Opinión 11/4/17
México, el populismo y sus instituciones
Por Francisco Cabral Bravo
Las instituciones no nacen, se hacen; de arriba para abajo, pero particularmente de abajo para arriba. Parafraseando a John Fitzgerald Kennedy, no preguntes qué han hecho las instituciones por ti, pregúntate qué has hecho tú por las instituciones. México nunca tendría solidez institucional si no la exigimos.
La única defensa ante el populismo, al acecho, es la fortaleza institucional.
En México también la realidad afecta al voluntarismo, y aunque hoy el populismo está de moda, y como dice el refrán “prometer no empobrece, pero dar es lo que aniquila”, vemos campañas políticas llenas de propuestas para otorgar beneficios sociales crecientes. Seguir hipotecando el presente en aras de los votos, es una tendencia al parecer irrefrenable, que todos los partidos y candidatos utilizan.
AMLO impulsó este tipo de beneficios en aras de combatir la pobreza, pero estas dádivas no logran este objetivo como todos reconocen.
La política social debe romper círculos de pobreza, impulsando educación, salud, igualando oportunidades y acceso a mejores condiciones de vida. Pero cuando sólo se convierte en dádiva generosa, a costa de los impuestos, se deterioran las finanzas públicas, comprometidas en pagos a miles de ciudadanos, lo requieran o no, tenga o no un objetivo claro.
Y las labores de gobierno como seguridad pública, servicios administrativos, movilidad, educación, salud, promoción de empleo e inversión, infraestructura, telecomunicaciones, energía, se van deteriorando.
En Estados Unidos, país infinitamente más fuerte institucionalmente que México, están siendo puestas a prueba. Hasta ahora subsiste la reforma de salud de Obama, por ejemplo, sobrevive gracias a la resistencia legislativa a revocarla, incluso por parte del propio partido del presidente. Pero de abajo hacia arriba, la movilización fue determinante, la sociedad civil le dejó claro a muchos legisladores el potencial costo en las urnas de su aquiescencia.
Mientras tanto Venezuela, país mucho más débil institucionalmente que México, fue arruinado por Hugo Chávez, el epítome del populismo, y por su delfín, Nicolás Maduro.
El tránsito de ser un país de ingreso medio a uno desarrollado, pasa por construir más y mejores instituciones. Tenemos algunas.
Banco de México es una meritocracia admirable.
INEGI es otra institución sólida. Se ha beneficiado de una sucesión de técnicos competentes, no políticos, que le dan credibilidad a las estadísticas que genera, a los números que permiten que propios y extraños sepan cómo evoluciona la economía del país. En Venezuela o Argentina el Poder Ejecutivo politizó y sesgó tanto la generación de estadísticas que simplemente dejaron de ser confiables.
Inversionistas y observadores simplemente los empezaron a tratar como destinos marginales para la inversión. Un país incapaz de emitir cifras creíbles, no la merece.
Hay otras, Cofece se ha ido volviendo una institución creíble. También hemos logrado montar un sistema electoral con muchos defectos, pero capaz de armar procesos electorales que reflejen la voluntad del votante. Sin embargo hay alarmante debilidad institucional en sitios delicados.
Nuestro sistema judicial es una vergüenza. Desde los ministerios públicos hasta las cortes solapamos procesos que más que basarse en normas y leyes, son una subasta al mejor postor. ¿Cuánto le habrá costado a los papás de los infames Porkys el dictamen del juez Anuar González Hemadi? Ostensiblemente los suficiente.
El poder ejecutivo ha hecho demasiado poco, el imperio de la ley brilla por su ausencia.
El legislativo tampoco hace algo. ¿Cómo exigirle a legisladores de todos los partidos, que se han beneficiado por un “moche” tras otro, que maten a la gallina de los huevos de oro?
La corrupción en México no es cultural, pero sí quizá estructural. ¿Qué pretexto tenemos en la sociedad civil para no exigir más?
Quienes tienen el poder para forzar el cambio prefieren status quo que les acomoda.
¿Para qué emparejar el terreno si en este juego no tienen cómo perder?
Quienes tenemos alguna voz pública, exijamos.
Basta de que esta administración juegue con fuego, golpeando a las pocas instituciones fuertes que tanto trabajo ha costado forjar. Sería imperdonable dejar al país indefenso ante populistas.
La fragilidad del Estado de Derecho en México es asunto grave, que amenaza a las instituciones y a la viabilidad de México como nación democrática en el mundo global del siglo XXI.
Que nadie se diga engañado.
Sería una tragedia tener que escribir en una hoja parroquial, dentro de poco tiempo, “se los dije”.