José Elías Romero Apis - Ni santones...
Ni santones ni santeros
La política real, por cierto la única en la que creo, sólo puede ser ejercida por hombres dotados de una buena aleación de cualidades técnicas y de aptitudes políticas. El país se ha vuelto tan complicado que nuestros gobernantes tienen que aplicarse tanto al conocimiento de los laberintos técnicos de las materias públicas como al armado de los tejidos de la gobernabilidad social.
Por eso se ha dicho que los tiempos actuales nos obligan a contar con individuos que lo mismo puedan obtener menciones honoríficas en Georgetown, en Harvard o en Columbia que votos electorales en Chimalhuacán, en Catazajá o en Tajimaroa. Que puedan convencer y seducir con su conversación al presidente del Banco Mundial o al presidente del Comisariato Ejidal de Tlaxiaco.
En las condiciones actuales resultan muy inútiles aquellos santones tecnócratas que todo lo quieren solucionar con sus manuales aspa como aquellos santeros grillos que todo lo quieren solucionar con sus corazonadas. La verdadera política no es para instructivos ni para adivinaciones. Es para la aplicación pura del sentido de la realidad.
Tengo a la mano muchos ejemplos de ello, pero no quisiera traer alguno que tenga que ver con todo un destino nacional sino con incidentes más pequeños, pero, quizá, más claros. Compartiré uno de ellos.
Hace años, un gobernador de mi estado natal recibió una información y advertencia que le hacía la Oficina Federal de Investigación Política. En ella le mencionaban una región donde se habían infiltrado células de ideología radical y de filiación comunista, palabra muy atemorizante en ese entonces. Dicha zona era eminentemente indígena y permanentemente abandonada por los gobiernos y hasta por la naturaleza. Miseria, sequía, desnutrición, desempleo y hasta desesperanza eran sus signos de identificación. Así, pues, la infiltración y las circunstancias combinaban de manera peligrosa.
El experimentado gobernador consideró que había que poner “manos-a-la-obra” y lo comentó con los suyos. Lo primero que recibió de ellos fue una catarata de propuestas, soltadas allí sin reflexión alguna. Que se instalaran escuelas, hospitales y canchas. Que se aplicaran programas de vivienda. Que se construyeran muchas carreteras. Ante ello, el gobernante imaginó el futuro ya tan conocido. Escuelas mal atendidas, clínicas mal abastecidas, canchas abandonadas, casas mal planeadas, carreteras para quien no tiene auto. El mismo desperdicio que ha sido lugar común en Latinoamérica, en Asia y en África. Al final de cuentas, más pobreza, más tristeza y más enojo. Entonces, clavó su primer rejón. Les dijo que lo más importante era recuperar nuestros orgullos prehispánicos y nuestra identidad indígena. Todos lo oyeron pensando que había perdido el control de su mente. ¿Para qué serviría ese pasado tan romántico ante un futuro tan descarnado?
De inmediato, vino la segunda vara. La solución sería construir un gran centro ceremonial indígena. Sus tarugos empleados se imaginaron un mall con arquitectura otomí y decoración mazahua. El jefe les aclaró que sería un centro ceremonial no un centro comercial. Peor fue su desconcierto. Creían que su alto patrón estaba pensando en una pirámide para rezos y sahumerios como solución contra el rezago y la pobreza.
Todos callaron por un momento. Nadie quería expresar algo que pudiera herir al gobernador de un estado tan importante. Eso no es bueno en la política. El silencio lo rompieron los funcionarios-marchantes, aquellos que ven ganancia en todo. Empezaron a mencionar constructoras amigas, arquitectos amigos, contratistas amigos.
Pero, bruscamente, los atajó el gobernador. La gran pirámide no se haría con maquinaria ni con grúas ni con revolvedoras ni con prisas, sino al estilo ancestral. Se haría “a mano”. Los hombres prepararían la mezcla, colarían las losas, cargarían las piedras. Las mujeres cocinarían el abasto y zurcirían los overoles. El gobierno tan sólo pondría el dinero. Pero, sobre todo, no deberían terminar rápido sino tardarse mucho.
Fue hasta ese momento que todos comprendieron. Generarían empleo, para todos y por mucho tiempo. Todo lo necesario. Todo ese sexenio y, si fuera necesario, los subsiguientes. Esa masa analfabeta, pauperizada en lo económico y ya casi seducida en lo político tendría el único empleo posible de manera rápida, sin inversión previa y sin capacitación tardada. Se les pagaría por cargar piedras. Ello es menos indigno que regalar la “ayuda social” y recibirla sin hacer nada.
La pirámide no serviría para nada una vez concluida. Pero, inconclusa, serviría para mucho. En efecto, el monumento no sirvió, pero el problema real sí se resolvió. Después de las transitorias vendrían las soluciones de fondo, pero el inicio ya había comenzado. Lo importante de mi relato es mostrar la acción de un gobernante capacitado en lo técnico y habilitado en lo político. Podría llamarse un “zorro con toga”.
*Abogado y político.
Presidente de la Academia Nacional, A. C.
Twitter: @jeromeroapis