Víctor Beltri - ¡Buena suerte en Brasil!

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Es un momento oportuno para desearles buena suerte a los mexicanos que asistirán al Campeonato Mundial de Futbol en Brasil. La van a necesitar, desde el inicio. Los aeropuertos brasileños no están totalmente terminados y operan, en la actualidad, cerca de su límite operativo. No tienen la capacidad suficiente para hacer frente a un incremento de 600 mil turistas extranjeros y, además, las aerolíneas brasileñas están contemplando un importante aumento en las tarifas para vuelos entre las ciudades sede. El boleto de avión para ir a ver sólo un juego en una ciudad distinta costará, al menos, alrededor de 300 dólares. Son 12 sedes y decenas de partidos. ¿Cuántos van a ver?

 

Cuando los turistas logren aterrizar surgirán nuevos problemas. ¿Cómo llegar al hotel a descansar? Los taxis en Brasil son tan peligrosos, o más, que en nuestras ciudades, con fenómenos similares de unidades pirata. Además, ¿cuántos nuevos taxis serán necesarios para servir a una población flotante que, además de los extranjeros, involucra un turismo local de más de tres millones de personas? El transporte público, la otra opción, no sólo es peligroso sino que es sucio, lento, caro y confuso, además de que ya es insuficiente para la población. ¿Cómo va a llegar la gente a los estadios? Hace unos días hubo un embotellamiento en Sao Paulo que tardó horas en disolverse y se extendió por 344 kilómetros. Trescientos cuarenta y cuatro kilómetros de calles en las que el tráfico estaba completamente inmovilizado. Y no había comenzado el Mundial todavía.

Aquellos viajeros que hayan conseguido hospedaje con anticipación enfrentarán menos problemas que quienes no lo hayan hecho, como es natural. Sin embargo, incluso los más previsores estarán en las mismas circunstancias de los demás, cuando se trata de satisfacer sus necesidades más elementales. Brasil no está preparado en términos de restaurantes, agua, hoteles, salubridad o diversión en general para recibir a tanta gente. ¿Qué pasará con el precio de, por ejemplo, una botella de agua, en cuanto la oferta y demanda comiencen a ajustarse? ¿Y la comida, o los baños, o los meros servicios de salud?

Los estadios, además, no han sido terminados en su totalidad. Faltan muchos detalles y elementos estéticos, suponiendo sin conceder que la estructura esté bien realizada, aunque ya hemos visto varios accidentes mortales en las sedes. Sin embargo, el mayor peligro podría no venir del estadio en sí, sino de quienes lo ocupan. Las Torcidas Organizadas son famosas por su violencia: ¿qué va a ocurrir cuando se encuentren con las otras barras bravas, ultras, hooligans o porras?

La violencia del futbol palidece cuando se compara con lo que ocurre en las calles. El crimen organizado es un problema gravísimo y que la policía, a pesar de su muy conocida brutalidad, no ha podido controlar. De hecho, algunos medios reportaron en su momento las declaraciones de organizaciones delictivas que amenazaban con implantar el terror durante la competencia. Entre tanta gente, tanto ruido, tantos problemas y tanta desorganización, ¿qué podrán hacer las autoridades brasileñas? ¿Prevenir que ocurra un incidente, o reprimirlo salvajemente? Las actuaciones pasadas de la policía brasileña no nos permiten hacernos muchas esperanzas.

Los servicios de salud tienen los problemas normales de los países en desarrollo, y no los propios del primer mundo en el que Brasil pensaba estar. La mejor prueba es el millón de casos de dengue que se registran cada año. ¿Cuántos turistas verán los partidos desde la cama de su habitación mientras se encuentran en estado febril? De acuerdo con el Center for Disease Control and Prevention, en 5% de los enfermos de dengue la enfermedad se desarrolla con tal intensidad que pone en peligro la vida de los pacientes. Y no podemos olvidar que llegarán más de 600 mil personas. ¿Están preparados? 

Y esto no es todo. Los brasileños están descontentos, y son conscientes del gran dispendio fruto de la megalomanía del expresidente Da Silva. El año pasado, más de un millón de personas tomaron las calles para protestar en contra del Campeonato Mundial. Entre ellos había ciudadanos normales, burócratas, grupos indígenas, indigentes y miembros del temible Black Bloc, quienes usan la violencia de forma táctica y organizada. Los conductores de autobuses amenazan con huelgas, así como los maestros y otros trabajadores al servicio del Estado. Las favelas son un problema, y el descontento se incrementó más aún cuando cientos de miles de familias fueron expulsadas de sus casas para poder continuar con la infraestructura de la Copa Mundial.

El campeonato comienza en unos cuantos días, y entonces podremos ver la efectividad y eficiencia del país que, como nuevo rico de provincia, organizó dos fiestas seguidas para presumir a sus vecinos. En fechas recientes, Da Silva declaró que en México todo estaba peor que en Brasil. Ya veremos, cuando termine el mes del futbol, qué le queda a Brasil en cuanto a recursos, fortaleza institucional, y apoyo popular, para organizar una olimpíada en dos años. Buena suerte.