Nudo gordiano

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Jugada maestra

Por Yuriria Sierra

“Ya te vas”, le dijeron a Joaquín Guzmán Loera. El Chapo habría querido morir antes de ingresar a un penal de máxima seguridad en Estados Unidos, decían. Su esposa y su equipo de abogados en México hicieron lo que pudieron para alargar un proceso de extradición que se sentía cada vez inevitable. Lo mismo argumentando que el capo no podía dormir que alegando una profunda depresión.

Ayer, el último día de la gestión de Barack Obama, México sorprendió a todos cuando se anunció que ese momento tan temido para El Chapo era una realidad. El gobierno federal entregó a las autoridades de EU a Joaquín Guzmán Loera la tarde del jueves. Salió del penal de Ciudad Juárez rumbo al Centro Metropolitano de Detenciones, ubicado en el barrio de Brooklyn, en el estado de Nueva York, donde le esperan los primeros procesos que habrá de enfrentar ante la justicia estadunidense.

Extraditar ayer a El Chapo Guzmán fue una jugada maestra del nuevo canciller Luis Videgaray: porque sí, se lo está entregando al que a partir de hoy se convierte en Presidente de Estados Unidos, es decir, a Donald Trump, pero se lo entregó al todavía ayer Presidente de EU, a Barack Obama. Por motivos varios.

Uno. Porque sí es dar una señal de cooperación al que será el nuevo gobierno de Trump, pero no una señal a ciegas ni mucho menos incondicional. Porque al dárselo a Obama, el gobierno mexicano le está impidiendo al que será nuevo Presidente colgarse la medalla completa y presumir ante su gente y el mundo aquello como un logro propio. Los estadunidenses no tienen por qué saber que el trabajo para la extradición, que empezó con toda pulcritud la entonces procuradora Arely Gómez, concluyó de la misma forma con el procurador Raúl Cervantes, y sólo aguardaba solventar algunos recursos todavía interpuestos por la defensa de El Chapo en territorio mexicano. Trump podrá sacarle jugo -pero no todo- a la naranja que le envió anoche el gobierno mexicano.

Dos. Porque Luis Videgaray seguramente ha podido leer acertadamente al personaje que ocupa desde hoy la Oficina Oval. Lo dijo en entrevista a Loret hace unas semanas: “Trump es, ante todo, un negociante”. Pero es un negociante megalómano acostumbrado a salirse siempre con la suya (eso no lo dijo Videgaray, pero me imagino que seguramente así lo percibirá; no es difícil), y ¿qué se hace con los negociantes megalómanos acostumbrados a salirse siempre con la suya? Los sacas de sus previsiones, les cambias las cartas del juego, los destanteas con el “factor sorpresa”. No tanto como para que se paren de la mesa, pero sí lo suficiente como para que sepan que no están negociando con incautos a los que podrán verles la cara de idiotas y además cobrarles por hacerlo.

Tres. Porque después de la experiencia de la visita a Los Pinos, Videgaray y Peña Nieto saben de sobra de los altísimos costos que puede tener ante la opinión pública nacional cualquier señal que pueda ser leída como un acto de sumisión. Mejor así, a Obama, aunque sea para Trump.

Cuatro. Porque tampoco era buena idea regalarle a nadie en el gabinete ni mucho menos a alguien de la oposición el placer infinito (y el capital político que ello implica) la extradición más deseada por Estados Unidos y todas sus agencias de inteligencia. No way! Una medalla que se quisiera colgar algún precandidato ahora, o, peor aún, un Presidente o Presidenta de otro partido en dos años. Luis Videgaray afirmó que no quiere ser candidato a la Presidencia, pero todas estas acciones lo pondrán inevitablemente en la carrera. Y si logra en las próximas negociaciones a las que irá a Washington a encontrarse con el equipo de Donald Trump que los términos de la “renegociación” del TLCAN sean benevolentes para con nuestro país, definitivamente terminará en la boleta, aunque él diga que no le interesa. Porque por lo pronto, con esta jugada maestra, llegará a Washington a finales de enero con el sabor de este regalo para Trump, aunque en realidad haya sido envuelto para Obama. Llega, pues, con la carta de saber ser un gran negociador.