Víctor Beltri - ¿No que no, Andrés Manuel?
No cabe duda de que Andrés Manuel es uno de los políticos más importantes de nuestro tiempo. La importancia que tiene no le viene de sus logros, que en realidad son más bien magros, ni de sus postulados ideológicos que, además de su evidente raquitismo de fondo, encontraron su obsolescencia hace varias décadas en el resto del mundo. No le viene como forjador e impulsor de la democracia, concepto del que prefiere servirse antes que ser servidor.
La importancia de Andrés Manuel en la vida política nacional tiene su origen en aquello que es, también, lo que más disfruta: la calle, el mitin, la campaña perpetua. Es ahí en donde radican sus principales fortalezas, ahí es en donde se encuentra su razón de ser. Ese gusto es, precisamente, el que lo ha llevado a recorrer el país entero, municipio por municipio, un par de veces, para repetir un discurso que de tan gastado parece rancio y luido mientras recibe bastones de mando y guirnaldas de flores que se coloca, sonriente, sabedor de que siempre habrá una cámara fotográfica cerca para dejar evidencia de su cercanía con el pueblo bueno.Andrés Manuel conoce como nadie las fibras sensibles que hay que tocar, los gestos que tiene que hacer, a quién tiene que atacar y en qué momento. Es un manipulador perfecto, y lo sabe.
El gran problema de nuestro país está, precisamente, en la falta de un Estado de derecho. La observancia de la ley parece ser opcional para quienes tienen los recursos necesarios, y Andrés Manuel los tiene y los sabe utilizar: la calle, la movilización de masas, los discursos contestatarios y las frases lapidarias han sido utilizados con la maestría, y los pobres resultados, de un diletante de ajedrez que comienza ganando las partidas de forma apabullante pero termina perdiendo en las últimas jugadas ante su nula capacidad de manejar la frustración y dominar a su propio ego.
Es, precisamente, por esta razón, que el registro de Morena como partido político es uno de los momentos más relevantes de nuestra joven democracia. Andrés Manuel es un líder que se ha movido, con más frecuencia y comodidad de lo que se podría esperar de un político serio, al borde de la ilegalidad en los momentos más complicados de su historia. Desde la quema de pozos petroleros hasta su tristemente célebre “al diablo con las instituciones”. Andrés Manuel ha competido dos veces por la Presidencia de la República, y se apresta a hacerlo una vez más. Los resultados anteriores los conocemos de sobra, y realmente parecen existir pocas razones para dudar del desenlace de la que, probablemente, sea su última aventura política. Sin embargo, en esta ocasión el mensaje que transmite en paralelo tiene una relevancia esencial para la democracia mexicana: nadie puede estar por encima del Estado. Ni siquiera él.
El registro de Morena como partido político puede ser analizado desde diversas perspectivas, pero a final de cuentas, más que los recursos astronómicos que recibirá; el daño que puede causarle a una izquierda de por sí dividida, o los puestos de elección popular que repartirá entre sus amigos y personeros, no se puede soslayar el hecho de que este político rijoso e irracional, mediático y mesiánico, incongruente y proclive a la violencia, que no duda en burlarse de todo y despreciar el orden institucional, no ha tenido más remedio que regresar al sistema democrático que tanto desprecia. Ese es el triunfo de nuestra democracia, ese es el gran mérito de un sistema que hasta el momento ha servido para evitar que los grandes caciques como Andrés Manuel se entronen con las tácticas que tan buenos resultados han dado en lugares como Venezuela o Bolivia. México está por encima de los liderazgos caudillistas, y nuestro caudillo de marras, el Mesías Tropical que pudo haber destrozado nuestro orden institucional, hoy regresa con la cola entre las patas a lamer la mano que trató de morder, solicitando y obteniendo el registro necesario para poder acceder al sistema que se ha regodeado en vilipendiar.
El tema no es simplemente los recursos que recibirá a través de su partido. El tema no es tampoco el hecho de que tendrá la plataforma perfecta para repartir las cuotas de poder que tiene comprometidas con los personajes más dudosos de la política nacional. El tema ni siquiera es que, con el registro del partido se continuará con el mensaje de división y rencor que ha contagiado a algunos sectores de la izquierda desde hace más de una década. El tema real en el registro de Morena como partido político está en que, por fin, Andrés Manuel se ha dado cuenta de que no se puede actuar fuera de la ley, de que la institucionalidad que hemos construido es la única manera de llegar al poder en nuestra sociedad. La democracia mexicana está más fuerte que nunca y, de forma paradójica, es su principal detractor quien la ha validado. Las dudas que en el pasado despertó Andrés Manuel en un sector muy amplio de la sociedad, sobre la supuesta parcialidad y la imposibilidad de competir de acuerdo con las reglas establecidas, han quedado completamente atrás.Andrés Manuel reconoce, primero con la solicitud de registro y su posterior otorgamiento, que no es posible actuar al margen de la ley.
Este será, posiblemente, el único legado real de Andrés Manuel, muy a su pesar. El político que tuvo en vilo al país entero en un par de ocasiones, el que despreció a quienes marchamos en contra de la inseguridad que campeaba durante su gestión, el que insultó presidentes y se negó a contrastar sus ideas en un debate, el que aduciendo una ignorancia evidentemente culposa solapó la corrupción de sus allegados, él, quien se sentía todopoderoso desde la falsa certeza de las elecciones a mano alzada, es ahora quien se integra de nuevo a la vida democrática de nuestro país.Andrés Manuel lo tenía muy claro: o era el camino institucional, o su anunciado retiro a la finca de Tabasco. Y, por lo visto, el prometido viaje a La Chingada de nuestro Mesías Tropical tendrá que esperar un poco más.