Pascal Beltrán del Río - El centenario de Díaz

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Esta semana se cumplieron dos años de la elección que decidió el retorno a la Presidencia de la República del PRI, el partido que surgió de la Revolución Mexicana.

Casualmente, también se cumplieron 99 años de la muerte, en el exilio, del dictador cuya larga permanencia en el poder provocó el alzamiento revolucionario de 1910: Porfirio Díaz.

En menos de un año se marcará el centenario del fallecimiento de Díaz en París. Estoy seguro de que, a lo largo de este año, se volverá a abrir el debate sobre si los restos del político y militar oaxaqueño deben seguir en el cementerio de Montparnasse o volver a México.

Debo confesar que siempre he sido un entusiasta de la información sobre los lugares donde están enterrados los personajes históricos, incluyendo, por supuesto, los expresidentes.

 

Me gustan los relatos sobre viejos panteones, como el de San Fernando —del que soy visitante frecuente— e incluso de los cementerios desaparecidos, como el de Santa Paula, en cuyos terrenos hoy se levanta la colonia Guerrero de la delegación Cuauhtémoc.

Los panteones son más que lápidas y huesos: están cargados de historia.

Seguidor como soy de esa información, me llamó la atención la publicación de un desplegado, en una buena página de la edición de antier de un diario capitalino, que anunciaba la celebración de misas y/o ceremonias luctuosas en Miahuatlán, Oaxaca, y París, Francia —los lugares de nacimiento y muerte de Díaz—, así como en 18 ciudades de la República, incluyendo esta capital.

El desplegado, adornado por una foto del dictador, no tiene responsable de la publicación, aunque está rematada por una dirección de internet:[email protected].

De que será un tema de discusión pública que culminará en las semanas previas al 2 de julio de 1915 —el mero día del centenario—no tengo duda.

Lo que está por verse es si se reeditarán las viejas polémicas liberales-conservadores que se ponen en marcha cada vez que se debate el tema.

Como digo arriba, a mí el tema me interesa estrictamente desde el punto de vista histórico. Regresen o no los restos de Díaz al país, tendría que debatirse en torno de este centenario el papel que jugó el oaxaqueño para bien y para mal.

No tengo un punto de vista radical sobre qué hacer con sus restos, pero me propongo acudir con los especialistas y descendientes para recoger sus opiniones al respecto.

Comencé ayer con una llamada a una historiadora de larga trayectoria, la doctora Patricia Galeana, directora del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones en México (antes, “de la Revolución Mexicana”), el INEHRM.

“Los descendientes de Porfirio Díaz o cualquier otro mexicano, sea cual sea el papel que haya cumplido, tienen derecho de traer sus restos de cualquier lado, pero sería inadmisible su utilización política”, me dijo Galeana.

“No podemos permitir que se rinda homenaje a un dictador. Sería como hacerle un homenaje a Franco. Los actos simbólicos de necrofilia son ajenos a un Estado laico”.

—Pero ¿podrían repatriarse los restos de Díaz sin que esto se convirtiera en un acontecimiento político? —le pregunté.

—Eso depende de la familia y los medios. Si se hace un acto discreto y nadie más se entera, no veo por qué no. Pero si yo tuviera un ancestro enterrado en otro país y supiera que la repatriación de sus restos contribuye a la discordia, no los traería.

—¿Hay un impedimento político?

—Políticamente, no tendría por qué prohibirse. Deberían medirse las cosas y ver si esto va dar lugar a dimes y diretes. Si se quiere traer los restos como si se tratara de reliquias, entonces es un acto religioso. Respeto a quienes creen en esto, pero no es propio de un Estado laico.

—¿Qué opina del desplegado, doctora?

—Están preparando el terreno, evidentemente. La Iglesia católica tiene siglos de experiencia. No se olvide que ellos crearon el primer cuerpo diplomático. Si la Iglesia aparece al frente de la repatriación de los restos y esto ocurre, le daría fuerza.

A casi un siglo de su muerte, Porfirio Díaz sigue levantando polvo.

Apuntes al margen

*Porfirio Díaz no es el único expresidente enterrado en París. También está el caso, mucho menos conocido, del duranguense Juan Bautista Ceballos, quien gobernó el país durante un mes en 1853. Bautista sustituyó al polémico Mariano Arista, quien también murió en el exilio, a bordo de un barco. Los restos de Arista fueron repatriados en 1881, después de pasar 26 años en un panteón de Lisboa. Los de Bautista están aparentemente perdidos, en el sótano de la iglesia de Saint-Roch.

*Una de las cosas admirables en el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas es que sus causas y su amistad no son de ocasión. Jamás olvida a su amigo Francisco Javier Ovando, el estratega electoral de su campaña presidencial de 1988, asesinado cuatro días antes de aquellas elecciones. Ayer, como muchos años, estuvo en Morelia para encabezar la ceremonia por el aniversario luctuoso.

*Medio Oriente no deja de sacudirse. El cuerpo calcinado de un joven palestino fue hallado el miércoles en un bosque al oeste de Jerusalén. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, responsabilizó del asesinato a colonos israelíes, quienes presuntamente habrían vengado así la muerte de tres adolescentes judíos. Son hechos que habrá que seguir de cerca.