Filtraciones e intimidación
Por Rafael Cardona
Uno quisiera desatarse de esta rutina triste de escribir día con día los conflictos derivados del capricho incomprensible y obsesivo del presidente de Estados Unidos, quien en franco atropello de protocolos, procedimientos, cortesía y reglas de convivencia internacional, golpea a México con asiduidad tenaz, pero los recientes acontecimientos obligan a una reflexión sobre sus actitudes, pero por encima de ellas, de las nuestras.
Todo comenzó con una nota de Dolia Estévez, la corresponsal mexicana en Washington cuya presencia en los medios ha sido siempre, por decir lo menos, incómoda. Hoy como nunca: se le identifica con la animosidad extrema de Carmen Aristegui (de quien es colaboradora) contra el gobierno de Enrique Peña.
De acuerdo con ese reporte, procedente de una fuente anónima (como suelen serlo todas) Trump habría tratado con la punta del pie al presidente de México a quien entre otras humillaciones le habría asestado la advertencia (así haya sido después matizada como oferta auxiliadora) de enviar tropas para actuar como debe hacerlo un Ejército, y no como lo hacen nuestras Fuerzas Armadas (mal trabajo dijo DT) en la lucha contra el crimen organizado.
Pero después la misma harina salió de otros costales. Ya no se trataba de la habilidad reporteril de la señora Estévez, sino de un plan de la Casa Blanca para ablandar aún más al gobierno mexicano. Las filtraciones (no los hallazgos periodísticos, no las hazañas de investigación; no, el oficio del correveidile, nada más) se extendieron a la Associated Press y a CNN. Hoy ya pueblan media prensa americana. Cada quien con sus versiones y sus tonalidades.
El gobierno mexicano se equivocó en su reacción: el mal no estriba en lo publicado o difundido por los corresponsales, el asunto reside en quien los utiliza. Le han respondido al títere, no al titiritero.
La primera fuente fue protegida por la complicidad de la imposible revelación de las fuentes, en el nombre de cuya sacralidad es posible inventar, agregar, tergiversar, adobar y hasta exagerar lo inicialmente dicho por el filtrador.
Total, no puede reclamar abiertamente. Y si no existe, si es un colega, si es una “cosecha”, si es un murmullo, si yo soy mi propia fuente protegida; no importa, ya solté las palabras al aire. El crimen perfecto. Eso es muy viejo.
Pero la segunda y tercera filtraciones, ya hablaban de síntesis de la versión estenográfica de la conversación.
Para nadie es un secreto cómo siempre, de los dos lados, se graban estos diálogos presidenciales. Por muchas razones, hasta para someter las pruebas “poligráficos” mediante el análisis de la voz y sus inflexiones. Es un asunto normal. Todos lo saben.
El ejemplo más claro está en el “comes y te vas” de Fidel Castro. El desaparecido dictador dio una lección de cómo utilizar esas cintas (o bytes) cuando se trata de salvar el pellejo y no exponerse a un mentís. Pero no todos aprenden.
En esas condiciones el gobierno mexicano se apuró a desmentir con vehemencia el contenido de las filtraciones, en lugar de hacer algo muy simple: responderle a la Casa Blanca con su misma actitud. ¿Cómo? Divulgando íntegramente el contenido de la conversación.
Sin embargo eso no se hizo ni se hará.
¿Por qué? Porque México reconocería públicamente su mentira. Relaciones Exteriores, a través de una funcionaria de quinto nivel, hizo desaparecer las amenazas, advertencias u ofertas de ayuda militar de Trump a un gobierno cuyo Ejército no le merece ninguna calificación positiva. En vez de defender a nuestros militares, la Cancillería defendió a Trump y le prestó al gobierno el mecate para amarrarse las manos con la única defensa posible: exhibir la grabación de toda la plática, por ríspida como hubiera sido, dijera cuanto diga.
Esa es una buena manera de perder una oportunidad. Como dicen los gringos: “He Never Misses an Opportunity to Miss an Opportunity”.
Una vez desmentido el contenido de la filtración, México se ha hecho responsable de todo el diálogo, como si fuera suyo, y de sus consecuencias, como si no le afectaran.
Esa historieta de la efectividad telefónica y la plática productiva, cuyo primer compromiso, no volver públicamente a lo del muro, se abatió por la parte gringa en menos de un minuto; ya no convence a nadie.
La firmeza en defensa de lo nacional debería comenzar por exhibir (con su propia voz, cuando ellos ya han divulgado una parcialidad del diálogo confidencial) la grosería, las amenazas y los malos humores del presidente de Estados Unidos.
¿Y las consecuencias?
Pues como sean. De todos modos las estamos pagando.