El príncipe que nunca llegó a ser Rey

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Por: Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo

Murió Felipe de Edimburgo a los 99 años. Después de servir a la Reina por más de 70. Un personaje muy controversial. El consorte. El príncipe que se tuvo que conformar con caminar tres pasos atrás de su majestad. El que lideó con su machismo y demostró su inteligencia y devoción. El infiel. El que la amo a su modo. El tóxico e irreverente. El calculador. El niño nacido en Grecia como príncipe y que jamás pudo heredar un trono. El hombre que jamás pudo considerarse Rey consorte, como aplica en el caso de una mujer que está casada con un Rey, y que tuvo que conformarse con el estatus de Príncipe de Edimburgo, un hombre que no pudo darle  el apellido a sus hijos, porque debían llevar el “Windsor” del trono y no el Mountbatten que él ostentaba y que años después de lucha fría y calculada, su nieto Enrique, quiso posicionar colocándolo en primer plano a su heredero primogénito Archie.

Felipe puede ser catalogado de muchísimas cosas y es que realmente fue todo un personaje, con una vida “difícil” dentro de los canones de la aristocracia y la realeza. El cual vivió casi un siglo, apasionante, lleno de cambios, de altibajos, de guerras mundiales, de crisis y hasta de pandemias. Vivió una infancia pobre y en el exilio y debió aprender a estar siempre a la sombra de su esposa, a pesar de tener más sangre real que ella.

Con todos sus claros obscuros, fue un hombre audaz, inteligente y definitivamente un pilar para Isabel, quien también lo valoró y supo ocupar con todo aquello que le brindó. Ella sabía perfectamente que no le era fiel a ella como mujer, pero que indudablemente su fidelidad a la Reina no era cuestionable.

No estoy metiendo las manos al fuego por él y reconozco que no era “una perita en dulce”  y mucho menos perfecto. Lo que sí, creo que era un tipo inteligente y que con lo que tuvo, hizo lo mejor que pudo para él, para los suyos, para la familia real y un poco para su país. Su machismo lo transformó en apoyo. Un hombre que se osa llamar inteligente no es aquel que va por la vida pitorreando y haciendo berrinche por su aplastado machismo o que quiere disminuir el poderío de una mujer o su lucha feministra. Un hombre realmente inteligente es aquel que reconoce, valora y lucha al lado de una mujer inteligente por la transformación y la solidez de luchas compartidas en pro del bienestar propio y común. Y eso fue Felipe, y aunque muchos salten y me refuten, que eso era lo que más le convenía, yo solo podré contestar que es verdad lo fue, pero conozco muchos tontos que ni aún conveniéndoles lo harían.

Nadie es perfecto y los matrimonios menos, y lo que esta pareja nos demuestra es que más allá del amor romántico, también es importante dentro de la institución clave de toda célula social (sigo hablando del matrimonio) un poco de cabeza fría, de inteligencia y por conservar lo más preciado que es la familia, (sí, sí aunque no sea perfecta, llenita de todos sus personajes macabros). Porque eso son los Windsor, una simple y llana familia. Como la que encontramos en la casa del vecino, con la cuñada insoportable, el hijo rebelde, el mimado mantenido, al que todo le resuelven,  el coscolino que engaña a la mujer de forma descarada con una amante a la que todos conocen, pero nadie menciona, la concuña que esta llenita de rabia y envidia y habla de todos pero sonríe bien bonito para la foto, la familia, la bonita familia con su azúcar y sal, pero eso sí, la que todos los fines de año y “fechas importantes” se reúnen para celebrar. Esa familia, que Felipe no pudo tener de niño pero que a su muerte, se puede decir, logró al lado de Isabel.

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