Sergio González Levet - La movilidad xalapeña

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Sin tacto

 

Por Sergio González Levet

 

La movilidad xalapeña

 

Américo Zúñiga cultiva la prudencia como una virtud teologal. No obstante que aún tiene la edad de un joven impetuoso y vigoroso, no le gusta dar un paso sin antes haber analizado concienzudamente las consecuencias, sin conocer todas las aristas del problema, sin reflexionar con todas las pausas sobre el asunto.

Por eso no ha echado a andar aún el plan de movilidad urbana para la ciudad que gobierna desde el ayuntamiento capitalino. Él sabe que no es cualquier cosa este programa y que deberá afectar muchos intereses y modificar muchas costumbres para lograr que Xalapa vuelva a ser una ciudad no sólo habitable, sino transitable.

El plan que ha tomado forma y que se está ultimando en sus detalles contempla medidas que obligarán a los ciudadanos que viven en Xalapa (llamémosles “xalapeños” en adelante, aunque no sean oriundos de este lugar sino sólo habitantes, como es mi caso); que obligarán a los xalapeños, digo, a realizar el ejercicio que más odian: caminar.

 

Bueno, se debe reconocer que “caminar” es algo complicado y hasta peliagudo en algunas calles empinadas hasta el absurdo como Clavijero, Aparicio Güido o Revolución o Lucio o JJ Herrera o la formidable Bravo (dice con razón el ilustre antropólogo y maestro Román Güemes: “Subo Bravo y llego manso”).

Si el suelo es parejo o de lomas suaves, andar sobre los dos pies se vuelve un ejercicio placentero, oxigenante, saludable. Pero subir esas cuestas horrísonas —en donde nadie sabe cómo a alguien se le ocurrió hacer calles— es un reto a los latidos del corazón, a la fortaleza del músculo tríceps sural y a la capacidad aérea de los pulmones.

Pero aparte de esa buena razón, cualquier xalapeño con vehículo (público o privado) se siente herido en su ego si tiene que caminar una o más cuadras. Como que hay una especie de vanidad compartida que obliga a todos a querer llegar hasta la misma puerta de su destino, sea cual sea éste… y esté donde esté. Los atenoxalapeños prefieren permanecer leyendo un libro cómodamente arrellanados en un sillón que ir a degustar los aparentes placeres del paso a paso.

Imagine la esforzada lectora, piense el abúlico lector, que si el centro se vuelve peatonal nadie podrá en adelante parar el tráfico en la calle de Enríquez —cual manifestante mandado por líder venal—, para bajarse del coche y entrar en dos pasos al Palacio de Gobierno, al Parque Juárez, a la Catedral, al Palacio Municipal, o al súper (porque no van a la Cómer), o a los pasajes o a los callejones o a los comercios o a los restaurantes y/o cafeterías.

Por eso el alcalde Américo se la está pensando muy bien, y retarda la aplicación del plan hasta donde pueda, porque sabe la que se le viene encima en reconvenciones y lamentos de sus gobernados inmediatos.

Hay, eso sí, algunos que ya se frotan las manos de gusto: los dueños de las innumerables zapaterías que pueblan la ciudad.

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