Pascal Beltrán del Río - Creérsela

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Escribir estas líneas mientras pasan decenas de automóviles con banderas de México por Paseo de la Reforma y suenan los claxonazos para festejar el empate de México con Brasil en el Mundial lo colocan a uno en riesgo de caer en la cursilería.

Sin embargo, ¿cómo regatear, mediante el silencio escéptico, lo hecho ayer en Fortaleza por el equipo de Miguel El Piojo Herrera?

Dirán los partidarios de la flagelación que México despertó exactamente igual hoy que como lo hizo ayer: con el mismo número de pobres y la misma violencia en sus calles.

Aunque eso es imposible de negar, hay momentos en los que asoma el espíritu mexicano que cree que puede lograrlo todo. Éste es uno de ellos.

 

Los seleccionados no llegaron a Brasil como los mejor dotados técnica o físicamente. Ver ayer a El Gallito Juan José Vázquez (estatura 1.66 metros) disputar el balón con el brasileño  (1.89) fue una probada de los retos que México ha tenido que superar, de entrada, en su paso por el Mundial.

El Tri tampoco obtuvo su boleto para la Copa de la mejor manera ni mostró en la etapa premundialista la labor de conjunto más óptima.

Pero algo pasó en cosa de una semana, entre la derrota ante Portugal, en el último partido de preparación para el Mundial, y el debut ante Camerún, que le dio la vuelta al ambiente en el equipo y, sobre todo, al ánimo en el país. Por lo menos al ánimo con el que se vive la Copa.

Recuerdo haber leído muchos pronósticos negativos en la prensa nacional previo al partido del viernes pasado. Mejor acostumbrémonos a que siempre nos va mal, decían algunos.

Es cierto que históricamente, en materia futbolística, no hay mucho qué presumir.

Mi despertar a la participación de México en las Copas del Mundo comenzó el 2 de junio de 1978 (francamente no recuerdo nada del Mundial de 1970). Ese día, México enfrentó a Túnez, en Rosario, Argentina, y fue humillado por los africanos. Lo que vino después, fue espantoso. Es de esos recuerdos que más vale dejar enterrados.

Luego vinieron las terribles derrotas en penales ante Alemania, en 1986, y Bulgaria, en 1994, que impidieron a México ir más allá en la fase de eliminación directa. Y lo mismo ha sucedido, ya sin penales, en las siguientes Copas: ante Alemania (otra vez), Estados Unidos (¡el horror!) y Argentina (las dos más recientes). Frustración tras frustración. Sin embargo, hay que reconocer cuando las cosas pintan distinto.

Será una ilusión, quizá, pero lo hecho ayer en Fortaleza, contra el anfitrión, tiene algo de épico. México nunca había arrancado un solo punto a los brasileños en un Mundial, y había perdido tres de cuatro partidos jugando contra la selección del país organizador de la Copa. Y, perdóneme, no es lo mismo empatarle a Sudáfrica en casa que a Brasil.

Luego está lo hecho ayer en la cancha. México se defendió con gallardía y atacó con inteligencia. A ratos parecía que podía llevarse el partido. Lo único que le criticaría a este equipo, desde mis limitados conocimientos de futbol, es que no parece tener un gran repertorio de jugadas a balón parado, que son el origen de casi dos de cada tres goles que se anotan hoy a nivel internacional.

Algunos dirán que esto es futbol y ya. Yo creo que no. Lo hecho hasta ayer en el Mundial —falta lo que viene, por supuesto— es ya fuente de inspiración para millones. Bastaba ver el rostro de la gente, de todos los grupos sociales, caminando hacia el Ángel ayer por la tarde.

No sé si era para irse al Ángel. Tal vez todavía no, porque el Tri tiene aún muchas pruebas por delante. Pero mentirá quien diga que una mente perversa instigó a la afición a tomarse la tarde libre para que así pueda olvidarse de su pobre realidad. Ya se sabe, hay mexicanos que ven una conspiración en todo.

Ayer no vi a zombis por las calles de la ciudad sino a gente dispuesta a creer que, así sea en el futbol, este país puede llegar lejos.

Hace unos días repetí en este espacio lo que han escrito distintos historiadores: que en el resurgimiento económico de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial mucho tuvo que ver el llamado Milagro de Berna, el triunfo del equipo de futbol de la entonces Alemania Occidental sobre los gigantes húngaros que llegaron como favoritos al Mundial de 1954.

Obvio, el futbol no puede ser más que una fuente de inspiración para el éxito de una nación, pero en ese sentido puede ser muy poderosa.

 

A pesar de que falta mucho para que podamos decir que el paso de México por el Mundial de 2014 es un gran logro (calificar a la siguiente ronda es ya de rigor), yo ayer vi en la cancha a un grupo de mexicanos que creen que pueden llegar lejos. Un grupo sin complejos, con meta, método y liderazgo.