Sergio González Levet - Llamadas a deshoras
Sin tacto
Por Sergio González Levet
Llamadas a deshoras
Son las 8 de la mañana. Nuestro personaje se levantó temprano, hizo un poco de ejercicio, se bañó, desayunó frugalmente y llegó al primer momento mágico de su día, cuando se dispuso como lo hace religiosamente a disfrutar de la taza de café que probablemente será la única en muchas horas, pero que le infunde bienestar, lo tonifica, le hace más leve la percepción de los conflictos de la jornada.
Se arrellana en su asiento, endulza su bebida, la huele/disfruta concienzudamente, la acerca a su boca y cuando está a punto de tocarla con los labios…
¡Suena el teléfono!
Hace el esfuerzo de volver de la ensoñación: se instala en el mundo real, vuelve a sentir el calor o el frío, la humedad ambiente, regresan los dolores matinales propios de su edad, percibe su grosera condición de mortal.
Descuelga, acerca el auricular a su rostro y dice el consabido “¿Bueno?”
Del otro lado de la línea empieza a escuchar una voz con acento extranjero, intuye que el o la telefonista trata de quedar bien con él, de hacerse el agradable, de ganar su aquiescencia y conquistar su confianza:
—Buenos días, ¿tengo el gusto de hablar con el señor Juan Pérez Jolote? —sale del teléfono una voz profesional llena de seguridad.
—No, habla el señor… eh… González —contesta nuestro personaje a su vez, aunque inseguro.
—¿No se encuentra el titular de la línea? —escucha la pregunta mientras ve cómo el acariciante calor de su café se disipa en el vapor gramíneo que sube en volutas magníficas hacia el techo, y se esfuma. Pero la voz mantiene viva la llamada al no dejar ni un segundo entre la pregunta y la continuación de su perorata:
—¿Usted tiene alguna cercanía con el titular? ¿Es él su familiar, su amigo, su roomie… su pareja tal vez? —la tolerancia surge como un medio más de agradar al probable cliente.
—No, ni siquiera conozco al señor ése. Es más, su nombre se me hace más propio de un texto literario que de una lista de directorio telefónico —la respuesta es una especie de venganza contra el inoportuno, que hizo que nuestro personaje perdiera la magia del café indispensable, con lo que ya se le echó a perder todo el día.
—Le llamo, señor mío, para ofrecerle un producto que usted deberá adquirir, porque en caso contrario perderá una de las mejores oportunidades de su vida…
…lo que sigue es lo de siempre: grandes emporios empresariales o bancos, cuyos genios financieros han diseñado una forma más de exprimir al público consumidor con paquetes que por lo general son fraudulentos, porque resultan al final más caros que el caldo de las albóndigas.
Todo mexicano que haya padecido este tormento -que son todos- sabe que no hay una instancia oficial una institución, una dependencia que lo salve de esta tragedia matutina.
Y sí: tratar de poner una queja contra estos sutiles torturadores es gritar en el desierto, con palabras llenas de sonido y furia.
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