacional” decían los disidentes; “no toma en cuenta la cultura y condiciones del país” expresaban voces oficiales en el gobierno de Vicente Fox; “es para los países avanzados”, sugerían académicos de izquierda. Fue un asunto pasajero, no un trauma.

Josefina Vázquez Mota, siendo secretaria de Educación Pública del gobierno de Felipe Calderón, dio un paso más allá de PISA; firmó un acuerdo de colaboración con el Directorio de Educación de la OCDE, en mayo de 2009. La OCDE presentó un paquete de 15 recomendaciones para México: Mejorar las escuelas: estrategias para la acción en México. El informe proporcionó recetas para la Reforma Educativa que, en consecuencia, se suponía que el gobierno mexicano debería de seguir. Las propuestas encaminadas a mejorar calidad y equidad en el sistema educativo, “poniendo escuelas en el centro de la política educativa” fueron despreciadas por el gobierno de Calderón; pero regresaron con fuerza a partir de 2013.

En todo el mundo, la prensa toma los indicadores de PISA como rankings y culpa a los maestros por los pobres resultados. Hay reacciones diferentes. Estudiosos sugieren que el “desgarro de PISA” sacudió a los educadores alemanes y los convocó a la acción. Una vez que los maestros supieron que el desempeño de sus estudiantes era bajo -y hasta deprimente-, su orgullo profesional los motivó para remediar la situación. En Japón, las asociaciones de maestros acompañaron las directrices del MEXT y desmantelaron ciertas propuestas de la reforma Yutori.

En México no hubo escándalo en ejercicios pasados. Pero, en la mayoría de las notas y editoriales de este año, el régimen es el villano, no los maestros. “La reforma del gobierno de Peña Nieto no resuelve nada”, enuncian muchas voces. Sin embargo, aunque uno no tenga fervor por las pruebas estandarizadas, los “indicadores” de PISA exteriorizan que muchas cosas andan mal.

Y parece que así seguirá. El gobierno se echó para atrás con la Reforma Educativa. En Oaxaca claudicó frente a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Chiapas y Michoacán no tardarán en caer. En tres años pasaremos por otro PISA shock.