Sergio González Levet - El poderoso
Sin tacto
Por Sergio González Levet
El poderoso
Para el profesor Juan Nicolás Callejas, en su día
El hombre poderoso anda solo.
El verdadero poderoso anda solo, no necesita que lo acompañen porque sabe que nadamás él tiene la fuerza y se acompaña de la única presencia que se necesita: la suya.
Anda solo hasta en medio del peligro. O parece que anda solo, porque su seguridad es discreta, como él debe ser. Ella solamente se nota cuando hay una verdadera situación peligrosa. Ahí nos damos cuenta de que anda solo pero que no está solo.
O está solo porque el poder es, junto con otras cosas, una gran soledad: la soledad del privado, la soledad del presídium, la soledad del podio, la soledad de la decisión.
El poderoso sabe. Y sabe que sabe. Pero lo importante es que su palabra genera cosas y acciones. Su lenguaje es fáctico, diría el lingüista; su lenguaje es mortal, diría el rufián; su lenguaje es bienhechor, podría decir o dice el marginado.
Por todo eso, el poderoso cuida lo que habla, mide sus palabras, contiene sus emociones. No grita, ordena; no regaña, señala; no condena, entiende.
Pero no vayan a creer que es blandengue. No. La suya es la fuerza mayor, la que doblega voluntades y condiciones. He ahí la razón por la que se puede dar el lujo de parecer frágil, de alguna vez sentirse indefenso, de saberse inexpugnable sin embargo.
El poderoso no se equivoca. Nunca se equivoca. Es más, si se equivoca, puede corregir, y el error deja de ser error y se convierte en virtud. Pero mejor no se equivoca, porque si lo hace sabe que puede perder el poder y dejar de ser poderoso.
Sabe también que el tiempo es un elemento escurridizo que se va volando y que pasa más veloz cuando se está en la cima, como el viento de las montañas que allá arriba se fortalece y arrasa con su fuerza los robles magníficos, los esbeltos abetos, las robustas araucarias…
El poderoso es dueño de vidas y haciendas, y a su paso se preservan o se deshacen unas y otras. Lo curioso es que muchas veces también una y otra cosa ocurren sin que él lo sepa a ciencia cierta, sin una orden de por medio, sin la fuerza expresada de su voluntad.
Porque el poderoso es más que él mismo, que su naturaleza humana.
A veces está triste o está exultante o está emocionado, pero eso no tiene nada que ver con el poder sino con su condición de humano, de reo de las sensaciones y los deseos.
El poderoso entiende que lo mejor que puede hacer es el bien. El mal no paga. Los amigos son dudosos, en muchos casos, pero los enemigos son reales siempre.
Por eso camina por la vida o por el puesto tratando de hacer lo mejor, tratando de hacerlo mejor, tratando de ser lo mejor.
No hay nadie como él, es único, como única es la ocasión que tiene en la vida de ejercer esa savia magnífica que es el ejercicio de la autoridad.
El poderoso juega el alegre juego del poder.
El poderoso…
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