Nadando entre tiburones
Por Víctor Beltri
La última baladronada del Mesías Tropical
Es evidente: quien ha dicho que no necesita de nadie ahora dicta ultimátum de plazo perentorio.
La oferta de Andrés Manuel a los partidos de izquierda es muy clara: o se someten a sus designios, ahora mismo, o no permitirá que se sometan a ellos después del cuatro de junio -y el pastel será, entonces, para él solito. Un pastel que, como siempre, ha comenzado a saborear antes de tiempo y que -presiente- no podría morder en las condiciones actuales.
Es evidente: quien ha dicho que no necesita de nadie ahora dicta ultimátums de plazo perentorio. La decisión de los dirigentes de los partidos aludidos, sin embargo, no debería de ser tan complicada: se trata de entregarlo todo, incondicionalmente, a quien no les ofrece sino la culminación de sus propias ambiciones. Andrés Manuel está interesado en los temas de izquierda tan sólo en cuanto se relacionan con su agenda demagógica para arribar al poder y, en consecuencia, no ha dudado en oponer, conceptualmente, pueblo con ciudadanía. La verdadera izquierda mexicana no tiene nada que hacer con quien, con sus amenazas delirantes, les ha tendido un puente de plata.
Delirantes porque, ahora, pide el cariño de quienes no ha dudado en destrozar. Andrés Manuel exprimió al PRD hasta agotarlo, sin dejar que crecieran liderazgos que le dieran nueva vida al partido y que hubieran terminado -fatalmente- por eclipsarlo. Cuando, después de su segunda derrota consecutiva, encontró el disenso en sus filas, en vez de ceder el poder prefirió destrozar la institución y quedarse con los restos que le convenían. Unos restos que hoy, timoratos, pretenden que se le escuche en la demanda, absurda, no de declinar sino de claudicar a su favor.
Claudicar, porque es increíble que exija, de instituciones e individuos comprometidos con la lucha por la democracia y la igualdad, que lo sigan incondicionalmente cuando es claro que sus amenazas no son más que súplicas de quien antes los despreciaba y que sabe que necesita de ellos. Andrés Manuel no es indestructible, como ha quedado demostrado con la serie de videos -y posterior evasión- de Eva Cadena, que han tocado su línea de flotación y, de los que es previsible -todavía casi a un mes de la elección- que no sean sino una primera entrega. Andrés Manuel necesita de un frente común para enfrentar los pormenores del proceso, que trascenderán la fecha de los comicios y, antes de tejer alianzas, ha preferido amenazar a quienes en realidad no ganan nada con apoyarlo.
Nada. Con Andrés Manuel no gana en absoluto la agenda de la izquierda progresista -¿O ya se conoce el posicionamiento de López Obrador sobre temas de género?- ni se erradican las prácticas de corrupción que han desembocado en la crisis institucional que ahora sufrimos. La práctica del diezmo y la opacidad en los ingresos y egresos de Andrés Manuel López Obrador han sido una constante desde hace años: cuando, en Madrid en 2011, tuve la oportunidad de preguntarle al respecto, lo que obtuve fue una respuesta a cajas destempladas (“El Gatopardo de Macuspana”, Excélsior, 17/10/2011): “López Obrador, con el rostro visiblemente descompuesto, dijo que iba a responder a la pregunta de cualquier manera. Esos estados financieros, dijo, los puede solicitar al Cisen, con quien, sin duda, guarda una buena relación”. ¿Ha cambiado en absoluto el Andrés Manuel de 2017?
Puente de plata. La izquierda mexicana no tiene nada que ganar al apoyar la tercera intentona de quien, a final de cuentas, no los representa y, en cambio, tendría mucho que ganar si aprovechara la última baladronada del Mesías Tropical y terminara de deslindarse de quien, si sabía de las fechorías de sus correligionarios era tan corrupto como ellos y, si no, es tan poco capaz que no merece el voto de confianza que hoy reclama. México necesita de una izquierda progresista. No claudiquen por quien los desprecia.