Política de principios

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Las elecciones de 2017

En el viejo PRI, los candidatos hacían un recorrido triunfal y las candidaturas de la oposición eran meramente testimoniales y sus triunfos escasos y esporádicos. Las campañas, en términos generales, eran austeras y se financiaban con recursos fiscales.

Por Juan José Rodríguez Prats

Ya estamos hartos de mugre, de cieno y de farsas político-electorales.Vicente Lombardo Toledano, fundación del PRM, 30/III/1938

Se insiste en que el viejo PRI ha retornado y que se están utilizando las más primitivas prácticas para ganar votos, lo cual no corresponde con la realidad. En el viejo PRI, los candidatos hacían un recorrido triunfal y las candidaturas de la oposición eran meramente testimoniales y sus triunfos escasos y esporádicos. Las campañas, en términos generales, eran austeras y se financiaban con recursos fiscales.

Las contiendas verdaderamente competitivas comienzan en la última década del siglo pasado y, como consecuencia, se generó una legislación elaborada con criterios partidistas, abigarrada, cada quien buscando proteger sus intereses. Normas que, desde su origen, estaban llamadas a la ineficacia.

Pronto tendremos elecciones en cuatro estados. Del análisis de lo ahí acontecido podemos sacar algunas lecciones útiles para la madre de todas las batallas políticas en 2018.

Es por demás evidente, pero es necesario insistir en ello: no por crear muchas instituciones se logra que, de los procesos, emanen autoridades con legitimidad y liderazgo. Pareciera ser al revés, se violan impunemente nuestros ordenamientos y las autoridades se pasman ante la abrumadora presentación de denuncias pocas veces resueltas, agregando mayor desprestigio a nuestro deteriorado Estado de derecho.

La presencia del dinero sustraído del presupuesto o de fuentes inconfesables es verdaderamente escandalosa. El derroche no requiere mayor prueba. Los topes de campaña son una real vacilada. La forma en que se manipula la conciencia ciudadana es un pecado social que daña la dignidad de la persona y deteriora gravemente la ética de un pueblo. Mientras esto continúe, la involución de México se acelerará aún más.

Las encuestas han perdido toda credibilidad. Se hacen a gusto del cliente y distorsionan todo el proceso. No resisten un análisis a fondo y forman parte de los muchos mecanismos para jugar con la preferencia electoral.

Los partidos se obsesionan por alcanzar el triunfo sin reparar en cómo obtenerlo y, dada la existencia de varias corrientes en su interior, las negociaciones en las cúpulas están a la orden del día para repartirse el pastel del presupuesto a ejercer.

La historia de México es un reiterado relato de reclamos por los resultados electorales. Me atrevo a afirmar que, a nivel presidencial, solamente hay tres elecciones competidas y no cuestionadas: la de 1824, entre Guadalupe Victoria y Nicolás Bravo; la de 1867, entre Benito Juárez y Porfirio Díaz, y la de 2000, entre Vicente Fox, Francisco Labastida y Cuauhtémoc Cárdenas. En todos los demás casos, o bien prevalecía la figura del candidato vencedor desde el inicio de la campaña, postulado, desde luego, por el partido oficial, o bien, los resultados eran impugnados y venían las protestas. Hoy estamos en el peor de los mundos posibles: arrastramos vicios del pasado con nuevas y sofisticadas técnicas para hacer campañas y se han perdido los escrúpulos y el pudor para ejercer en plenitud el papel de autoridad y aplicar la ley.

Muchos son los problemas de México, todos están imbricados y demandan una solución perentoria. Tremenda responsabilidad para quienes aspiran a los cargos públicos en el mediano plazo. No se trata tan sólo de levantar el dedo y decir “yo quiero”, sino de tener ideas para enfrentar estos problemas. Manuel Gómez Morin insistía en una frase de enorme sabiduría: “No ambiciones lo que no mereces”, que se complementa con otra de Simone de Beauvoir: “El camino más corto al fracaso es el éxito”.

Ante este panorama, los políticos debemos vincular la política y la ética y no seguir deteriorando nuestra vilipendiada profesión.