Sergio González Levet - Día del Padre

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—Buenos días, periodista, ¿cómo está usted?

—Hola, mi amigo Coñoloco, ¿cómo vas?

Me encuentro con él en la calle Enríquez, el lugar ineludible de la clase política xalapeña. Contra su costumbre, lleva camiseta verde en lugar de la clásica guayabera, señal de que se dispone a ver el juego de la selección nacional contra Brasil. Lo identifico como Coñoloco no por el apodo que porta otro político con más merecimiento, sino porque es una expresión que aparece recurrentemente en su habla, la que omitiré en adelante para evitar repeticiones.

—Muy bien, señor, y además estoy feliz porque me pasé un Día del Padre muy padre, valga la redundancia.

 

—¿Cómo te fue? Cuéntame…

Tiene unos 40 años de edad y ha acumulado experiencia en la grilla veracruzana desde que empezó muy joven, casi un niño, en los menesteres partidistas (“¡Siempre he estado con el tricolor, que es mi partido!”). Eso quiere decir que sabe de pegar propaganda en postes y paredes, de animar mítines con porras oportunas, de transportar y repartir despensas así como todo tipo de propaganda en las campañas, de hacer larguísimas antesalas en pos del saludo —y el apoyo— de un funcionario.

Está casado desde hace 20 años y tiene dos hijos —“la parejita”— que salen apenas de la adolescencia: una bonita familia priista. Su esposa es una reconocida adalid del feminismo entre las filas partidistas.

—Mire usted, mi señora y mis hijos se acercaron a mí el sábado, y me dieron la sorpresa de que habían hablado y pensado seriamente en la celebración del Padre. “Te vamos a hacer pasar un día magnífico, un domingo que será inolvidable para ti”, me dijeron.

—Oye, qué bien que te lo reconozcan, porque sé que eres un padre responsable y un buen marido.

—Sí. Me fue de pocas. Mire, entre los acuerdos que tomaron para agasajarme ese domingo de gloria le cuento los siguientes: a) Me dejaron dormir hasta las 8 de la mañana sin despertarme. b) Ese día no tuve que tender la cama. c) Mi esposa estuvo de acuerdo en que no hiciera el desayuno y que sólo dejara los trastes en el fregadero para lavarlos hasta el día siguiente. d) Los tres estuvieron de acuerdo en no pedirme dinero en ese día (aunque tuve que darles algo para que compraran los regalos que me hicieron y me tocó saldar la cuenta de la comida). e) Buscaron un restaurante que tuviera estacionamiento cerca, para que yo no caminara mucho después de dejarlos a ellos en la puerta. f) No me dejaron elegir el lugar que me gusta, sino que fuimos a uno de mariscos (que por cierto me hacen daño) con el razonamiento perfecto de que ellos estarían felices y me tratarían mejor por consiguiente. g) En un rapto de largueza de mi mujer, me permitió ver completo el primer tiempo del partido entre Argentina y Bosnia Herzegovina (después la tuve que llevar de compras, pero valieron la pena esos 45 minutos gloriosos).

—Buen día tuviste, Coñoloco.

—Sí, señor, me fue de maravilla…

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